¿Por qué diablos me levanté de la cama?
No lo sabía. Y me lo volví a preguntar dos segundos después de haberlo hecho. ¿Por qué me levanté de la jodida cama?
Esa mañana, podríamos decir que ya las estrellas estaban alineadas y enviándome señales de que iba por el camino equivocado, pero yo no lo vi y continué caminando hacia la universidad. Todos los rostros se giraron hacia mí en el momento en el que abrí la puerta del aula y me sonrojé, maldiciendo al despertador por no sonar. Esa fue la primera maldición del día.
¿La segunda? Cuando fui despedida de Sweet y deposité de mala gana el delantal encima de la barra. Delante de mi antiguo jefe. ¡Qué te jodan!, quise decirle pero tan solo llegó a ser un pensamiento. Tampoco era el fin del mundo. Podría conseguir un trabajo mejor, que se adaptara a los horarios de la universidad. Con mis casi diecinueve años tendría una lista de trabajados debajo del brazo, podía conseguir uno en menos de un mes. Podía seguir pagando el alquiler sin tener que recurrir necesariamente a mis padres.
Sin embargo, todas las razones que me hacían seguir caminando se desvanecieron cuando llegué a la fachada beige del edificio precintado: he aquí la tercera maldición del día. ¡A la que están jodiendo es a ti, Lea!, pensé subiendo los escalones de dos en dos. El bolso que colgaba de mi hombro llegó a mi mano y colgó de mis dedos hasta el segundo piso. Mi pecho subía y bajaba, mis manos comenzaron a sudar levemente.
Las dos casas que había en ese rellano estaban abiertas. De par en par. Y sudé frío por dentro y después por fuera. Una luz amarilla bañaba parte de los azulejos medio sucios del suelo y entré cuando escuché la voz de Tessa.
-¡No!, no, no. Ese no era el trato. Sí, lo sé. Mira, vale, haz lo que te dé la gana. También es tu casa-. Entré totalmente en la casa y subió una mano hacia mí. No supe qué otra cosa hacer y paré en seco.-Lo entiendo. Sí, lo entiendo. Supongo que por ahora...habrá que acomodarse, cariño. Que sí. Adiós.
Mis ojos azules se encontraron con los míos y fue ella la primera en hablar después de suspirar.
-¿Vienes a despedirte? Pensaba que llegarías más tarde del trabajo por eso no había subido a verte. ¿Qué vas a hacer?
-¿Por qué hay una cinta rodeando el edificio? Acabo de llegar.
El móvil contra la madera de la mesa resonó entre las cuatro paredes anaranjadas y se me acercó.
-Vinieron los del ayuntamiento-.Fue lo único que fui capaz de escuchar antes de notar el corazón escalándome la garganta. Los ojos claros de la mujer que llevaba cuatro meses ayudándome se abrieron cuando me acerqué y su pecho azabache se difuminó cuando la vista se me empañó.
Desbloqué por sexta vez el móvil y admiré cómo habían pasado dos minutos. ¡Genial! Dos minutos menos para pensar qué hacer con mi vida.
-Robert tuvo un accidente en la cocina...Ya sabes cómo es el hombre y vinieron los bomberos. Por suerte el fuego no llegó a subir demasiado pero, el caso fue que aparecieron unos inspectores de Capitol Hill. Al parecer, el edificio no había pasado su última revisión. Está en ruinas.
En un primer momento, me reí. Me había reído después de casi marearme y es que, estaba tan nerviosa hace dos horas. Dos, que se convirtieron en tres cuando el sol se puso por la bahía Eliott. Todo tiene solución en esta vida, fue lo que me dijo, acariciándome la mandíbula. Lo creía pero ¿ahora?...ahora era cuando necesitaba creérmelo realmente.
Me levanté volviendo a coger el bolso del banco. Me dirigí a la 4th Avenida, a Downtown y no sabía que me impulsaba a ir. Solo sabía que necesitaba escuchar algo que viniera de él, que me hiciera ver que todo no estaba perdido, que no tendría que volver a Atlanta, que no tendría que recurrir a la cuenta bancaria de mis padres.
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Durmiendo a su lado
Romance¿Qué se supone que tienes qué hacer cuando no tienes casa ni trabajo? Eso me pregunté yo. ¿A casa de tu mejor amiga? Imposible. Dafne compartía piso con unas cuatro chicas más, además de su novio, Louise. ¿Vas a donde vive tu novio? Ummm... tampoco...