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𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 28

ʀᴇᴄᴏᴍᴇɴᴅᴀᴄɪóɴ ᴍᴜsɪᴄᴀʟ: sᴏᴜʟ ᴍᴀᴛᴇ - ғʟᴏʀᴀ ᴄᴀsʜ.


Desde que habían regresado de Francia, los días de Larissa habían sido sencillamente agotadores. Salía de casa muy temprano y llegaba casi a la media noche. Por fortuna, su salud había mejorado al cien por ciento, de modo que Anne ya no se preocupaba mucho al respecto, sin embargo, no dejaba de obligarla a comer y continuar tomando los suplementos.

Y aunque practicamente faltaban unas semanas para el final del semestre, Anne decidió retomar el trabajo. Además, la maestra a quien sustituía había presentado su renuncia a causa de complicaciones de salud, así que estaba considerando tomar el puesto oficialmente y Larissa estaba muy contenta por ello.

¿De verdad tienes que salir del pueblo en fin de semana? —Anne la miraba desde la cama, aún en pijama y ligeramente somnolienta.

Ya te dije que puedes acompañarme si quieres —le dirigió una mirada fugaz a través del espejo y la descubrió con los ojos cerrados, recostada sobre el respaldar. Sonrió sin poder evitarlo y se levantó para sentarse a su lado. Anne la miró un segundo y volvió a cerrar los ojos, cubriéndose con la sábana hasta el cuello—. Lo pensé y creo que podríamos ir a la playa en un momento libre.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —se levantó de inmediato y Larissa la miró con diversión. Larissa ya estaba lista, así que solo la esperó y mientras tanto, la ayudó a empacar un par de cosas necesarias.

El sol apenas estaba saliendo y los ojos de Anne brillaban al observar los colores rojizos y violetas del cielo. Especialmente porque la tenue luz amarilla le otorgaba a Larissa una apariencia etérea. Bajó el cristal de la ventana y reposó los brazos en ella, dejando que el viento le levantara el fleco y refrescara cada centímetro de su piel.

Larissa la miraba con tanto amor, que incluso creía que su pecho iba a estallar en cualquier momento. Habían noches en las que permanecía despierta a causa del insomnio y simplemente la observaba dormir. Para ella, la existencia de Anne era un milagro. El más grande milagro que podría haber llegado a su vida.

El viaje duraría casi tres horas, por lo tanto, Anne decidió dormir un poco más. El asunto que Larissa tenía que resolver se trataba de la visita anual al único horfanato para niños y adolescentes excluidos de la ciudad. Una de las tantas fundaciones que apoyaba y financiaba, por la cual sentía un vínculo y una conexión muy estrecha.

Anne —tomó su mano y dejó un beso en el dorso, intentando despertarla, pero ella solo se removió y giró el rostro hacia el otro lado—. Anne —insistió—. Ya hemos llegado.

Ella al fin abrió los ojos y volteó a verla, dedicándole una sonrisa perezosa. Se deshizo del cinturón y ambas salieron. Anne observó el pequeño edificio que se alzaba ante ella. De paredes blancas, con una placa en una de ellas y con ventanales, pero no tan grandes como los de la academia. A su encuentro salió una mujer mayor, con el cabello completamente blaco y pequeñas arrugas en el rostro.

Buenos días, Señorita Weems —su voz era suave y afable, con un marcado acento inglés, que a pesar de los años no había desaparecido. La saludó con un abrazo y un beso en la mejilla, hasta que su atención se centró en Anne—. Buenos días, señorita —le dijo también, pero extendiéndole la mano solamente.

Buenos días —se limitó a decir.

Clarisse, ella es una de las maestras de Nevermore —habló Larissa, mientras la observaba con su sonrisa característica. Elegante pero cálida al mismo tiempo—. Anne Greenwood. Y además, es mi novia.

𝒟ℯ𝒿𝒶𝓂ℯ 𝒸𝓊𝒾𝒹𝒶𝓇 𝒹ℯ 𝓉𝒾  / ℒ𝒶𝓇𝒾𝓈𝓈𝒶 𝒲ℯℯ𝓂𝓈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora