[ XVIII ]

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Era la tercera vez que me frotaba los ojos debido a la molestia que la luz de la habitación me provocaba.

—Charlie, ¿te encuentras bien? —preguntó Michael, interrumpiendo la sesión.

—Sí —dije sin dignarme a verlo. No me apetecía hablar con él, menos cuando horas atrás su novio y yo nos habíamos metido mano.

Nolan hizo un movimiento de cabeza que significaba: ¿podemos continuar? Yo rodé los ojos y asentí.

—Entonces, si queremos vengarnos de ese mierdecita de Williams, debemos empezar a planearlo ya.

—¿Saben? Vengarse suena excesivo, ¿por qué no le hacemos una broma? —Simon seguía inflando los chicles para luego tronarlos—. Podríamos, yo qué sé, ponerle laxante en su café.

—No —espetamos al unísono Nolan y yo.

Fue tétrico haberme sincronizado con Luke, tanto que tuvimos que compartir una mirada de extrañeza.

—Ese idiota no parará con su intimidación hasta que hagamos algo. —De todos nosotros, él único que reaccionó ante mi propuesta de encargarnos de Williams fue Luke; a Michael le parecía excesivo y a Simon le daba miedo.

—¿Y qué haremos si descubren que nos vengamos de un profesor? ¡Nos expulsarán! Mike, por favor diles que no.

—Ya intenté razonar con ellos. —Su tono cansado auguró una victoria para nosotros.

—¿Por qué siempre me arrastras a problemas? —le reprochó a Luke.

—Porque te dejas guiar. —Pasó un brazo por su hombro en un gesto de camaradería.

Me hice sombra con la mano. A pesar de estar en la habitación de Nolan, la lámpara cegaba mis ojos como si el mismo Sol se hallara dentro. La molestia nunca había sido tan perceptible, duraba apenas unos instantes o era llevadera, pero ese día quería arrancarme los globos oculares para descansar.

—Charlie —llamó de nuevo Michael.

—Hay que hacer que lo despidan. —Di una propuesta alocada debido a que mi cerebro se negaba a trabajar de forma correcta—. Su trabajo, lo quiera o no, le da prestigio.

Simon se levantó de golpe, dejando caer las envolturas de chicles que lo mantuvieron relajado.

—No, no, no, no, no. Eso es demasiado.

—¿De qué lado estás, Simon? —preguntó Nolan.

—¡Aquí no existen lados! ¿Se dan cuenta de lo que proponen?

Le sostuve la mirada un tiempo, el necesario para que se diera cuenta de que no íbamos a retroceder en el plan.

—Si lo llevan a cabo no quiero ser parte —declaró Michael.

Abandoné mi terquedad y presté atención a mi compañero. Si bien Simon se expresaba desde el temor o la incertidumbre, Nolan y yo desde la furia, mi querido Michael lo hacía apelando a la serenidad. Su intervención no se debió a un chantaje para que abandonáramos, sino a quien ve el descabellado plan de sus amigos y decide retirarse antes de que lo salpique.

Nolan se encargó dado que nadie se decidía a responderle.

—Estás en todo tu derecho. —Luke movió los dedos como si tratara de convencerse de lo mismo—. Nadie te culpará.

—Lo sé.

Un incómodo silencio se cirnió entre nosotros, solamente el crujido de la madera bajo los zapatos de Michael cuando se fue resonó en la habitación. Al cerrar la puerta, además, dejó la creciente duda de si en realidad seríamos capaces de llegar tan lejos con un profesor. ¿Qué estábamos dispuestos a perder por un insulto hecho a un amigo que no tenía ganas de venganza? La vergüenza apareció en nuestros rostros, pero éramos unos imbéciles que hubiéramos muerto antes de admitir que lo éramos.

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora