21. Gran y poderoso rey Bakugo

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Me encontraba en un espacio lleno de hierba. Todo era fresco, tanto el olor que emanaban las hierbas como el que daban los árboles, frío y natural.

Estoy más tranquila después de todo lo sucedido. Todos esos pensamientos me aturden no lo niego pero, siempre para no sentirme mal por ello trato de olvidarme de ellos como si no hubieran pasado, no les doy la importancia necesaria. Con el tiempo lo olvidaré.

Estaba tan concentrada en como el viento mecía las hojas de los árboles que escuché la voz de alguien.

Mire hacia los arbustos y me acerqué con cuidado para no hacer ruido. Me agache e hice a un lado las hojas para ver atrás vez de ellas.

Estaba Felino ahí, tenía una posición de ataque, enseñando los dientes, la cola parada y en la parte final algo enroscada, sus garras se lograban ver aún estando a una distancia no muy larga, estaba muy enojado.

Felino gruñó y lanzó un rasguño al aire.

—Maldito miv inútil.—dijo una voz varonil.

Incliné más mi cabeza para tener más imagen de lo que sucede y me encontré a Katsuki agachado mientras se sobaba la mano.

Reí internamente y salí de los arbustos. Los dos me voltearon a ver al mismo tiempo.

Felino corrió a mi lado y yo lo tomé en brazos.

—¿Qué sucede? ¿No está siendo amable contigo?—le pregunté a Felino.

—Ese inútil miv se robó mi comida.—soltó Bakugo—. Me lo voy a llevar y lo voy a asar para comérmelo.

—Ey, no hables así de él.—dije mientras lo aferraba más a mis brazos.

—Yo hablo como quiero y créeme que lo voy a disfrutar así como él disfruto de mi comida.

Se paró y agarró su lanza para avanzar hacia mi, tenía los ojos bien puestos en su objetivo, en Felino.

Puse una mano en su pecho para que se detuviera.

Oye oye, dame mi espacio personal.

—Y tú dame al miv.

—No te lo daré.

—No te pregunté.

En eso me quito el brazo de encima y se acercó a Felino. Felino saltó de mis brazos y se perdió entre los arbustos.

—¿Ves lo qué haces? Lo asustas.

—Idiota.—gritó—. Dejaste ir mi comida.

—No es tu comida.—puse los ojos en blanco—. Por eso los animales te odian.

—No me odian.

—Uy si, esa cicatriz en tu pecho no dice lo mismo.

Él entre cerró los ojos mientras me miraba.

—¿Y tú qué sabes de ella, eh?

—La vi, tonto, es muy grande.

Alzó las cejas.

—La cicatriz, idiota.—me sonrojé de la vergüenza.

Se acercó más a mi y cruzó los brazos. Su aura autoritaria y temible se sentía cada vez más que hasta daban ganas de retroceder.

Pero no lo hice y me mostré neutra.

—No me digas, los extras te lo contaron.

—No —imité su acción cruzándome de brazos—. Yo estuve allí. Realmente eres un tonto como para mover su tierra.

Dulces traiciones  (Katsuki Bakugo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora