Me pregunto en qué momento decidí volcar mis ganas de vivir en la escritura. Sé con certeza que ocurrió antes de los diecisiete años, pero me cuestiono siempre el momento decisivo. ¿Sucedió de manera gradual? ¿O fue un cambio brusco?
Es curioso que, aún cuando la escritura tenía tanto peso en mi vida, no fue hasta los veintiocho años que escribí una historia medianamente decente. En mis días de preparatoria, sobre todo, me pasaba las noches y madrugadas escribiendo sin cesar. Relatos donde los protagonistas no tenían nombre o un desenlace. Antes de entrar en Bertholdt no me sentía mal con solo escribir ese tipo de cosas, más bien no me paraba a pensar qué tanto quería llegar a hacer con mis escritos. Justo lo que pasaba con mi vida: permitía que el tiempo me arrastrara hasta donde deseara, pero en realidad no tenía un objetivo fijo y tampoco tenía bien decidido si quería continuar viviendo.
Después de mi altercado con Elliot sentí que cualquier narración que comenzara era superficial, sin ningún tipo de valor. Empecé entonces a planear la trama de un verdadero libro. Uno que recibiera críticas divididas; un libro que algunos amaran y muchos odiaran. Pero, en especial, necesitaba crear un libro significativo para mi vida.
Mis noches de insomnio las convertía en noches de posible inspiración, donde me sentaba frente a la ventana de la habitación a contemplar la luna y cómo su luz cubría a medias los edificios de la escuela. No amaba precisamente ese método de inspiración, pues el silencio le daba permiso a mi mente a que divagara. ¿Cómo estaría mi madre sin mí? ¿Quién la protegería de cualquier ataque de mi padre? ¿Me extrañaría mamá?
Sin darme cuenta las horas pasaban mientras yo contemplaba la ventana. Varios escenarios pasaban por ese pedazo de cristal, eso sí, pero ninguno digno de poner en varias páginas. La situación que a menudo se reproducía en la ventana era protagonizada por un chico desgarbado, tan insignificante que las personas no se detenían a mirarlo más de una vez, y su padre, un hombre que se la pasaba ebrio. Las imágenes no me eran gratas, ya que, de alguna manera, los recuerdos me provocaban una sensación vívida de los constantes golpes. Las cicatrices me escocían de nuevo al igual que el miedo.
Si los recuerdos me agobiaban hasta el punto de impedir que me concentrara en mi futuro libro, entonces escribía. A veces a mamá o a Frank. Las cartas para mamá eran las más cortas, pero las más duras; apenas podía revelar lo que en verdad pasaba por mi cabeza y, lo que no podía escribir, me lo tragaba. Tengo una de las cartas que le envíe a mamá por esas fechas.
Mamá:
¿Cómo van las cosas en casa? Aquí todos los días son agitados. No puedo pasar un solo día sin entregar las tareas, pero el esfuerzo lo vale, si supieras la vista que tengo desde mi habitación entenderías por qué seguiré esforzándome por conservar la beca. Por cierto, ¿te conté que hice dos amigos nuevos? Vamos juntos en varias clases y... Bueno, supongo que será mejor que te los presente pronto.
Te quiere, Charles.
Sabía que mamá no tendría demasiado tiempo para leer cartas ni ánimo para entristecerse por mí, así que todo lo que le ocultaba a ella se lo decía a Frank. Puedo apostar a que casi todas mis cartas empezando el semestres decían este tipo de cosas: "Odio aquí", "Los ricos pueden meterse su dinero por el culo", "Solo un masoquista disfrutaría estudiar en Bertholdt", "Por favor, mátame".
Mamá tardaba cinco días en responder a mis cartas, sin embargo, cada una de ellas me transmitía tanta calidez que las releía una y otra vez. Ella era mi soporte, la razón por la que continuaba despertando día con día. Sin sus cartas me habría perdido entre mis pensamientos crueles y la exigencia escolar.
Hijo:
Me detesto por no haber hecho que te probaras ese uniforme, ahora no puedo ni imaginarme lo guapo que te ves. Para las vacaciones te lo probarás y no quiero ningún pero de tu parte.
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Hasta los Dioses se enamoran
Teen FictionUn joven recuerda su primer año en el colegio Bertholdt, el lugar donde conoció a los dos compañeros que impactaron de sobremanera en su transición a la adultez. *** Charlie impregna de melancolía cada págin...