En la aplicación de Maps del móvil, ya aparecía ocho direcciones diferentes de Seattle y leí mi propia realidad y frustración a través de la pantalla. Me llevé el dedo pulgar a los dientes y empecé a mordisquearlo entre tanto gentío que sí tenían un destino fijado. El mío estaba en blanco; sin embargo, según el móvil, había pateado la ciudad del norte a sur.
Una oferta de camarera surgió de la nada cuando le di a refrescar a la web de trabajos y me emocioné por cinco segundos. El puesto estaba situado en Lynnwood y Lynnwood no estaba en Seattle. Por lo cual, me vi refrescando la página nuevamente y fruncí los labios.
Levanté la mirada al cielo, al pequeño trozo azul que se apreciaba entre tantos rascacielos.
Me uní al vaivén de la multitud y proseguí caminando sin mirar el mapa de Dafne. No pasaban de ser las seis de la tarde, la oscuridad se empezaba a ceñir sobre la ciudad. Pero, continué guiándome por el azul del cielo, entrando y saliendo de lugares que absorbían esa luz que yo necesitaba.
El sol se reflejaba en los ventanales de cada casa y cuando llegué al metro y no pude subirme, me vi pensando en pedirle a Andrew que me enseñase a conducir. No, mejor no; mejor que lo hiciese Louise o Simon. Seguramente Simon iba a fruncir el ceño cuando se lo dijera, para luego decirme que el carnet en ciudades como aquella era algo innecesario. Y tenía razón: todo lo que había que esperar en los atascos no recompensaba el poder ir a donde yo quisiera.
Cuando la mujer por la bocina anunció la parada anterior a la de Andrew, me vi traspasando las puertas antes de que se cerraran. No conocía demasiado aquella zona; más bien las calles eran algo que me sonaban de pasada, como un reflejo rápido.
Caminé por la larga avenida, queriendo hacer tiempo, queriendo aplacar la vergüenza y el corazón alborotado cada vez que pensaba en lo que le diría a Andrew. ¿O me echaría él primero? Sabía la respuesta, y me sorprendió no dudar de la negativa, no dudar de él y me pregunté cuánto podías conocer a una persona en tres meses.
Me entretuve más de lo necesario en una tienda de zapatos, dando vueltas en círculos entorno a los mostradores hasta que la dependienta me preguntó si no encontraba lo que buscaba y quise decirle que ni siquiera sabía lo que buscaba. Me halla tan perdida en aquellos días como lo estaba entre botas de tacón alto y zapatos tan planos como una tabla.
Me deshice de la dependienta, diciéndole que solo estaba mirando. ¡Qué típico! Y volví por donde había entrado, siguiendo la dirección de los coches y recorriendo las calles intentando ver lo positivo de no haber recibido ninguna llamada aceptándome en algún empleo.
Llegué a la puerta del edificio y esta vez el vecino majo que me abrió la puerta no llegó. Mi dedo apretó el timbre deseando que Andrew lo escuchara y me abriera, pero a los pocos segundos supe que no había llegado: continuaba en casa de Samantha y yo... ni siquiera sabía dónde vivía ella, pero, aunque sí supiera la dirección, de qué me serviría.
Un gélido escalofrió recorrió mi columna cuando apoyé la espalda en la puerta. Otro suspiro estremeció a mis labios, mientras mi bolso caía en mis pies. El cielo azul ya no estaba; en su lugar, una capa negra rojiza cubría a la ciudad y pensé que el karma no podía llegar a ser tan capullo.
La parte trasera del móvil estaba fría debido a la botella de agua y la saqué, bebiendo y sintiendo la garganta rasposa. Carraspeé para nadie y entré en la agenda del móvil, riendo al ver el primero que me aparecía. ¡Hasta el móvil me recordaba que pensaba en él antes que en nadie!
Y volví a preguntarme hasta qué punto podía conocer a una persona en apenas tres meses.
Andrew nunca se había mostrado parlanchín, nunca había comenzado una frase diciendo 'me gusta...' o 'prefiero...'; nunca me había hablado de su familia, ni de su vida antes de que Dafne y Louise empezaran a salir, ni siquiera hablaba de Samantha conmigo y supe que, quizás, esos datos eran algo insignificantes, dado que creía conocerlo tan sólo con mirarlo, saber lo que le pasaba con solo un vistazo.
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Durmiendo a su lado
Romansa¿Qué se supone que tienes qué hacer cuando no tienes casa ni trabajo? Eso me pregunté yo. ¿A casa de tu mejor amiga? Imposible. Dafne compartía piso con unas cuatro chicas más, además de su novio, Louise. ¿Vas a donde vive tu novio? Ummm... tampoco...