48. Ágatha

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Retiró los trozos de goma de borrar que habían quedado en el papel en medio de sus apuntes en letra manuscrita tan pequeños y delgados que parecían patas de araña. Ágatha se llevó el portaminas a la boca y mordisqueó el extremo antes de volver a posar la punta sobre el papel, pero arrepintiéndose un segundo después. Si no se había dado por vencida todavía era porque se había escapado de la recolección de gusanos con Mat en el jardín precisamente con la excusa de planear su siguiente movimiento. Si no conseguía tener una buena idea que los sacara a ella y a su amigo de esa situación más ricos de lo que habían llegado, entonces no le quedaría de otra que pasarse el resto de la tarde trabajando al sol con insectos asquerosos.

Se llevó ambas manos a la cabeza para tironear de sus cabellos rizados que se enredaban con solo mirarlos mientras intentaba pensar. Hasta ahora tenía muy poco a su favor: una arriesgada misión a cuestas y dos cartas que se habían escrito con un mes de diferencia que no decían más que cosas vagas.

Si Eduardo Fuenteclara segundo planeaba dejarle realmente el gran tesoro de los Fuenteclara a alguien de su familia, ¿no habría sido mejor que dejara también instrucciones claras para encontrarlo?

Ágatha descubrió que llevaba casi un minuto trazando líneas sin sentido sobre el papel. Luego soltó un gran resoplido antes de dejarse caer sobre la mesa. Si cerraba los ojos podía pensar mejor.

El fantasma que los había encerrado en el ático hace unos cuantos días era el mismo que había escrito las cartas. Era el tío de Jade y, según ella les había dicho más tarde, también el padre de Alan, quien había muerto hace menos de un año atrás.

—Como si todo esto no fuera suficientemente complicado —dijo en voz alta mientras frotaba la goma entre los dedos.

El único que sabía algo sobre aquel condenado tesoro era precisamente el hermano que había muerto. Ágatha no pudo evitar preguntarse si Eduardo II la odiaría a ella también por estar relacionada con Jade o si es que conocía sus intenciones con respecto al tesoro. También se preguntaba si podría hablar con él a solas para preguntarle directamente, aunque aquello parecía incluso más peligroso que todas las cosas que habían hecho hasta ahora. El fantasma de Eduardo II no solo estaba de malas porque una jovenzuela se había quedado con la herencia de su padre, sino que también se retorcería en su tumba si llegaba a enterarse de que además tenía a dos exorcistas pisándole los talones para conseguir el dinero que de seguro le correspondía al resto de su familia.

La joven detuvo el tren de sus pensamientos un segundo antes de que comenzara a sentir dolor de cabeza para ver la lista que había escrito cuidadosamente en su cuaderno:

Descubrir la identidad del fantasma. Hecho

Extorsionarlo para que le dijera dónde tenía oculto su tesoro. Pendiente.

Huir a una isla desierta para ser la reina de un nuevo país. Pendiente también.


Siempre le había gustado soñar en grande, pero esa era la primera vez que no sabía hacia donde debía avanzar.

Lo único que había escuchado hasta ese momento era el sutil tic tic de un reloj en una de las habitaciones sumado a los trinos de las aves en el exterior. Los pasos de Jade acercándose la hicieron salir del trance en el que se había quedado y lo primero que hizo fue girar las páginas de su cuaderno hasta llegar a una en la que había dibujado un pentagrama junto a unas runas que en realidad no sabía cómo leer, pero que miraba tan concentradamente que nadie se habría atrevido a interrumpirla. Nadie excepto Jade.

¿Cómo sabía que era ella? Muy simple. Solo bastaba con oler aquel perfume carísimo que siempre usaba y con el cual de seguro habría podido pagar un semestre entero en una universidad.

—Ágatha, qué bueno que te encuentro —dijo al entrar en el comedor— ¿estás ocupada?

—¿Qué no ves que estoy estudiando? —dijo sin levantar la mirada de sus apuntes— ese fantasma no se va a exorcizar solo.

—No, por supuesto —respondió ella tratando de ver sobre los hombros de la otra chica— ¿Sabes qué estaba pensando?

—Soy exorcista, no telépata.

—Ya que hemos trabajado tanto en esto del exorcismo —comenzó a decir haciendo todo lo posible por pasar por alto cualquier comentario, aunque Ágatha le hacía las cosas muy difíciles— nos merecemos un descanso. Salir un rato a algún lugar tú y yo solas. Ya sabes, tener una tarde de chicas.

Ágatha no pudo evitar levantar una ceja llena de desconfianza. ¿Había escuchado bien? Jade Fuenteclara le estaba proponiendo salir un rato a solas y solo para divertirse. Aquello era incluso más extraño que todas las apariciones de fantasmas que habían presenciado.

—¿Qué hay de Mat?

—Mat está ocupado juntando gusanos —respondió Jade— apuesto a que ni siquiera se va a enterar de que salimos, ¿Qué dices?

De pronto su teoría de que su anfitriona era una bruja malvada que planeaba comerlos reapareció en su mente.

—¿Y qué gano yo si es que voy?

—Bueno, vamos a tomar café o algo así —respondió ella frunciendo ligeramente el ceño. Si el plan de Gaspar para juntar a sus amigos funcionaba, el fantasma quedaría con una deuda pendiente con ella, pensó indignada. Era la primera vez en su vida que tenía que insistir tanto para conseguir ir a tomar café con alguien.

—Más vale que tú invites —dijo Ágatha antes de ponerse de pie y caminar hacia su habitación para buscar sus cosas mientras Jade solo pudo verla desaparecer por el pasillo con un único pensamiento en mente: si pasar cinco minutos a solas con Ágatha era difícil, no veía cómo es que pasaría una tarde completa a su lado.

Gaspar le debía un gran favor.


El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora