Capítulo 21: viajes trágicos.

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Tenía muchas ganas de ir a visitar a mi familia a Greenfield, la idea principal era ir con las chicas y mis hijos. Pero no lográbamos encajar con los tiempos, por lo que decidí ir solo. Apenas volví de Nueva York, me fui. Pero antes debía colaborar con las chicas para pintar la habitación de mis hijos.

Habíamos decidido que las paredes en la casa de ellas iban a ser beige y con un oso pintado entre medio de las cunas. Así que así la pintamos, y luego me puse a armar los muebles junto con Marilyn. Tardamos bastante la verdad, pero al ver el resultado valió completamente la pena.

Mi madre me había contado que el estado de mi abuela había empeorado mucho desde su diagnóstico en octubre. Pero no lo creería hasta verlo. Por lo que esta mañana fui a despedirme de las chicas para así poder viajar.

Tomé un par de botellas de agua congeladas para poder soportar el calor del verano en la carretera y salí rumbo a Greenfield.

Llegué a casa cerca del mediodía, saludé a mamá y a papá, nos quedamos hablando un rato, hasta que pedí ver a la abuela. La cual estaba recostada viendo televisión en la que ahora es su habitación, ya que la obligaron a cambiarse de casa a la de mis padres cuando la enfermedad empeoró.

-Mira quién vino mamá.

-¿Y este quién es? –Esas cuatro palabras me destruyeron completamente.

-Es John mamá. –Le aclaró mi madre esperando que me recordase.

-Yo no conozco ningún John, menos uno con esa cara de bobo.

Mamá me miró transmitiéndome comprensión, pero lo entiendo, es una enfermedad lo que padece, poco a poco irá olvidando más cosas. Pero eso no significa que no se me haya hecho un nudo en la garganta, que me inundasen las ganas de llorar al ver como la persona que más amé toda mi vida. Aquella que le había cocido un pequeño bolsillito a mi osito de peluche para regalarme dulces sin que me reten, aquella que me llevaba a pasear por el parque, la que me daba dinero para pagarle meriendas a Mir, o cortaba margaritas de su jardín para que yo se las regalase. La misma que cocinaba mis platillos favoritos, la que me hacía sentarme en sus piernas aunque tuviera diez años. Esa persona, mi abuela, mi abuela se había ido. Ella estaba en frente mío, pero no era ella. Y eso duele peor que un puntapié en los testículos, duele peor que cualquier infidelidad, duele peor que cualquier traición, y duele aún más que el peor dolor físico.

Salí afuera, y rompí en llanto, como lo hacía de niño. Con la diferencia de que ahora no tengo a mi abuela para que me calme, me diga que todo está bien y me dé una cucharada de dulce de manzana y canela casero.

Para seguir disfrutando del dolor, como lo haría un masoquista, decidí ir a visitar al abuelo en la casa en la que vivieron desde que se casaron ambos. Ahora solo él.

-Jony, pasa querido. Qué sorpresa más agradable.

-Hola abuelo Ben.

-¿Cómo van los o las bebés? ¿Te sirvo un vermut?

-Abuelo es la una de la tarde.

-No importa, luego me duermo una siestita y a las tres me reúno con mis amigos a jugar póker. –No pude contener una risa.

-Yo paso, toma tú. Hace un mes nos confirmaron que son dos varones, Mark y Borja.

-Mark y Borja Van Klein, mis futuros bisnietos.

-Mark y Borja Grey Van Klein, abuelo. Decidimos que llevaran el apellido de ambos, y de aquí a unos años nacerá un o una Van Klein Marín.

-Cierto que estás en ese triángulo raro, lo había olvidado. Y hablando de olvidar, ¿visitaste a la abuela?

Más de lo que pensamos llegar a ser (Más que compañeras 2) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora