Capítulo 66: El final

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CLARA RODRÍGUEZ

Los nueve meses de mi embarazo creo que podría resumirlos en una sola palabra: caóticos. No fue el embarazo más tranquilo del mundo ni el más difícil de sobrellevar.

Julio y yo lo tomamos con calma, o por lo menos lo intentamos porque los primeros meses nuestra casa se llenó de cosas para bebés, algunas eran compras nuestras y otras de nuestras familias quienes están tan felices e ilusionados como nosotros. Desde el primer al último día, todas las noches que leíamos juntos Julio acariciaba mi panza, no hubo ni una vez que no lo hiciera.

Yo trabajé hasta el séptimo mes porque aunque quisiera seguir mi cuerpo me pedía descansos más a menudo. Lamentablemente tuve que dejar mi puesto de editora hace unos años para concentrarme en el de escritora, fue algo que me costó pero me terminé adaptando, ahora vendo más de tres millones de ejemplares al año y soy conocida mundialmente.

Brenda nació una mañana de primavera, fue amor a primera vista con ella. Julio y yo lloramos varios minutos seguidos y le agradecimos mucho la ayuda a los doctores. Fue un parto tranquilo y rápido, o por lo menos lo más tranquilo y rápido que puede ser un parto, pero mi hermana tenía razón cuando me dijo aquella vez que cuando tuviera al bebé en brazos me daría cuenta de que no fue para tanto y que el mayor miedo estaba en mi cabeza.

Brenda nos enseñó a ser padres.

Tuvimos días buenos y malos pero todos fueron únicos y maravillosos. Brenda nos enseñó lo que es la paciencia (algo de lo que yo carecí toda mi vida) y reírse a carcajadas sin poder parar, lo que es preocuparse de verdad y disfrutar de lo bueno de la vida.

Brenda fue un punto y aparte en nuestra relación porque nunca volvimos a ser los mismos pero en el fondo... en el fondo siempre somos nosotros.

He logrado dormirla hace dos horas y aproveché ese tiempo para trabajar, últimamente no he podido avanzar mucho con mi nueva novela porque mi hija me necesita casi todo el tiempo, lo que es lógico porque solo tiene unos meses de vida.

Cuando la escucho llorar me levanto de la silla y camino los pocos pasos que me separan de ella y la cuna, la acomodo entre mis brazos.

-¿Qué pasa hermosa? Mamá está aquí. Tranquila.

Pero no logra calmarse, de hecho llora más que antes.

-¿Tienes hambre? ¿Sí? Creo que es eso. Perdóname cariño, mami aún no sabe hacer esto bien pero te prometo que lo intento.

-¡Cariño, llegué!- escucho que grita Julio desde la planta baja.

-¡Estamos en la habitación!

Cuando llega me da un beso a mi y otro a Brenda.

-¿Porqué está llorando?

-No lo sé, creo que tiene hambre. ¿La tienes un momento?

-Claro.

Él deja las cosas del trabajo en el escritorio y la agarra. Yo me saco la remera y me acuesto en la cama.

-Ven, tráela.

Julio me da a nuestra hija quien recibe con mucho entusiasmo el alimento que mi propio cuerpo es capaz de darle a través de mis pechos.

Sonrío mientras la miro.

-Tenía mucha hambre.

-Ya veo- Julio se ríe, se saca los zapatos y se acuesta a mi lado.

-¿Cómo te fue en el trabajo?- le pregunto.

-Bien, tuve días mejores pero no estuvo mal. ¿Y tú?

-No hice nada interesante. Bañé a Brenda, logré dormirla y seguí trabajando con mi nueva novela.

-¿Cómo va eso?

-No muy bien. Aunque es más que nada porque no tengo mucho tiempo de escribir, las ideas siempre me sobran.

-Si quieres un día de estos puedo dar un paseo con Brenda para que puedas escribir, salir con tus amigas, hacer lo que quieras.

-No hace falta, estoy bien.

-Amor.

Lo miro.

-Antes de que naciera Brenda te dije que iba a estar para ti y te iba a ayudar en todo lo que pudiera-me dice- no quiero que dejes de tener una vida propia para dedicarte solo a ella, porque eso no está bien. Yo soy su padre y tengo el mismo deber que tú de cuidarla y de estar presente en su vida. Quizá no puedo amamantarla como estás haciendo ahora, quizá no se sienta tan tranquila conmigo como cuando está contigo, quizá aún no formamos la misma conexión que tienen ustedes ni pueda llevarla en mi vientre nueve meses pero sigue siendo mi hija y sé que puedo pasar tiempo con ella sin que le pase nada. Quiero que sigas viviendo, ¿está bien?

Asiento con la cabeza.

-Gracias.

Me besa.

-No me agradezcas, lo hago porque te amo.

-Yo también te amo Julio.

Él sonríe y acaricia la cabeza de Brenda mientras la sigo amamantando.

A la noche nuestra hija llora y solo alcanzo a escuchar como Julio se levanta y va hacia ella para intentar calmarla antes de quedarme dormida de nuevo.


Cuando soplé las velas de los treinta y seis años, Valentina, mi hija menor, me acompañó junto a toda su familia, mi familia.

Los hijos. Podría escribir un libro entero hablando sobre ellos y quizá algún día lo haga, pero lo que sí sé hoy, siendo la mamá de dos hermosas princesas quienes son iguales a su padre y que me miran con curiosidad con sus ojos color miel, curiosas y ajenas a todo lo que las rodea es que es lo que yo siempre sospeché. Tener hijos es el trabajo más difícil y agotador del ser humano pero también el más hermoso y perfecto, parece casi gracioso que sea tan contradictorio pero así es. Me enseñaron tantas cosas que podría escribir cien páginas más hablando de ellas pero lo voy a resumir en una sola cosa que me pasa a menudo como madre: la nostalgia que se apodera de ti cuando las ves crecer tan rápido y solo eres capaz de pensar "Un poco más, quédense así solo un poco más".

El tiempo no se puede detener pero sí podemos capturar los momentos que vivimos por lo que Julio y yo nos aseguramos de ser una familia que no solo saca fotos en los días importantes como un cumpleaños o un aniversario sino también en los cotidianos, esos son los verdaderamente importantes.

Hoy, años después, me siento frente a mi computadora y escribo el título sin dudarlo: "Lo increíble de ser nosotros", luego sigo por el número del capítulo y su nombre, "Las vacaciones". Y ahí es cuando empiezo a escribir nuestra historia con un poco de nostalgia y felicidad porque sé que aún nos quedan muchas cosas por vivir que no estarán en este libro pero sí en nosotros, serán nuestros recuerdos y solo nuestros.

Guardo este momento en mi memoria y sigo escribiendo, no puedo parar porque el querer revivir nuestra historia es algo que siento muy dentro de mi y a pesar de que no se puede sé que esta es una manera.

Escribo y escribo.

"Estoy tumbada en la arena y el sol me recorre toda la piel, tengo que llevar siempre mis anteojos de sol porque mis ojos verdes no soportan la intensidad que emana."

Esta fue nuestra historia de amor, imperfecta pero hermosa al saber que no se puede repetir. Cuando dejo de escribir ya es de noche y Julio llega del trabajo, escucho que las niñas lo saludan y cuando llega a nuestra habitación me saca lentamente la ropa, en silencio, nuestra nueva normalidad, lo beso, le doy placer, él a mi. Y no hace falta que digamos nada cuando nos abrazamos desnudos en la cama y vemos caer la lluvia con fuerza al otro lado del vidrio.

Porque ambos sabemos que nos amamos y que esto somos, nosotros.

Y que jamás vamos a dejar de serlo.

Lo increíble de ser nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora