[ XIII ]

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—¿Por qué detestas a tu familia? —dije, apoyando la cabeza en el brazo derecho.

Elliot subió hasta mí. Sé que debía estar enfocado en el sexo, en demostrarle cuánto me gustaba lo que hacía con su lengua, pero estaba cansado. Ni mi madre ni Frank ni Becky me habían escrito una puta carta desde el regreso a clases y, aunque Simon y Michael me hacían compañía, nada acallaba la molesta vocecita que cuestionaba si ellos dos me recordarían cuando no estuviéramos en Bertholdt.

Debía entender que de seguro Ian tenía prohibido a mi madre escribirme, además de que ha Frank tampoco le había escrito (y sabía cuánto detestaba escribir). Aunque nada evitaba que ese malestar en el pecho se presentara en ocasiones.

—¿En serio quieres hablar? —bufó. Pude haberme reído ante sus berrinches infantiles, pero en cambio lo tomé de la nuca y lo recosté en la cama para, acto seguido, lamer el punto que lo hacía delirar—. Manipulador —jadeó.

—Solo responde. —Aparté la boca de su culo—. O puedes decirle a alguno de tus demás compañeros que te ayude a terminar.

—Bien —dijo entre dientes. Sus dedos se aferraron a mi cabello—. ¿Tu familia es cruel contigo, Miller? —Traté de mirarlo, pero él tenía los ojos cerrados. No respondí—. La mía lo es, demasiado... Desde insultos hasta... ah, ya sabes, golpes. La primera vez que lo hicimos mi madre me había abofeteado porque... Es difícil concentrarse contigo entre mis piernas, ¿lo sabes?

—Continúa.

—Ella sabe que me acuesto con hombres.

Esta vez detuve de tajo lo que hacía.

—¿Qué? ¿Cómo que sabe? —balbucí—. ¿Sabe con quiénes te acuestas?

Jones se resignó a la idea de que, si quería continuar, primero eran necesarias las respuestas. ¿Contaba como prostitución? Me refiero a que estaba ofreciendo sexo a cambio de algo y era consciente de lo que hacía, sin embargo, no creí que funcionaría. Estaba seguro que Elliot me negaría cualquier información, se burlaría de mi estrategia e iría con otro para satisfacerse.

—No tuve tiempo de darle la lista completa. —Se conmiseró de la desdicha que mi expresión delataba—. Por supuesto que no sabe con quiénes, Miller, no estoy demente para decirle.

—Pero sabe que te acuestas con hombres.

—Las madres saben todo —se burló—. Apuesto lo que sea a que tu madre también sabe que tú eres...

—No metas a mi madre en esto. —Alzó las manos—. ¿Cómo se enteró? ¿Tú le contaste?

—Me parece que esa mujer lo sabe desde que empecé a hacerlo, es decir, desde los quince años. Sigo sin saber qué me delató. ¿Acaso fue la clara insinuación que le hice a mi profesor particular? —Torció la boca—. No, no lo creo. ¡Ah, sí! Ya lo recuerdo. Ella me encontró con un "amigo" en medio de una conversación bastante acalorada.

—¿Y qué hizo?

¿Cómo sus padres podían no haberlo casi matado al enterarse? Ian, por menos de un descubrimiento in fraganti, como juntarme con una niña, me había dejado en claro que jamás permitiría que esas tendencias escalaran a otros niveles.

—Amenazarme. —Pese a que no había tensión en sus músculos y que aún podía controlar la modulación de su voz, el brillo característico en sus ojos se empañó—. Dijo que no le diría a mi padre sobre lo que había sucedido si me portaba bien en la escuela y en todo lo que ella ordenara. Y aquí me tienes: siendo uno de los mejores estudiantes.

Qué horror, recuerdo que pensé, no obstante, presentí que decirlo en voz alta molestaría a Elliot, de la misma forma en que me irritaba que tuvieran lástima de mí por tener una figura paterna abusiva.

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora