[ XXXV ]

3 2 0
                                    


El primer día de exámenes dio inicio y el primero en dejarnos a todos destrozados fue el de Latín. Los profesores no necesitaban martirizarnos en conjunto, cada uno había decidido hacer sus pruebas en días distintos, así al menos la agonía duraba una semana.

Al salir del salón y estirarme, sentí cómo mi cuello me impedía mover la cabeza sin sentir que los tendones del cuello se romperían si lo repetía. Pasé una mano por la zona para darme una especie de masaje y me di cuenta que el dolor se intensificaba.

—¿Estresado? —Una mano se colocó sobre la mía en el cuello, enseguida me alejé del contacto—. Tranquila, Charlotte.

Rodé los ojos al encontrarme con Elliot; me acerqué solo unos centímetros a él para que me escuchara murmurar.

—No me hables en público, es raro. —Pero a él no le importó, en su lugar me revolvió el cabello—. Que no.

—Charlie, relájate, te estresas demasiado por cosas sin importancia. A nadie le interesa si te hablo.

Lo miré fijo, controlando mis ganas por ahorcarlo. En serio no podía ser tan iluso este chico.

—Como digas, te veo después. —Apresuré el paso para evitar que me siguiera.

No tanto porque me daba escalofríos que la gente continuara con más especulaciones respecto a nuestra relación, sino porque al lugar donde me dirigía debía ir solo, según las especificaciones de mi amigo.

Durante el desayuno, por alguna razón, Simon había decidido adoptar el papel del chico misterioso y se había despedido de mí deseándome suerte en mi examen estrechándome la mano al terminar el abrazo. Enseguida me percaté de que tenía una textura lisa más propia del papel que de la piel.

Desdoblé el pedazo de papel durante mi caminata hacia el salón, encontrándome con una peculiar caligrafía (desprolija, como de quien se preocupa más por el contenido que de la presentación) que decía: Te espero en el lugar secreto después de clases. Solo tú y yo; como en los viejos tiempos.

No había una razón aparente para que quisiera verme a mí en particular, pero, de hecho, logró que una parte mía se alegrara, porque hacía bastante que no disfrutábamos de una charla a solas.

Tuve que adentrarme en nuestro escondite para percatarme de Simon, sentado con las piernas contra el pecho y mascando chicle. Sonrió de lado al verme e hizo sitio a su lado, ofreciéndo sentarme.

—Ni siquiera te atrevas a mencionar el examen.

Lancé una carcajada.

—Ya lo hiciste tú. —Tomé asiento—. ¿Por qué querías que nos viéramos?

Él se encogió de hombros; tenía la mirada un tanto perdida, como si pensara en algo más y ello le impidiera concentrarse en el presente.

—Lo sentí necesario. Por todo lo que ha sucedido.

Agité la cabeza. Entendía a lo que se refería. O eso quería creer.

Alargué la mano hacia la pared, donde uno de los ladrillos había perdido un pedazo y creado un hueco perfecto para que Nolan guardara sus cigarros y encendedor.

Le ofrecí uno a Simon, pero este negó, al menos en principio, porque en cuanto le di una calada, casi me lo arrebató para inhalar él.

—¿Hay algo en específico de lo que quieras hablar? —dije.

—No sé, ¿lo hay? —Me devolvió el cigarro, un tanto contrariado. Tras un buen silencio, rectificó—: ¿Cómo fue? Lo de Bruce.

Volví a estar frente a ese chico. Lo veía desangrarse y el sonido de su sangre recorriendo el suelo tenía mucha más fuerza que todo lo demás.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 02 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora