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A primera hora del sábado estábamos en la casa de verano de Elliot.

Sigo sin comprender lo que ellos consideran como "casa". Puse en uno de mis cuadernos y creo que mantengo ese pensamiento con el cual me rio. Mientras que para mí aquello se trataba de una especie de mansión, rodeada de bosque y bellos rosales, para Jones y su familia no era más que la casita donde iban a descansar.

Los empleados de Elliot ayudaron con nuestras maletas (solo las de Michael y yo, pues nuestro anfitrión había decidido llevar el violín únicamente).

—Habitaciones contiguas, de todas formas nos la pasaremos emborrachándonos en la piscina —habló animado Elliot.

Nadie sabe que tenemos una relación, actúa con naturalidad, Charlie.

Sentía que en cualquier momento alguien nos encararía, haría cierta pregunta que delataría nuestra relación y todo se iría por la borda. Pero ellos debieron asumir que en realidad habíamos llegado a eso: festejar el no estar en Bertholdt, porque lo único que vieron con extrañeza fue que Elliot los echara del lugar.

—¿Lo lamento, joven Elliot? —Mordí mi lengua para evitar burlarme—. ¿Quiere que nos marchemos? Su madre...

—Mi madre no está aquí, por suerte. —Él lo tomó del hombro y lo guió por el pasillo—. Pueden irse, regresen el domingo por la noche.

—Pero...

Aún con la sonrisa intacta, añadió:

—Y si no se van, los despido entonces.

El escarmiento surtió efectos al instante, pues los que se hallaban por los alrededores, procedieron a irse en silencio, estupefactos.

—No era necesario —lo reprendió Michael.

—Quizá, pero solo así entienden.

Las palabras se me incrustaron en la boca del estómago. Michael y yo nos miramos.

—Eres un idiota, Elliot.

Entré a la habitación que se me había asignado y empecé a desempacar.

—Sabes que no lo decía con esa intención —se disculpó con Mickey.

—Pues piensa mejor en lo que vas a decir.

Llegó hasta mí, evidentemente indignado ante la situación. ¿Por qué yo no lo estaba tanto como él? Bien, sí, pude azotar puertas o lanzar bufidos, pero no lo hice, detrás de mi desagrado ante la relación de poder que a Elliot jamás se le había olvidado mantener, yo quería sentir lo mismo.

Dominar en lugar de ser dominado.

—¿Por qué no hacemos como si no hubiera pasado? —propuse en un murmullo.

Michael entrecerró los ojos, no para retarme, sino como muestra de aflicción.

—Se merece que lo ignoremos.

Elliot no había entrado a la habitación, pese a que, por obvias razones, podía hacerlo si le apetecía, aunque no le diéramos permiso.

—¿Sorprendido de que nuestro aristócrata sea así con sus empleados? —Él resopló—. Mira, podemos hacerle la ley del hielo todo el fin de semana o podemos disfrutar de nuestro tiempo aquí.

Michael cedió.

—Olvidemos lo que pasó —dijo con voz fuerte, para que Elliot lo escuchara—. Pero ten más consideraciones con ellos en el futuro.

Toqué su mejilla para darle a entender que estaba bien su decisión.

Me alegro que haya sido así. Merecíamos un día al menos para estar juntos. Libres.

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora