ANDREW
-A mí, ahora, tú también me das pena.
Hubiera sonreído, incluso me hubiera reído si mi cuerpo no reaccionase al suyo de manera poco apropiada. Y, por ello, no pude detenerme. Fue como un impulso real e inevitable, fue como... cruzar la calle corriendo sin dejar de calcular la distancia que te separa del coche que puede atropellarte. A mi me iba a atropellar. En palabras más claras: el coche me iba a matar porque Lea, hasta ese momento, nunca me había dado una señal..., un algo que me hiciese dudar. Sin embargo, ahí estaba yo, tomándola de la mano y acariciándole la cara como si no tuviera todas las de perder.
¡Por Dios! La iba a perder. Iba a pasar de observarla a una distancia normal a observarla desde la otra punta del campus. La estaba cagando, sabía que la cagaba, pero tenía que hacerlo: tenia que cruzar la calle.
La miré. Sentía el miedo, el nerviosismo propio de un niño en Halloween, pero su rostro me impulsaba, tiraba de mí como el canto de las sirenas en Piratas del Caribe: en mareas misteriosas. E hizo lo que no me dejó pestañear ante sus ojos azules y sus labios entreabiertos: me cubrió los hombros con los brazos. Pensé (algo que me sorprendió) que esa postura era mejor que tener sus manos en mi pecho, dado que, ahora, estaba más cerca y que ya no podía ser testigo de cómo me palpitaba el corazón.
Sonreí y crucé la calle sin morirme porque terminé cortando la distancia: la besé. Lo que notaba por dentro parecía sacado del mundo ideal de Aladdin. A pesar de todas las tonterías que me ocurrían cuando Lea Sanders estaba cerca nunca me había puesto a pensar en sus labios y, ya que estamos hablando de eso, tampoco me había percatado en cómo la besaría y en lo que ocurriría después.
Se me dispararon las constantes vitales. Vale, bien, la estaba besando, pero ¿y ahora?
En un primer momento, la tomé de ambas mejillas. No sabía por qué, pero sentir cómo su boca se movía al son de la mía me volvía loco. Los cables de mi cabeza se entrecruzaban y podía percibir la electricidad. Trasladé mis dedos hasta su cuello y el beso, inocente y tímido, me sacó de mis casillas. El cuerpo... todo el cuerpo me exigía quitarle (y quitarme) toda la ropa, deshacerme de ella en un segundo inundado de deseo. Esto era consecuencia de llevar cerca de cinco meses mirando a esta chica con ojos brillantes, con unas ganas que no se apaciguaban a medida que pasaban los días. Al principio, Lou ( y yo me lo repetí como un mantra) decía que lo que sentía por Lea era el típico encaprichamiento que sentimos en un primer momento por alguien que nos atrae y se convierte en nuestro amigo. ¡Joder!, esto le había ocurrido a Rachel con Joey al comienzo de Friends.
Nos separamos y volvía a cuestionarme el ¿y ahora qué?
El color de sus ojos me recordaba demasiado a un lago al que solía ir cuando aún vivía en casa de mi madre. Era un azul claro, despejado de sentimientos amargos y, por ello, me enganché a ella un poco más. Se mostraba tímida, como si quisiera disculparse por lo ocurrido, como si hubiera sido un error el beso y yo volviera a ser el simple amigo llamado Andrew.
Volví a besarla, necesitando que supiera que aquello de error no tenia nada. Necesitaba que supiera que no era mi amiga, que nunca lo había sido y nunca lo iba a ser. Necesitaba que supiera que todo lo que hacía, lo hacía por ella porque necesitaba que estuviera bien.
-Era mentira. -le dije, comencé aclarando las cosas. Era una broma: yo lo sabía y ella también, pero necesitaba decirlo todo con palabras, sin dejar nada a su imaginación. Las bromas serían bienvenidas en otro momento.
Esto implicó una breve pero intensa (para mí) conversación sobre el desayuno y el maldito café azucarado que veía cada mañana. Ella sonreía cada vez que hablaba y se me aceleró el corazón al pensar que no lo había jodido del todo. La tomé de la cintura y noté que se me disparaba todo por dentro mientras Lea continuaba esperando una respuesta o algo por mi parte.
-¿Ah sí?- le dije totalmente inconsciente.
Mi siguiente fantasía era besarle la piel que irradiaba calor por los cuatro costados. No quería hacer ningún movimiento en falso; es decir, el miedo me dominada a la par del deseo, la posibilidad de que Lea me apartases de repente y me golpease zumbaba a mi alrededor como una mosca. Pero tuve (necesité) regarle el cuelo de besos lentos y cargados de deseo, de ganas contenida y acumulada.
Mis labios, fríos a causa del agua, se contagiaron de la calidez de su cuello y, tomándome por sorpresa, me besó. Y creo que no hace falta decir que le correspondí como debía. El pulso acelerado como un tren de alta velocidad me martillaba la muñeca, el cuello y el pecho. Pensé que iba a explotar porque me sobraban las ganas de abrazarla, de subirla a la encimera de la cocina y sentir más allá de sus labios y la piel expuesta de su cuello, pero debía ir con calma. Era Lea, y debía disfrutar aquello como si nunca más pudiera besar a nadie más.
Pero, sonó el timbre. A regañadientes me separé del cuerpo de Lea. De pronto volví a tener ocho años y mi madre me llamaba para comer obligándome a dejar mis juguetes. Así me sentí y rápidamente rectifiqué en mi mente: Lea no era mi juguete, Lea era ese amor platónico que sabes (y eres consciente) que jamás te mirará del mismo modo.
¿Había dicho que todo me parecía sacado de un mundo ideal de Aladdin? Vale, pues cuando abrí la puerta sentí una de las típicas tormentas que arrasaban el desierto. ¡Joder! Samantha. ¡Mierda! ¿por qué me sorprendía? Era lo normal en el mundo real de Andrew.
Es Samantha, capullo. Espabila.
Mis pensamientos iban y venían como un correcaminos en una rotonda y ese instante pensé que había pasado del engaño mental a ponerle los cuernos de verdad a mi novia. A Samantha, a mi mejor amiga, a la chica que me había acompañado desde que tenía uso de razón. Había traicionado a la única persona que sabía cómo me sentía respecto a la muerte de mi hermana Amanda. ¿Puedo sentirme peor? No.
El beso de Lea pasó de tenerme en las nubes a tenerme en el suelo. ¡Maldita sea!, había sido alucinante, pero Sam no se lo merecía. De esta manera no.
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Durmiendo a su lado
Romance¿Qué se supone que tienes qué hacer cuando no tienes casa ni trabajo? Eso me pregunté yo. ¿A casa de tu mejor amiga? Imposible. Dafne compartía piso con unas cuatro chicas más, además de su novio, Louise. ¿Vas a donde vive tu novio? Ummm... tampoco...