[ XXII ]

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Tuve que bañarme de inmediato. En cuanto vi clarear el cielo, comprendiendo que era oportuno ir hacia las regaderas sin la necesidad de ganarme un regaño por parte de algún profesor, tomé el uniforme sin quitarle la vista a Elliot y casi acudí al agua como medio de rescate.

Había tanta confusión en mi cabeza que lograba equipararse con la euforia que aún estaba contenida en mi interior. Me había declarado a Michael y él me correspondió; lo que una vez creí era un sueño lejano, se presentaba como una realidad. Pero, ¿por qué tenía la impresión de que estábamos traicionando a Elliot? No tenía ninguna relación con Jones, ni siquiera nos caíamos bien, no le debía lealtad. Y se acostaba con todos quienes se lo permitían en Bertholdt, así que Mickey tenía derecho de estar con alguien a quien quería.

¿Cierto?

Pronto se hicieron escuchar las voces de mis compañeros. No sé si era cosa mía o ellos eran alérgicos al malhumor mañanero, porque siempre aparecían gastándose bromas. Mientras que yo me esforzaba por ordenar mi mente, aborreciendo sus estridentes voces, al menos hasta que distinguí un acento sureño, que lo único que lograba era emocionarme.

—Escuché que tuviste un gran juego el fin de semana, Albert. —Tenía un deje ronco debido a que acababa de despertar—. Felicidades.

Sonreí, a pesar de que me importaba poco que uno de los tantos amigos de Michael hubiera tenido un excelente juego.

—La próxima vez irás, nadie te salvará de que te unas a nuestro equipo, seguro destrozaremos a la familia de Jordan —rio Albert a pesar de que seguro su otro amigo le estaba pegando con la toalla, pues los sonidos del movimiento de esta me llegaban—. Ven con Elliot.

—Buenos días a todos —Y la incipiente sonrisa que tenía se borró de tajo al escuchar a Jones, socarrón como solo él podía—. ¿Ir a dónde?

—No me lo puedo creer, ¿Elliot Jones temprano en las regaderas? ¡Muchachos, tomen sus precauciones que se avecina una tormenta! —El lugar se llenó de risas.

—Oh, púdrete —bromeó—. ¿Podrías hacerme el favor de explicarme en qué diablos nos quieres embaucar Stevens, Mickey?

Me sentó mal que lo llamara tan cariñosamente. Después recordé que hacía menos de seis horas le estaba metiendo la lengua y otras cosas a su novio y me avergoncé. Metí la cabeza por completo en el chorro de agua caliente, pero no logró aminorar el sonido.

—Nos propone unirnos a su equipo de críquet para "destrozar a la familia de Jordan".

Menos cegado por los sentimientos frescos de un adolescente hormonal, ahora me cuestiono cómo nadie notó, o no quiso notar, el modo en que se trataban Elliot y Michael. Era evidente que ambos se reservaban un afecto difícil de esconder. Me atrevo a asegurar que, de haber salido en ese instante, me habría encontrado con un Elliot tratando de mantener sus manos sobre Michael, al tiempo que este lo miraba como si fuera lo más preciado en su vida.

Pero coincidí en algo con mi viejo yo, con mi adolescente yo, en que sonaban como una pareja.

—Eso no será difícil. —Una queja contra Elliot, de Jordan, se hizo escuchar—. ¿Qué dices? ¿Quieres unirte a ellos?

—Debo de admitir que no tengo talento en el críquet, si aún así me quieren en su equipo, estoy dentro. —Advertí que ese modo educado al hablar entre ellos dos parecía tratarse de una broma interna de la cual no podía reír, así que me quedaba lamentar no tener lo mismo que ellos dos.

—Tampoco Jordan y aún así insiste en participar cada sábado —respondió Albert—. ¿Bien, Jones? ¿Te vas a unir o tengo que rogarte de rodillas?

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora