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𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 16


Anne tocó el timbre de la pequeña casa y esperó con impaciencia. El frío era cada vez más cruel y debía apresurarse para regresar a la academia a tiempo. Era fin de semana, pero ella y Larissa habían acordado reunirse esa noche.

Golpeteó el concreto con la punta del tacón un par de veces y volvió a mirar la hora en su reloj. Alzó la mano para presionar el botón una vez más, pero no fue necesario. La puerta se abrió ante sus ojos, dejando ver la figura de una mujer mayor, que arrugó la frente sutilmente y le sonrió con curiosidad.

¿Puedo ayudarla en algo, señorita? —su voz era suave, muy gentil.

¿Es usted abuela de Leah Grecco?

El semblante de la mujer se tornó serio y cruzó sus brazos. Se preguntaba por qué una mujer tan elegante buscaba a su nieta y por un momento pensó que Leah se había metido en problemas. Anne notó eso, por lo que se apresuró a presentarse.

Mi nombre es Anne. Anne Greenwood. Compañera de trabajo. De su antiguo trabajo —corrigió.

Leah no vive aquí hace dos años —respondió con desconfianza—. ¿No debería saber eso?

Lo siento, pero necesito hablar con ella —dijo intentando desviar su atención—. ¿Sabe dónde puedo encontrarla? ¿Ha mejorado?

¿A qué se refiere? —Anne la miró fruncir el ceño y maldijo en su interior.

Miró a su alrededor, buscando las palabras correctas, pero nada le parecía válido. No debía haber preguntado nada acerca de su estado. No quería meter a Leah en problemas, así que debía improvisar, aunque tampoco fue necesario. Sus ojos se centraron en la bicicleta que se apoyaba contra una de las cercas laterales que rodeaban la pequeña casa. Esa era su salvación.

Es su bicicleta —mencionó apuntándola con el índice—. ¿Está aquí?

Lo es —respondió sin ánimos de voltear a verla siquiera. Su mirada permanecía fija en Anne—, pero no está aquí. En su departamento no hay mucho espacio. Y ya que no tiene que viajar hasta esa academia, no la necesita.

—¿Quiere decir que tiene otro empleo?

Lo siento, no puedo decirle nada más —quiso cerrar la puerta, pero Anne presionó la palma contra la madera y se lo impidió.

Solo quiero saber si ella está bien.

No la he visto en días —confesó aún de espaldas.

Anne soltó un suspiró y hundió las manos dentro del bolsillo del abrigo. Leah no podía haber desaparecido así tan fácilmente. Jericó era un pueblo pequeño. Todos se conocían entre sí, sin embargo, era como si la tierra se la hubiera tragado.

Había conseguido que uno de los estudiantes, del cual Leah era amiga, le brindara esa dirección, y aunque sabía que ella ya no vivía ahí, al menos sus abuelos le dirían dónde encontrarla.

Fui amiga de Lucille —confesó al fin. Tenía que jugar con esa carta, de lo contrario, su viaje habría sido en vano—, y quiero hablar con Leah sobre ella.

La abuela de Leah estaba al tanto del interés que tenía su nieta en conocer más de su madre. Ella ya le había dicho todo lo que sabí, y se sentía muy mal por no poder ayudarla más, así que al escuchar eso, relajó su portura y volvió a ver a Anne.

Lo hubiera dicho desde el principio —dijo mostrándole una sonrisa genuina—. Ha estado actuando muy extraño. Nunca había dejado de visitarnos por tanto tiempo. 

𝒟ℯ𝒿𝒶𝓂ℯ 𝒸𝓊𝒾𝒹𝒶𝓇 𝒹ℯ 𝓉𝒾  / ℒ𝒶𝓇𝒾𝓈𝓈𝒶 𝒲ℯℯ𝓂𝓈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora