[ V ]

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—¡Vamos, Steven! ¡Hay gente que quiere bañarse también! —Elliot solía ir tarde a las regaderas, por lo que continuamente apresuraba a la gente.

Por supuesto, yo era de los primeros en bañarme, pero, desde que había hecho amistad con Andrews, me veía obligado a esperar a que terminara de alistarse. Era una tortura refinada, a decir verdad, sentarse en el banco donde la gente se ponía la ropa y esperar a que Simon decidiera meterle velocidad a sus movimientos. Me incomodaba esperarlo, en especial ahí, donde, forzosamente pasaban chicos desnudos. ¿Dónde se suponía que debía dejar la mirada? Si me concentraba en cualquier detalle de la arquitectura de la escuela se vería demasiado obvio que evitaba verlos; pero, si los veía descaradamente, entonces eso me haría muy homosexual.

Terminé cargando un libro para entretenerme.

—Prueba a llegar temprano, Elliot, así a lo mejor no se acaba el agua caliente. —Steven cerró la llave del agua y empezó a secarse el cabello—. No eres nuevo, sabes cómo funcionan las cosas aquí.

Elliot colocó una sonrisa angelical en su rostro.

—Compláceme esta vez, ¿quieres? Ya sabes qué buenas recompensas da mi madre. Por cierto, ¿alguien ha visto a Mickey?

Sus amigos no respondieron en seguida, se enfrascaron en una de esas "peleas" que utilizan para perder el tiempo los chicos y, terminada su repartición de golpes, alguien se apiadó de Elliot y le dio la esperada respuesta:

—Oh, no, él viene antes que nadie.

Simon, cabello mojado y corbata torcida, me dio un golpecito en el brazo.

—Ya estoy, Charlie.

Tomé mis cosas y esperé a que él hiciera lo mismo.

—No me digas Charlie.

—¿Por qué no? —Sacudió su cabello, medio ondulado, salpicándome el rostro; me pasé la manga del saco por la mejilla para retirar el agua—. Charlie suena menos agresivo que Charles.

—Quiero que mi nombre vaya ad hoc con mi personalidad. Lo último que necesito es que las personas piensen en un niño de doce años cuando me llames Charlie.

—Eres muy aburrido, Charlie, ¿por qué no le pones una pizca de diversión a tu vida? —Bufé—. Bueno, bueno, ¿qué clase te toca ahora?

—Matemáticas con Whitman. —Salimos de los dormitorios, enfrentándonos al implacable frío mañanero.

—Uff, tuve clase con él en primero y fue de lo más difícil. ¿Cómo te va en sus clases?

—Mejor de lo que te va a ti con Williams. —Repasé en silencio los deberes que debía completar ese día—. Por cierto, ¿vas a estudiar para su examen?

Simon se agachó, deteniéndose de pronto, y se encogió en el piso como si le doliera el estómago.

—Cuatro exámenes de Literatura —se lamentó—. Charlie, moriré joven.

—Date prisa. —Pateé su pie—. A menos que quieras que el director cumpla tu predicción. —Él alzó la cabeza a una velocidad en la que creía que se lastimaría el cuello y se percató de que, en efecto, el señor Chapman se dirigía hacia nosotros.

—Mierda —masculló, mordiéndose el cachete interior—. El director la trae contra mí. Te lo juro —añadió al ver mi incredulidad—. No entiendo que hice para ganarme su desconfianza.

—Te odia —aseguré, más que nada para mortificarlo—. Debo ir a clases. Y mejor haz lo mismo, si no quieres que el director te castigue.

A nadie en Bertholdt le caía bien el director Chapman. Viejo y enjuto deambulaba por los pasillos de la escuela esperando atraparnos en alguna movida que le diera la excusa perfecta para castigarnos. En menos de tres semanas había reprendido a trece alumnos por infracciones menores como reír en la biblioteca o mascar chicle durante el almuerzo. Pero aún así yo lo respetaba.

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora