[ IX ]

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—¿Qué es esto?

Encontré a Frank sin tener que buscarlo demasiado. Como de costumbre, se había quedado dormido en su auto con el cigarro a medio consumir. Desde la ventanilla le arrojé la caja para que cayera sobre su regazo, lo que le despertó. No reconoció mi voz, por que se enderezó de prisa y estuvo a punto de salir del auto y molerme a golpes.

—¡Santo Cielo, Charl! —Se hizo el cabello para atrás con ambas manos—. Ten cuidado en cómo despiertas a la gente, carajo.

Rodé los ojos antes de caminar hacia el lado del copiloto.

Como vehículo, la verdad es que el auto de Frank era una porquería vieja (él decía que era un clásico, por supuesto), pero como sitio para hablar era una maravilla.

—¿Cuándo volviste? —Tiró la colilla del cigarro afuera y encendió otro.

—Apenas.

Frank asintió, dando una calada. Se fijó en lo que había en sus piernas.

—Son libros, analfabeta, ¿el colegio de riquillos te ha cambiado el cerebro por una nuez?

Le arrebaté la cajetilla.

—Eso ya lo sé, imbécil.

—Entonces formula mejor tus preguntas, cabrón.

Un atisbo de sonrisa apareció en mi rostro al tiempo que encendía un cigarro.

—¿Por qué me llevaste esos libros?

—La librería cerró hace unos días. Supuse que estarías lamentándote las vacaciones enteras, así que robé algunos.

Entendí de inmediato que Frank no había robado esos libros, sino que el viejo Jack se los había regalado, pero quería hacerse el rudo. Me devolvió la caja. Rojo y Negro de Stendhal, Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain y Robinson Crusoe de Daniel Defoe. Solo uno de ellos me quedaba por leer.

—¿Has podido hacer amigos ya?

Había omitido contarle a Frank acerca de Simon porque me avergonzaba que supiera que tenía un amigo con dinero. Como si tal cosa pudiera cambiar el hecho de que yo seguía perteneciendo a este barrio y Frank se enojaría conmigo por tener un amigo que no fuera él.

—No.

Seguro Frank me puso al corriente de todo lo que me había perdido al estar fuera, sin embargo, me fue imposible concentrarme y dejé que él hablara y de vez en cuando asentía o alzaba ambas cejas como respuesta, mientras que por dentro me preguntaba por qué nuestra conversación era tan plana.

Rememoré viejas pláticas donde, al igual que en ese momento, opinábamos respecto a cualquier suceso que hubiera ocurrido por la zona, salvo que en ese tiempo eso era lo más entretenido de mi vida y Frank era lo máximo para mí. Las comparé entonces con las que tenía con Simon y todo dejó de ser interesante. Tal vez se debía a que estaba más cómodo relacionándome con personas de mi edad, pero lo cierto era que Frank, al ser tres años mayor que yo, debería ser el que se aburriera de mí y no al revés.

Di una calada que por poco absorbió el cigarro, sintiéndome una basura por preferir la compañía de Simon a la de Frank, porque básicamente eso es lo que dice la gente de clase alta, ¿no? Que entre más estudios tienes más interesante eres; que no deberías relacionarte con gente como Frank porque te vuelves como ellos. Pero como era más parecido a Frank que a Simon, mi deducción me encabronó, así que centré toda mi atención en mi amigo y fingí que me interesaba lo que contaba.

Tras una hora escuchándolo, él se ofreció a comprar alcohol para celebrar mi regreso del espantoso colegio. Acepté nada más escucharlo, pues tenía la esperanza de que el licor mejorara la conversación y porque extrañaba lo liviano que me sentía al beberlo. Frank se marchó corriendo por dos botellas y las bebimos acompañados por la voz de Elvis.

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora