Era sábado.
Mierda.
Generalmente, ese día era uno de los mejores de la semana. Por no decir, el mejor. El sábado siempre era el día perfecto junto a Andrew pero, ahora que él no está...Este día no valía la pena.
Me levantaba al mismo tiempo que él y desayunábamos juntos como si tuviéramos que ir a la universidad. Desayunar juntos era lo mejor para iniciar el día de manera perfecta. Cuando terminábamos de desayunar... uh, perdón, besayunar, según Andrew.
Cuando besayunabamos, se iba al taller. Yo aprovechaba y hacía algo en casa, ya era limpiar o poner la lavadora. Esa era mi mañana. Después por la tarde, estudiaba o adelantaba algunos trabajos. Andrew me recogía en el restaurante a media noche o yo lo buscaba a él cuando habían reservas especiales en Deliciuos.
El sábado terminaba de la misma forma que había empezado. Sus besos eran mi último aliento y me sentía la persona más feliz del mundo cuando me recostaba en la cama, sintiendo su respiración en mi cuello. Sus manos en mi cintura, acercándome a él y situándose en el centro de mi estómago, haciéndome cosquillas dentro de la camiseta de dormir.
Esos sábados si eran para recordar.
Pero, no. Al final, la muralla que habíamos construido de felicidad se había derrumbado.
Este sábado era un asco de principio a fin. Sola, me sentaba en la mesa de la habitación a estudiar.
Cuando toqué el suelo con los pies eran las once y media. Suspiré sabiendo que se me había ido el desayuno buffet. Me arreglé lo más rápido que pude y fui a la primera cafetería que encontré. Tully's era especial en esos momentos y aunque prefería un Starbucks, Tully's no me molestaba.
El olor a cafeína llegó a mí en cuanto pisé su suelo de baldosas blancas. El ruido me despertó y animó.
Me senté en la primera mesa que estaba desocupada. La carta estaba enganchada detrás de las servilletas. La cogí y al instante mis ojos se desplazaron hasta arriba.
La camarera me observaba detenidamente con una sonrisa. Su uniforme también era un delantal pero no era negro. Era marrón suave, casi blanco. Su cola de caballo se ondeó cuando la llamaron de la barra.
-Un sándwich mixto y un café espresso.- me sonrió, apuntándolo en una pequeña libretita en la palma de su mano.
Miré a mi alrededor, dándome cuenta que era una de las pocas personas que se encontraban solas en aquel lugar. Bajé la mirada y agarré rápidamente el móvil, en cuanto sonó, sabiendo que era él.
Te veo a las cuatro y media. ¿Puedes?
La sonrisa permanente en mi cara, me hacía entender que todavía él podía controlar mi estado de ánimo. Sentí como si todo empezara de nuevo. Los mensajitos entre Andrew y yo eran algo del día a día anterior. Algo de la vida anterior donde yo todavía tenía una casa y sus besos, no eran una necesidad...
Me mordí el labio para no seguir sonriendo al móvil sin sentido. Suspiré, volviendo a leer el mensaje. El emoticono de la pareja dándose un beso, apareció segundos después. Sonreí aún más y solté una carcajada inesperada, enfadándome al instante, por no recordar sus palabras en ese momento. No debía sonreír, ¿cuándo lo entendería?
Si. ¿Dónde nos vemos? ¿Estaremos mucho tiempo? Recuerda que tengo que trabajar a las seis.
Le di enviar y mi corazón se aceleró, esperando su respuesta. No le quité el ojo a la pantalla táctil hasta que la camarera regresó, entregándome el sándwich y el café, poco después.
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Durmiendo a su lado
Romance¿Qué se supone que tienes qué hacer cuando no tienes casa ni trabajo? Eso me pregunté yo. ¿A casa de tu mejor amiga? Imposible. Dafne compartía piso con unas cuatro chicas más, además de su novio, Louise. ¿Vas a donde vive tu novio? Ummm... tampoco...