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Nana llegó tan hermosa como la esperaba, con un vestido largo y dorado lleno de pedrería en el pecho. La ayudé a acomodarse en una de las sillas de la mesa e inmediatamente le serví una copa de vino pues, aunque yo no bebiera, sabía que a ella si le agradaba hacerlo de vez en cuando.

Mi abstinencia empezó desde muy joven, gracias a mi padre que, desde niño, me contaba acerca de sus músicos favoritos, desde sus inicios hasta llegada su fama. Y yo, con toda la inocencia característica de un pequeño, quería saber que sucedía luego, la razón de la separación del grupo o la falta de algún integrante.

Tratando de evitar momentos crudos poco comprensibles para alguien de mi edad, me decía que a veces las personas consumían sustancias que los llevaban a momentos caóticos o a desaparecer sin decirle a nadie. Para este momento no tenía mucha noción de la muerte por lo que, en mi cabeza, creía que armaban sus maletas y no volvían más.

Pero al crecer entendí a lo que se refería y lo que realmente hacían estos artistas, se dejaban llevar sin pensar que sus excesos terminarían en tragedia. Por eso, después de probar mi primera cerveza en secundaria, tratando de encajar con los demás y no ser un bicho raro, y ver a mis amigos durmiendo en el piso o vomitando sin parar, decidí no me convertiría en uno de esos músicos adictos.

La mejor manera de lograrlo era alejarme por completo de las tentaciones. Prontamente conocí el movimiento Straight Edge, sintiéndome identificado por un gran grupo de personas y decidí también ser vegetariano.

La historia para Nana era otra, era vegetariana porque desde su nacimiento jamás probó la carne de un animal. Su familia era muy reconocida y querían dar un ejemplo dentro de la comunidad dedicada a la moda. Empezaron por protestar en contra del uso de pieles animales y continuaron por evitar su consumo por completo.

Comimos y charlamos mientras esperábamos la medianoche. Minutos antes decidimos era momento de intercambiar nuestros presentes. Estaba nervioso y no podía seguir guardando la emoción, pero debía mantenerme sereno para que no sospechase nada y no malograr el momento.

Discutimos por un momento acerca de quién debía abrir su regalo primero, cada uno argumentando que nada superaría aquel objeto envuelto en papel de regalo. Finalmente cedió y me entregó algo que a través del envoltorio parecía ser un cuadro. Al abrirlo, quedé completamente pasmado. Cuando dijo que casi nada podría superar su regalo tenía razón, se trataba de un manuscrito de una canción de "Flys", era casi imposible conseguir uno de esos, teniendo en cuenta ya solo quedaba uno de los integrantes con vida.

—¿Dónde lo conseguiste? —pregunté ensimismado

—Por ahí, hablé con alguien, ese alguien habló con otro alguien y aquí está—alardeó—ahora, quiero ver qué es eso mejor que este manuscrito.

Sonreí y le pedí fuésemos al balcón donde podríamos observar las luces de la ciudad mientras la nieve caía, creando un ambiente más que perfecto. Estando ahí, sugerí era mejor cerrara los ojos hasta que le dijera podía abrirlos de nuevo. Me incliné frente a ella y retiré la pequeña cajita que tenía en mis manos.

—Ya puedes abrir los ojos, tan solo no grites—comenté emocionado

—Vamos ¿qué puede ser tan...? —enmudeció al ver el anillo

Me puse en pie mientras Nana cubría su rostro con las manos.

—No es para tanto ¿eh? —dije abrazándola mientras me extendía su mano para colocarle el anillo

—Pensé que no llegaría el día—empezó a decir mientras observaba el diamante en su dedo—hemos pasado por tanto y estoy segura de que no pudiste elegir mejor momento, no puedo creerlo. —me abrazó.

Magenta: Parte IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora