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Después de cada cita con el terapeuta salíamos a caminar y charlar un rato, a veces al parque, otras por un helado a "Markuz" recordando nuestra historia con cierta nostalgia. Todo era diferente ahora, aunque claro, de vez en cuando la prensa se aparecía y arruinaba el momento, pero tan solo sonreíamos y continuábamos en lo nuestro. No había nada que ocultar y eso nos daba la libertad y tranquilidad de salir públicamente sin sentir que hacíamos mal.

Me sentía segura y tranquila a su lado e íbamos a paso lento, como si recién nos conociéramos, pero con la ventaja de ya saber algunas cosas el uno del otro. Esto ayudó a que bajara la guardia y en serio considerara su propuesta de formalizar nuestra relación en algún momento. Lo sentía como un amigo muy cercano, pero al mismo tiempo no podía negar que mis sentimientos por el eran reales e iban en aumento.

Cada tarde Marchad iba por mí a la escuela y me esperaba después de mis ensayos, sabía que conducir no era su actividad favorita, por lo que me sentía especial.

En cuanto a Nich, parecía molesto, tal vez por el poco tiempo que pasaba en casa ya que una de las razones por las que nos mudamos juntos fue para pasar más tiempo de calidad. Lamentablemente no me era posible, y las pocas veces que tenía tiempo libre prefería usarlas para descansar, aunque a veces tocaba a su puerta y nos divertíamos con algún juego de video o viendo televisión y charlando de la vida.

Sin embargo, aunque el trato era implícito y nunca hablamos de ello, ambos sabíamos que Marchad no era bienvenido en el departamento, más que nada para no llamar la atención y porque parecía que a Nicholas no le agradaba del todo.

Decía que estaba feliz por mí, pero que no se olvidaba de todo el daño que me había hecho, por lo que prefería mantener distancia.

Aunque fuese un tipo agradable, según él, no soportaba la idea de verme sufrir una vez más. Por esta razón, el nombre de Marchad casi no se mencionaba, pero cuando se tocaba el tema, Nicholas se convertía en un reportero hambriento de cada detalle.

Aquello no me molestaba del todo, pues necesitaba alguien con quien conversar y sentirme acompañada además que, después le tocaba a él contar acerca de sus salientes y conquistas fallidas.

A veces me preguntaba si iba a la universidad a estudiar o solamente a conocer chicas, pero se hallaba aquí con una beca por lo que de alguna manera se las debía arreglar para sacar notas sobresalientes.

Una noche, a inicios de junio, mientras jugábamos verdad o reto como cuando estábamos en secundaria, escuchamos a través de la puerta del departamento una guitarra con los acordes de una de mis canciones favoritas.

Me puse en pie y caminé descalza hacia la puerta con curiosidad. Al escuchar mejor la voz, conseguí identificar al cantante y supe inmediatamente se trataba de Marchad.

Abrí la puerta y allí se encontraba él. Nicholas me alcanzó enseguida y al verlo, rodó los ojos, resignado, e hizo un gesto con la mano para que pasara a la sala.

Marchad continuó cantando unos cuantos versos más a la par que Nicholas se encerraba en su cuarto.

Sonreí y esperé la canción terminara, era muy linda, no por nada era mi favorita. La letra calzaba perfectamente con nosotros lo que me hizo intuir lo que seguiría.

Fue entonces, que, en mi sala, vestida con pijama y sin zapatos, acepté formalizar nuestra relación. Pasando de ser amigos que se estaban conociendo y salían juntos, a una pareja muy peculiar.

—Sabes que no era necesario hacer todo eso—le dije después de besarlo

—Nunca será suficiente

Sonreí e intercambiamos miradas, realmente estaba enamorada y no podía negarlo más, era aquello que tanto anhelaba sentir, paz, felicidad y un cosquilleo constante en el estómago.

Magenta: Parte IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora