Huir es mi meta y objetivo, nada ni nadie se va a interponer en ello. Mucho menos el escuchar que no hay salida, que no hay escape.
Yo deje atrás algo por lo que seguir y no importa que tan verdes sean los ojos de ese hombre egocéntrico, que me reco...
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Sadasha
Corro, corro como mis fuerzas lo permiten, hasta llegar a la cocina. Elena me ve, su ceño se frunce y mi pecho agitado por el maratón no se relaja. Sus pasos suenan en el piso y yo tomo un vaso de agua tratando de evitar lo inevitable.
—¿Dónde estabas? —me exige saber esa voz avejentada de espaldas a mí.
Me giro y veo su rostro lleno de arrugas furioso por causa mía.
—Lo siento... —digo y trato de acercarme a su oído lo más que puedo para susurrarle—, estoy con el período y me duele mucho el vientre por los cólicos.
Pongo ojitos tratando que se compadezca de mí y que entienda que estuve huyéndole al trabajo por el dolor.
—Te guardé la cena en una bandeja, sígueme.
La sigo hasta llegar al comedor vacío, veo la única bandeja de plata sobre la larga mesa, desde mi lugar apenas es perceptible el final. Mis ojos se cristalizan al ver ese gesto, por más mínimo que sea para mi significa muchísimo. Su rostro detalla el mío y veo una leve sonrisa en su amargado rostro. Sin esperarlo me le lanzo arriba y la abrazo.
—Gracias Ele —le susurro con voz entrecortada y cargada de sentimiento.
La única persona que antes había hecho eso por mí, creo que está muerta pues desde que salieron por la puerta de la casa nunca más regresaron. Me pone muy sentimental que alguien se tome el tiempo para aunque sea guardarme un poco de comida.
Ella solo pasa mi mano por la cabeza como consolándome, no debo ser la primera chica por la que haga esto aunque, no obstante nunca está con ninguna otra alrededor.
—Cuando termines organízalo todo, voy a descansar —me dice y me separo asintiendo.
Cuando sale a su habitación, me siento con ganas a comer pues desde el almuerzo no cae nada en mi estómago y son más de las ocho de la noche. Ceno y limpio todo lo que ensucié hasta llegar a los dormitorios, todo está oscuro y en silencio, niguna está despierta.
Debe ser el cansancio lo que hace que apagues tu sistema nada más que toques la almohada. Me acerco a la cama y en mi visión están unas toallas pequeñas envuetas sobre la cama.
¿Habrá sido Elena? ¿No me dijo que iba a descansar?
Esa viejita está ganandose mi cariño. ¡Diosss gracias! Sin hacer el mínimo ruido me cambio en el baño el trapo por una toallita y, respiro con tranquilidad antes de poner la cabeza en el colchón pensando que, tal vez sea la última noche que pase viva.
***
Llevo cinco días casi que escondiéndome de el príncipe. Evito salir a los lugares que quizás me hagan verlo, milagrosamente aún estoy viva, han pasado cinco días y aún no cuelgan mi cabeza en el comedor de los esclavos.