[ XXXIV ]

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Golpear la puerta de Michael con insistencia distaba demasiado del perfil bajo que pretendía llevar, sin embargo, la urgencia de haber escuchado a Luke me impedía mantener la calma; con mucho esfuerzo logré pararme del escondite, pedirme serenidad era una locura.

—Ya voy, ya voy —avisó Mickey. Al abrir, lo aparté casi con brusquedad para refugiarme en su habitación—. Charlie, ¿qué te pasa?

No haberme presentado a desayunar y la escenita del día anterior debió hacer sonar todas sus alarmas.

—Necesitamos hablar.

La boca se me llenó de un sabor amargo, casi vomitivo.

—¿Y bien? ¿Qué ocurrió? —Tomó asiento a un lado de mí, frotándome la espalda.

Sentía pesadez en el pecho. La visión de Bruce no me abandonaba (no lo ha hecho).

—Stevens y sus amigos mandaron al hospital a alguien por ser homosexual.

Michael reprimió un jadeo.

—¿Qué? ¿Cómo?

Esa era la reacción que esperaba de la gente al enterarse de lo sucedido; escuchar que por poco el mundo de los demás se derrumbaba, a lo mejor las esperanzas se reducían, no que era un milagro deshacerse de ese tipo de gente, o que les daba asco haber estado junto a ellos.

Le conté a detalle todo cuanto sabía, desde lo que había presenciado hasta el descubrimiento de Luke. Mickey recibió la noticia en total mutismo, cada vez más horrorizado con cada detalle que agregaba. Se desplomó en la cama y tuvo que enterrar la cara entre sus manos.

Había una incógnita que mi interior se moría por desentrañar. Representó una última súplica para aferrarme a un lado positivo, pese a que juraba que lo que encontraría me haría más difícil aceptar el mundo del cual formaba parte.

—¿Qué es una terapia de conversión?

Debí dar la impresión de estar actuando casi como un infante, hablando sin entender la gravedad de mis palabras.

—Charlie, no te atormentes con eso.

¿Cómo no hacerlo? Quisiera o no, todo eso podía llegar a afectarme.

—Por favor.

Michael debió creer que con ello me torturaba.

—Son —Le tomó un tiempo encontrar las palabras correctas. Ja, como si hubiera para describir tales atrocidades—. Por lo que sé —dijo lento, por si me arrepentía—, ahí tienen una forma de volver heterosexuales a las personas convenciéndolos de que su conducta está mal, pequeños castigos corporales o... terapias de electroshock.

Me cubrí la boca con la mano.

Los setenta, después descubrí, fue la década en que las personas religiosas hicieron campañas para "curarnos". Tenían la creencia de que gente como nosotros, chicos del calibre de Bruce Hudson, causaban los males en la tierra. No pude evitar recordar a Ian teniendo el mismo pensamiento, pues su mundo se había visto arruinado por un chico que apenas tenía la capacidad para discernir la clase de hombre que era su padre.

Aún así, tras escuchar a Michael, tuve miedo de merecerme tal castigo. Estaba convencido que irían detrás mío en cuanto mi secreto saliera de mis manos.

—¿Quieres continuar con esto? —Me giré para verlo, arrinconado hasta la pared, encogido en su sitio. Parecía tan indefenso con ese suéter dos tallas más grande—. Tú puedes conseguir una bonita novia y en verdad salvarte de esto. Serías libre.

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora