[ XXXII ]

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Para cuando despertamos, no había persona que no hablara de la osadía de Elliot, incluso el director Chapman en persona tuvo que hacer un anuncio antes de la comida. Fruncía tanto los labios que temía que le fuera a dar una embolia en ese preciso instante, pero tras aclararse la garganta, logró aflojarlos para hablar.

—Creí que los chismes eran una cosa de mujeres. —Solo el inicio logró avergonzar a varios—. Aunque ni siquiera ellas tendrían el atrevimiento de imaginar tal estupidez. Si hace falta aclararlo de forma contundente: no, ninguna jovencita ha logrado colarse en las instalaciones de Bertholdt, ni lo hará. Y ya que su creatividad está desbordada, todos ustedes tendrán que permanecer aquí los fines de semana que restan del mes, —Nadie se atrevió a contradecirlo—, haciendo, por supuesto, un trabajo que llegará a mi oficina de cuarenta páginas acerca de la historia de nuestro colegio.

Ya veía venir las críticas hacia Elliot, pero cuando lo busqué en el comedor, mantenía el mentón en alto, sin inmutarse por el castigo. Entendí, después, que aquello había sido un mal menor, considerando que había chicos expulsados por menos de eso. Sin olvidar los castigos corporales... Bien, se había llevado a todo el alumnado entre las patas, pero él salió invicto.

Incluso que toda la perorata se hubiera suscitado en el comedor, antes que convocarnos a todos en el recinto, hablaba de cómo tenía las manos atadas al tratarse de un Jones, pues armar todo un escándalo que rodeaba a esos "rumores" daría pie a admitir que era verdad.

Así que, aunque ese mes Bertholdt fue privado del descanso que el fin de semana representaba para todos, tuve cierto alivio al saber que nuestro plan iba mejor de lo que pensábamos.

Michael, quien ese día se encontraba en la mesa de Elliot, tuvo que contener una sonrisa victoriosa.

Para los días siguientes, aunque el furor se veía contenido por el miedo de otra amonestación, una cosa quedó clara: Elliot era el mujeriego que todos esperaban. Eso sí, aunque había cierto rencor hacia él por haberlos salpicado en toda su jugarreta, los muchachos no tardaron en endiosarlo, pues para sus estándares, el hecho de pasarse las reglas por el arco del triunfo, acostarse con una chica en "un lugar prohibido" y haber hecho que la misma chica acudiera hasta donde él se encontraba eran los elementos ideales para recibir aplausos.

—¿Qué tan mediocre debe ser su vida sexual que ese hecho los emociona tanto? —se burló Luke.

Los días de estudio (de estudio real) se habían retomado, así como las fechas de exámenes. Y si el inicio de curso había sido un dolor de cabeza, los penúltimos exámenes se convertían en el mismo infierno.

—Todos los temas se incluirán, todos —imitó Simon un día a su profesor de Latín.

A mí aquel modo no me disgustaba, había logrado dominar los temas anteriores y solo reforzaba mi conocimiento con esos y los nuevos los estudiaba a fondo, pero el problema radicaba en que nadie tenía tiempo para los deberes escolares. Curiosamente los alumnos de Bertholdt tenían otros pendientes más importantes que hacer antes que estudiar.

Como pensar en mi relación tormentosa o en mi solicitud a Yale.

—Es que imagínate, meter a una chica es todo un lío —comentó Simon.

Luke enarcó una ceja, sacándose el cigarro de la boca.

—¿Ya lo has intentado?

Simon puso una expresión pícara.

—Un caballero no tiene memoria.

—Ni siquiera para retener información. —Le lanzó la colilla del cigarro al cabello y este se quejó—. Van cinco veces que te digo que no copies tal cual mi ensayo, se van a dar cuenta.

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora