XXXI

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Chase.

Mi corazón palpitaba acelerado por la noticia, mientras trataba de no rompese por completo. Sus manos, su voz, sus ojos, ya no podría apreciarlos una vez más, no, a menos de que me mire en un espejo y ni así la vería a ella.

—¿Qué es lo que sucede?— escuché decir a un hombre que recién despertaba, después de haberme removido en la cama y caminar por todos lados dentro de mi habitación.

—Murió…— fue lo único que mi garganta me permitió decir, sin que el nudo en ella la cerrará. —Casey…— no pude continuar. Mis piernas fallaron, descendieron hasta el suelo, acompañadas de lágrimas incontrolables.

Rápidamente y con notoria preocupación sentí unos brazos rodearme, sosteniéndome con fuerza evitando romperse, para que yo no lo hiciera.

Eliminando nuestro silencio, una llamada llegó, primero se iluminó mi teléfono y al no responder, se encendió el de él. "Teodoro" apareció en ambas pantallas.

—¿Cómo es que lo sabías, si aún no había llamado?— preguntó un poco más tranquilo, tratando de distraerme.

—Lo sentí, un vacío de que algo me faltaba, mucho más doloroso que la primera vez que sentí que la perdía, acompañado de un sueño, donde no podía rescatarla y sabía que era mi culpa— respondí.

—¿Quieres despedirte?— preguntó cauteloso por mi posible respuesta.

—No, pero debo hacerlo— me levanté del suelo, le extendí la mano, mirándolo con los ojos húmedos reteniendo sus lágrimas.

Y cuando la tomó, lo envolví entre mis brazos, sentí su pecho unido al mío y volví a llorar, acompañado en mi tristeza por primera vez.

—Lo siento tanto, se que no habían tenido la mejor historia, pero al menos estaban tratando de mejorarlo…— hice que se detuviera, dejando uno de mis dedos en sus labios. —Yo lo siento mucho, de verdad.

—Lo sé— lo abracé con cariño, aferrándome a su existencia. —Gracias por llegar.

El sol recién salía, escondido entre las nubes, hoy sería un día lluvioso, podía presentirlo.
Miraba los autos pasar, parecían ir tan lento que sentía que al caminar podría ir más rápido que ellos. Los ruidos no entraban en mi cabeza, todo sería silencio si no fuera por una cierta tonada de violín familiar que se repetía una y otra vez.

Al llegar al hospital, pude verlos a todos, reunidos esperando mi llegada. Como si fuera inmediato al momento en que crucé las puertas de cristal, todos se acercaron a rodearme, notoriamente preocupados, algunos con lágrimas y otros simplemente afligidos por la noticia.

El ambiente era melancólico, los doctores hablaban conmigo, mientras me guiaban para reconocer el cuerpo. Sabía que no debía ser yo el que se encontraba bajando entre pasillos, que debía haber llamado a mis padres o haber solicitado que alguien me acompañará.

Hasta que llegué a esa habitación, todo se sentía pesado, las puertas de metal anunciando que no solo yo había perdido a alguien, el ambiente frío y el corazón hecho un nudo dentro de mi pecho me aclaraba qué no era una pesadilla que ella realmente ya no estaba.

—Esto puede ser duro, entendemos si necesita más tiempo— anunciaron aquellos que me guiaban.

—No, no puedo posponerlo más— respondí, sintiendo como mi voz temblaba y su rostro acostumbrado me miraba.

Abrieron una de las puertas, con total firmeza, dejando frente a mi un cuerpo cubierto por una lona, dejando ver la silueta de una mujer debajo de esta. No esperaron para retirarla dejando ver sus rubios cabellos, la piel pálida y el rostro como si durmiera. Era ella.

Entre Las Estrellas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora