Epílogo

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El viaje desde la estación de trenes hasta la casa de Ágatha tomaba alrededor de veinte minutos, aunque a la joven de lentes le había parecido que apenas se habían tardado dos segundos en aparece frente a la puerta del edificio. Trató de arreglarse los rizos que se escapaban de su cintillo mientras miraba hacia arriba las ventanas del cuarto piso y respiraba hondo para infundirse valor. Esas no eran las ventanas del departamento estudio que había estado arrendando con Mat, eran las ventanas de la casa de sus papás, la misma de la que había salido con la frente en alto y un montón de espectativas.

—Por última vez, Ágatha —le dijo Jade dándole una palmada en la espalda— no se van a reir de ti por volver, ¡son tus papás!

—Pero cuando me fui les dije que nunca más iba a volver —rebatió ella tratando de echarse hacia atrás— ¡no quiero!

—Ya hablamos de esto —dijo Jade, luego se giró hacia atrás en busca de refuerzos— ¿Gaspar, puedes decirle algo?

Gaspar estaba bajando del auto con la ayuda de Alan y Mat. Lo habían tomado por debajo de los brazos para dejarlo sentado en la silla de ruedas que lo acompañaba desde el día que despertó en el hospital. Los doctores habían quedado más que sorprendidos con su pronta recuperación y hasta el día de hoy no se explicaban cómo era que un caso como el suyo pudiera ser posible. Tendría que seguir usando la silla durante uno o dos meses más, pero siempre y cuando siguiera su tratamiento al pie de la letra e hiciera sus ejercicios, no tendría de qué preocuparse.

Algunos lo habían llamado un caso único en la historia de la ciencia, otros, como la señora Teresa, lo habían llamado milagro. A Jade y a los demás no podía importarles menos el nombre que le pusieran, no cuando ellos sabían la verdad. Detrás de la recuperación de Gaspar no había ciencia ni milagros, todo había sido simplemente una historia de fantasmas.

El joven se acomodó en la silla y entrecerró los ojos cuando alzó la mirada hacia las chicas y se encontró con un tibio rayo de sol que le cubrió el rostro. Desde el momento en que había salido del hospital, no había pasado un día sin ponerse bajo los rayos del sol para sentir el calor en su piel.

—Estoy seguro de que van a estar tan felices de verte que ni siquiera les va a importar que hayas estado ausente durante los últimos meses.

Jade frunció el ceño. No tenía hijos, pero estaba segura de que no era así como funcionaba la lógica de los padres. Sea como sea, las palabras del ahora ex-fantasma lograron convencer a Ágatha.

—Bueno, ya estamos aquí —dijo con un suspiro antes de ponerse en marcha.

* * * *

Alexis y Romina acababan de llegar a casa de la feria y ni siquiera habían terminado de sacar las verduras de las bolsas cuando escucharon golpes en la puerta de entrada. Compartieron una mirada y ella se encogió del hombros.

—¿El maestro no venía hoy a arreglar la tubería de la cocina?

—No, dijo que no trabajaba hoy día.

Alexis se acercó hacia la mirilla de la puerta, pero tuvo que retroceder y restregarse los ojos, porque no estaba seguro de haber visto bien. Sin embargo, cuando abrió la puerta de par en par ya no le quedaron dudas.

—¿Ágatha? —dijo con la voz apenas audible— ¿qué haces...?

Ágatha no lo dejó terminar de hablar. Se lanzó a sus brazos sin haberlo planeado y su papá la abrazó con fuerza. Su mamá no tardó en llegar corriendo desde el pasillo y por fin, después de quizás demasiado tiempo, la familia estuvo completa.

—Tal vez deberíamos irnos —Mat le susurró a Jade al oído mientras ella se secaba las lágrimas de los ojos.

—No nos van a echar de menos aquí —secundó Gaspar, pero Jade quería quedarse a ver un poco más. No había nada mejor que los finales felices.

El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora