5. Ágatha

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A ojos de Ágatha, Jade era una chica flacucha con ropa cara, de esas que veía tan seguido en la universidad y a las que realmente odiaba. No le había hecho ninguna gracia el que se paseara de un lado a otro diciéndoles que debían llamar a los bomberos después del pequeño incidente con el generador de niebla, especialmente porque, según ella, Mat se había encargado de forma magistral de apagar hasta la última llama y no había necesitado más que su camisa y su buena voluntad. No había quedado con más secuelas que unas pocas manchas en la cara y los antebrazos; ella llamaba a eso un éxito rotundo, pero estaba claro que su clienta no compartía sus mismos estándares. Lo confirmó en cuanto vio la cara de asco que ponía cuando acercó a los labios la taza de té que le habían ofrecido. Y eso que ni siquiera tenía tantas manchas de té al fondo.

—Entonces, ¿cuál es tu nombre? —preguntó Ágatha tratando de dejar sus prejuicios de lado por un segundo, pero Jade hacía que las cosas fueran realmente difíciles.

—En tu anuncio de internet decías que lo sabías todo —dijo Jade ladeando un poco la cabeza antes de buscar su celular en la cartera. Lo desbloqueó y fue directamente a la pestaña del buscador que aún seguía abierta— aquí está, Madame Ágatha: pasado, presente y fut...

—Futuro, sí, sí, sí —la interrumpió y por poco la hace tirar el celular al suelo con las palmadas que le propinaba al aire— ¿pero qué clase de adivina sería si desperdiciara mi poder en obtener información tan mundana como el nombre de los miles de clientes que vienen a verme?

Jade entrecerró los ojos con perspicacia y Ágatha supo que no le caería bien por mucho que se esforzara.

—Madame Ágatha prefiere llegar con sus poderes frescos al lugar de la acción —dijo Mat, quien apareció a la derecha de Jade para ofrecerle galletas en un plato. Estaba apostando todas sus cartas con aquella chica, pensó Ágatha, y tenía razón. Mat sabía de sobra que aquel era el último paquete de galletas que les quedaba.

—Me llamo Jade Fuenteclara—terminó diciendo la joven y a Ágatha no le causó ni la menor sorpresa. Era imposible que alguien que arrugaba la nariz de forma tan presumida al primer atisbo de polvo no tuviera un nombre y un apellido igual de presumidos que su actitud.

—Déjame adivinar, Jade, estás aquí por problemas amorosos —dijo Ágatha recargando la espalda en la silla, relajada como si ya tuviera tres cuartos del trabajo hechos— lo veo en tus ojos, se trata de alguien que te gusta.

—No.

Ágatha frunció el ceño ligeramente y volvió a enderezar la espalda.

—¿Quieres que te lea el futuro entonces?

—No.

—¿Espantar enfermedades?, ¿deshacer un amarre?, ¿muñecos vudú?, ¿se metió un fantasma a tu casa acaso?

La mirada de Jade se cruzó con la de Ágatha cuando mencionó esto último.

—Así que de eso se trata.

—No diría que es un fantasma, exactamente —comenzó un tanto dubitativa y avergonzada— nunca he visto nada, pero no puedo evitar sentirme extraña cada vez que entro a la casa.

—Eso suena como un fantasma para mí —contestó Ágatha recargándose un poco más en el escritorio— y va a costarte caro, al menos unos 200.000 por semana, y eso si es que no hay inconvenientes.

—Pero ni siquiera te he dicho...

—Señorita Fuenteclara, usted no cuestionaría la tarifa de un cirujano que la va a operar, ¿cierto?

—No, pero...

—Mi asistente y yo somos profesionales y cobramos lo justo —dijo encogiéndose de hombros— si no puede pagar lo que cuestan nuestros servicios, entonces puede ir a buscar un exorcista que se acomode a su presupuesto.

Mat la miró con los ojos abiertos de par en par y por poco abre la boca también. Aquel era un nivel de osadía nuevo e impresionante incluso para los estándares de Ágatha. Aun con todo su talento, todo eso le parecía increíble, casi tan increíble como la respuesta que salió de los labios de Jade.

—Bien —respondió con decisión y con los brazos cruzados frente al pecho— pero pagaré una mitad ahora y la otra mitad cuando el trabajo esté listo.

También Ágatha se había cruzado de brazos y ambas se miraron fijamente como en una guerra silenciosa en la que ninguna de las dos movía un músculo y aún así parecía que estaban a punto de destruirse mutuamente.

—Bien —terminó diciendo Ágatha después de darse cuenta de que tal vez esa sería su última oportunidad en mucho tiempo— tenemos un trato.

Si jugaba bien sus cartas, no solo podrían comprarse un sándwich de jamón y queso para cada uno, sino que podrían comprarse el almacén entero. Las niñas de buena familia se notaban desde kilómetros, pensó Ágatha sin pasar por alto ninguna de las cosas que formaban el conjunto que tenía delante. Cabello castaño impecable, ojos claros y un cuello largo de piel tersa adornado con un collar de perlas y ropa de buena calidad. Todo en Jade decía que tenía dinero; dinero que les vendría muy bien a ella y a Mat.

Cuando ambas jóvenes se dieron la mano, Mat sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas de satisfacción. Tenían un cliente, y no uno cualquiera, sino uno que estaba dispuesto a pagar una gran suma de dinero y que sacaría a su empresa de la pobreza absoluta.

—Los veo en Estación Central el lunes a las 9 de la mañana —dijo Jade poniéndose de pie y volviendo a agarrar la correa de su cartera— vamos a tener que viajar en tren.

—Normalmente tomamos la micro* —dijo Ágatha.

—La casa y la entidad que la habita están en Pomeral, a varios cientos de kilómetros al sur de Chillán y dudo que haya una micro que llegue hasta allá.

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*micro = el microbús. Ni idea de por qué es "la micro" y no "el micro" :D

El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora