[ XXVIII ]

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Debieron notar el cambio, todos en Bertholdt, pues pasamos de peleas constantes a encuentros civilizados que nada tenían de normales. Y me refiero a que si bien ya no hacíamos todo un barullo en público (al menos Elliot y yo) desde un inicio, la gente asumía que de todas formas no nos tolerábamos. Por el modo en que nos veíamos, como si la simple existencia del contrario fuera un insulto a la humanidad.

Jones, a diferencia de Michael o mío, no sabía fingir. No le interesaba hacerlo. Después de que formalizamos una relación de tres, Elliot se comportó de una manera distinta conmigo. ¿Éramos una pareja? Bien, él me daba un beso de buenos días que me dejaba paralizado en la cama, me hacía cumplidos, proponía dormir juntos.

De haber pasado por aquel cambio drástico solo, me habría vuelto loco.

—¿Qué le sucede? —murmuré una mañana de sábado a Michael.

Nos habíamos reunido con la excusa de estudiar para el examen de Whitman en la biblioteca, y aunque los libros estaban fuera en las páginas correctas, en ningún momento tuvimos la intención de poner a prueba nuestros conocimientos matemáticos.

—Elliot es demasiado impulsivo, apasionado. —Yo hice una mueca de desagrado que a Mickey le pareció graciosa—. No tiene razones para fingir que te odia, así que te demuestra lo que siente por ti.

—Si vuelve a llamarme Charlie en un tono meloso me dará un ataque.

Michael revisó el área antes de darme un pequeño apretón en la mano izquierda.

—Nadie te observa en tu habitación, no necesitas tener la guardia alta a cada instante. —Besó mis nudillos—. Sé libre al menos cuando estás a solas con nosotros.

Traté de encajar aquél comportamiento en mi cerebro, pero por más que lo asimilaba y le daba vueltas al asunto, me preguntaba cómo era posible cambiar de la noche a la mañana tu comportamiento, así fuera fingido desde un inicio. ¿Es que nadie se envuelve alrededor de las mentiras que crea? ¿Cómo era posible que diferenciaran de manera tan clara qué era verdad y qué no?

Pasé gran parte de mi juventud negando cierta esencia de mi persona, para cuando logré aceptarlo, aún deseaba retroceder, había manías que perseveraban sobre lo que yo deseara demostrar en realidad. Confronté a Elliot más de una vez respecto a eso, pero la primera vez fue toda una discusión, no de esas acaloradas que terminan en golpes o aporreos de mesas, aunque sí intensa; las que le siguieron tan solo fueron repetición de lo mismo, era el anhelo de Elliot por hacerme entender algo que debería ser incuestionable a sus ojos.

Bajé el libro para verlo en cuanto se hizo presente en nuestra habitación, a eso de las seis de la tarde, mientras que el ajetreo normal de Bertholdt era repelido en vano por las paredes. Entró sudando, había estado entrenando por supuesto, e iba riéndose aún de cierto chiste me parece de alguno de sus amigos. Al verme recostado no dudó en darme un beso corto que me generó ganas de hacerme hacia atrás.

Mis manos juguetearon con las primeras páginas del libro.

—Deberías estar afuera, aquí parece un horno. —Tomó ropa limpia del clóset—. Lo que daría por estar en la alberca con un buen trago, así se soportaría mejor el calor. El fin de semana los invitaré a ti y a Michael a mi casa para que podamos disfrutar de unas merecidas vacaciones, ¿qué te parece?

—¿Los tres?

—Si quieres invitar a tus amigos no tengo inconveniente, de todas formas no creo que a mi madre le parezca bien que vayamos solos. Ya se huele lo que pasa la vieja bruja.

—Iré a tomarme un baño antes de que se adueñen de las regaderas.

—Necesito hacerte unas preguntas.

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora