Capítulo 32: Vicenza

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JULIO CORTÉS

Hoy es lunes y amanece nublado. Después de almorzar con la familia de Clara salimos a pasear los dos solos por las calles de Vicenza. Miro a mi alrededor y sonrío, apenas llegamos ayer y me está encantando este lugar. Nunca había venido a Italia y ahora entiendo porqué todo el mundo se enamora de ella y de su gente, las personas son demasiado amables. Las casas son diferentes a las que he visto a lo largo de mi vida pero muy bonitas, tienen una fachada antigua con los techos de tejas. Los lugares están lleno de vida con las plantas y los colores que han elegido para pintar los edificios. Pasamos por un puente peatonal que cruza un arroyo hermoso adornado con plantas acuáticas. Las montañas detrás de la ciudad y llenas de nieve forman un paisaje increíble. Nos compramos un helado y nos tomamos de la mano mientras seguimos recorriendo cada centímetro de aquella ciudad.

Cuando un relámpago ilumina el cielo guío a Clara hasta un callejón sin salida y la estampo contra la pared mientras la beso, las gotas empiezan a caer, lo que desata una lluvia fuerte e incontrolable. Justo como lo que estoy sintiendo en este momento, el incontrolable deseo de querer más de ella. Las calles de Vicenza se vacían y solo quedamos ella y yo. Empapados por la lluvia. Con el deseo que nos nubla la razón y nos acelera el corazón.

Seguimos besándonos sin control. Y ya no nos importa nada. Nos desnudamos en aquel callejón solitario, nos tocamos, nos descubrimos, nos deseamos y nos dejamos llevar por las corrientes de placer que recorren nuestros cuerpos al unirlos por una sola razón: el amor. El amor como el comienzo y el final de todo.

Lo increíble de ser nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora