- Capítulo treinta y dos -

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Había pensado que la sensación de pensar que podía perder a Hannah cuando la secuestraron era el peor sentimiento del mundo, y que nada podía compararse con él. Pero cuando vi a Jensen morir frente a mis ojos sentí que todo se me venía abajo, sentí que nada más importaba, solamente quería tratar de que volviese conmigo.

Aquel momento fue una tortura, tenía tantos sentimientos mezclados que no sabía qué hacer ni decir. Sentía confusión, porque no entendía por qué Jensen estaba muerto y no yo, y sentía impotencia, porque no había nada que pudiera hacer para salvarlo.

Me habían dejado en mi casa porque estaba «inestable»como para dar un testimonio a la policía. Lo primero que hice fue meterme en el baño de mi habitación y lavarme las manos, que estaban manchadas con su sangre, tuve que ver cada momento en que la sangre de mi mejor amigo se iba con el agua. Pensé que tal vez así lo que había pasado no sería tan real. Luego, me senté en el suelo, con las piernas contra mi pecho mientras decidía qué iba a hacer. Pero eso era en lo que menos pensaba, quería pensar en cuál sería mi siguiente movimiento, pero mi mente parecía empeñada en reproducir una y otra vez las imágenes de Jensen en el suelo, apenas pudiendo hablar y luego cerrando los ojos. Entonces lloré, lloré como nunca lo había hecho antes. Nunca había pensado que el cuerpo humano tenía tantas lágrimas hasta aquel día. El pecho me dolía, mi corazón parecía estar siendo estrujado.

Mamá y papá intentaron que salga del baño un par de veces, pero todavía no estaba segura de querer salir. Estar dentro de un cuarto pequeño hacía que mis pensamientos se concentraran en una sola cosa, y la realidad era que debía descargarme. Creí que así podría seguir adelante rápidamente.

Pero me equivoqué.

Al día siguiente fue igual, ya no tenía lágrimas, pero los ojos me ardían y la opresión en el pecho seguía tan latente como al día anterior. Me era difícil respirar, me dolía. Tampoco podía hablar, mis padres volvieron a insistir en preguntarme cómo estaba. Pero, ¿qué iba a decir? No tenía ni ganas para mentir y mucho menos para buscar una palabra que definiera cómo me sentía, porque de todas las que conocía, no eran nada comparado a lo que sufría. Me sentía triste, por haber perdido a una persona que jamás volvería. Aquel día, me salté las comidas.

El día después a ese, me senté en el centro de la cama y me quedé mirando al vacío. Y entonces me di cuenta de que estaba superando la etapa de la tristeza, y que iba siendo rápidamente sustituida por la furia. La furia porque las personas que habían matado a Jensen y secuestrado a Hannah, seguían libres. Caminando entre nosotros, planeando su próximo movimiento para destruirme poco a poco.

Golpearon la puerta, y por primera vez en días, miré quién entraba. Era Lex. Estaba pálido, y tenía ojeras. Algo que nunca había visto en él.

—¿Cómo estás? —preguntó cerrando la puerta tras él. No se acercó. Y volví a mirar al vacío.

—¿Te refieres aparte de que hayan matado a mi mejor amigo y yo no pudiera hacer nada al respecto? Si es así, bien. —Mi voz sonaba extraña, distante. Oí cómo Lex suspiraba.

—Sé que no estás bien. —Wow, qué observador—. Pero no puedes quedarte toda la vida sentada ahí. —No sabía si era eso lo que me faltaba, pero algo en mi interior se encendió.

—Tienes razón —dije mirándolo—. No puedo quedarme toda la vida aquí.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó dando un paso hacia mí, mientras se ponía a jugar con sus manos.

—No es qué quiero hacer, sino qué voy a hacer.

—¿Qué vas hacer?

—Voy a encontrar a las personas que mataron a Jensen —dije. Lex no contestó inmediatamente, tal vez esperaba a que agregase algo más o tenía miedo de seguir preguntando.

MoonlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora