67. Jade

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Había pensado que salir a dar un paseo por el pueblo sería una buena idea para despejar su mente de todo lo que había estado ocurriendo en el último tiempo. De pronto, el tema del fantasma y el exorcismo le parecía lo más irrelevante de todo, ¿cómo podría concentrarse en algo distinto a la actitud tan extraña que su primo había tomado con ella la última vez que lo vio? De solo pensarlo hacía que le diera escalofríos.

Una ráfaga de viento le revolvió el cabello mientras esperaba en la fila del puesto ambulante en el que pensaba comprar unas cuantas cosas para la casa. Las personas en Pomeral vivían más relajadas que en la capital, lo llevaba comprobando con sus propios ojos desde hace más de diez minutos mientras veía a la vendedora poniendo las papas en la bolsa de la clienta que venía antes que ella. Lo hacía con una lentitud impresionante, pues la conversación que ellas dos llevaban parecía lo más interesante del mundo. Jade respiró profundo y desplazó el peso de su cuerpo hacia la otra pierna, la derecha ya se le estaba cansando. Si no hubiera estado tan aterrada de que Alan volviera a buscarla a casa, no tendría que estar perdiendo su tiempo en un mercado bajo el sol, escuchando a las señoras debatir sobre cuál era la forma indicada de quitar las manchas difíciles de la ropa.

Si hasta ese momento no se había permitido pensar más de la cuenta en todo lo que había pasado con su primo la tarde anterior, era porque le asustaba pensar que todo había sido real. ¿Acaso le gustaba a Alan?, ¿Era eso posible siquiera?

—¡No, claro que no es posible! —dijo en voz alta.

Luego de eso, Jade miró a su alrededor en busca de las miradas extrañadas de los demás, pero descubrió que en la calle no había nadie más que ella, las señoras que discutían por la ropa y una bandada de aves bebiendo agua de una pileta. Ninguno de ellos estaba pendiente de lo que ella hacía, pero de todas maneras, sacó el celular del bolsillo y comenzó a pasear por el menú de aplicaciones para hacer como que estaba haciendo algo.

—Si sigues gritando de la nada, van a pensar que estás loca —escuchó la voz de Gaspar junto a su oreja. Su mente le estaba jugando una mala pasada tras otra. Su primo no estaba enamorado de ella y, definitivamente, Gaspar no la había seguido desde la casa.

Su lógica cayó por los suelos cuando giró el rostro para verlo de frente. Ahí estaba con sus botas manchadas y su overol, sonriendo con las manos en los bolsillos como si no estuviera a pleno sol y en mitad de la calle. La joven abrió los ojos de par en par y miró a todos lados mientras intentaba reprimir el impulso de esconder a Gaspar en su cartera. No se arriesgó a tocarlo, pero no le faltaban las ganas de darle un buen golpe por irresponsable.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó en un susurro, aunque la pregunta que realmente quería hacer era: ¿desde cuándo estás aquí?

—Yo también tenía ganas de salir —respondió— ¿nunca has escuchado que la casa y la rutina matan?

Quizás Jade habría tenido paciencia para ese tipo de bromas hace dos semanas, pero no ahora.

—Tranquila. nadie me vio aparecer, si eso es lo que te preocupa.

—Estamos en mitad de la calle, Gaspar —dijo ella, pero él se encogió de hombros.

—Es la hora de almuerzo y todo el mundo cierra los locales a esta hora —dijo él— creéme, nadie está suficientemente pendiente de nosotros, ni siquiera las damas de enfrente.

Jade se giró hacia las señoras para comprobar si lo que el fantasma decía era cierto. En efecto, las dos mujeres habían pasado de un tema al otro, demasiado ocupadas como para notar que a un escaso metro de distancia, acababa de aparecer una persona.

—Me alegra saber que las cosas no han cambiado desde que me fui —dijo el fantasma.

—¿Te refieres a lo lento que atienden todos aquí en Pomeral? —preguntó ella, a lo que Gaspar se encogió de hombros.

—Es un pueblo pequeño, aquí nadie tiene prisa.

Jade se quedó mirándolo. Gaspar siempre hacía bromas con respecto a su estado, pero jamás hablaba sobre el momento de su muerte en sí y no pudo evitar que el millón de dudas que habían estado rondando por su cabeza todos esos días la asaltaran. Mat había dicho que los fantasmas se anclaban a un lugar o un objeto en particular, pero Gaspar estaba ahí. ¿Estaría anclado a ella entonces? No sabía si algo así era posible, pero aquella idea no hizo más que entristecerla.

La existencia, incluso la existencia de un fantasma, carecía de valor para los seres humanos si no estaba acompañada con la libertad.

—Tal vez deberíamos ir a otra parte —dijo— puede que no haya nadie por aquí y que la señora no vaya a vendernos nada, pero aun así me asusta que alguien te atraviese por accidente.

Las bancas de la plaza central de Pomeral estaban distribuidas en círculo alrededor de una gran pileta de agua, pero Gaspar le había pedido que fueran un poco más lejos, bajo las hojas de los árboles de Pomelo que filtraban los rayos del sol a través de sus hojas. A pesar de que podía ver los trazos dorados manchando su piel, Jade sabía que el joven no podía sentir el calor, quizás tampoco la humedad del pasto bajo su cuerpo, entremedio de los dedos de sus pies cuando se quitó las botas y se dejó caer hacia atrás para quedar con los brazos tras la cabeza a modo de almohada. Jade lo imitó y se recostó junto a él, de lado con las piernas recogidas y el brazo derecho bajo la cabeza. De pronto no le importaba que el pasto manchara su ropa o que esta quedara mojada. Podía sentir tantas cosas que la abrumaban. Cuando ella muriera, ¿extrañaría esas cosas tanto como lo hacía Gaspar? Definitivamente extrañaría ese momento; el verde a su alrededor, el canto de las aves, el rostro moreno de Gaspar entrecerrando los ojos y usando una mano como visera para verla.

—¿Por qué esa cara, Jade? Parece que hubieras visto a un fantasma.

Ella parpadeó varias veces antes de caer en la cuenta de que no le había quitado los ojos de encima, de que no podía hacerlo aunque quisiera, pues siempre terminaba prendada de él.

—Quisiera ser más como tú —dijo en un susurro, pero suficientemente alto como para que él llegara a escucharla en medio del fuerte sonido de las cigarras en las copas de los árboles.

—¿Como yo? Pero si tú ya eres genial.

Ella sonrió. Puede que jamás llegara a ser como él, pero estaba bien si podía quedarse a su lado y recibir aunque sea un poco de la alegría con la que Gaspar pasaba cada uno de los días. Solo entonces entendió lo que Alan había querido decirle.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo acercándose hasta que su frente quedó junto al hombro del fantasma.

—Solo si yo puedo hacerte una también —respondió tocando con la punta del dedo la frente de la joven— descuida, no es algo tan comprometedor, lo prometo.

—¿Por qué tú no estás anclado a un solo lugar? Te he visto aparecer en casa, donde la tía Ester y aquí.

—¿Es por lo que dijo Mat? —preguntó mientras apartaba una hoja diminuta que acababa de enredarse en el cabello de Jade— lamento no poder contestar, pero la verdad yo tampoco tengo idea.

—¿Eres un fantasma especial?

Él sonrió una vez más.

—Eso depende de si tú me consideras especial —dijo desviando la mirada— pero no tengo poderes si eso es a lo que te refieres.

—Hm...

Ella sí creía que era especial, con o sin poderes.

—¿Qué querías preguntar?

Gaspar bajó la mano hacia el césped que los separaba, tomó un trébol entre los dedos y comenzó a girarlo entre ellos.

—Sé que esto tal vez no me incumbe... Y ni siquiera tienes que responderme, porque yo no contesté tu pregunta, pero...

¿Pero?

—¿Podrías decirme qué fue lo que te dijo Alan el otro día?


El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora