49. Jade

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Los fantasmas no habían sido suficiente motivo para alejarla de la casa que había heredado ni de la gran responsabilidad de continuar con el legado de la familia Fuenteclara. Lo que sí había sido capaz de disipar su ánimo fue la terrible verdad que descubrió esa tarde.

—¿Cómo no va a haber un Starbucks en Pomeral? —dijo indignada mientras bajaba insistentemente para refrescar la página. El resultado no cambió en ningún momento, el gps de su celular seguía mostrándole el mapa del pueblo, pero ningún logo de la cafetería que estaba buscando.

—Suenas como una Santiaguina desagradable —dijo Ágatha sin dejar de caminar a su lado.

Jade respiró profundo antes de guardar el celular en la cartera. Lo primero que haría al llegar a casa sería encargar una cafetera más moderna por internet. Por ahora tendría que resignarse a comprar un café de tamaño normal y no uno de medio litro como tenía planeado. Era lo mínimo que podía hacer si se disponía a pasar las siguientes horas siendo insultada una y otra vez por Ágatha con tal de obtener información.

La joven de lentes no tenía preferencia siempre y cuando hubiera comida y Jade estuviera dispuesta a pagar su consumo, por lo que no tardaron en encontrar una cafetería pequeña y casi oculta en medio de dos tiendas más grandes de ropa y artículos para el hogar. Se llamaba The sweet Alps y estaba decorada con patos de madera y cuadros al óleo con hombres y mujeres que llevaban trajes tradicionales de algún lugar entre Alemania y Suiza.

Las tazas de café llegaron alrededor de tres minutos después de que el mesero las llevara a su mesa y tomara su orden, cosa que ambas agradecieron aliviadas, porque si tenían los labios ocupados con la bebida, no tendrían que hablar entre ellas.

Pero hablar es precisamente lo que necesito hacer, se dijo Jade mientras retiraba la crema sobre el café con la cuchara para llevársela a la boca. Si no conseguía sacarle algo de información a Ágatha, entonces toda esa salida no tendría sentido, Gaspar estaría decepcionado y Mat se quedaría soltero para siempre. No podía cargar con tanta culpa en sus hombros.

—¿Han podido encontrar algo más de información sobre Eduardo? —preguntó.

—Pensé que me trajiste aquí para descansar y que no íbamos a hablar de trabajo.

—Lo siento —se disculpó Jade— es que no sé de qué más podemos hablar. No sé si tenemos mucho en común.

—No hay nada que tú y yo tengamos en común —dijo sin mirarla y ya ni siquiera sostenía su capuccino.

—Bien —dijo Jade desviando la mirada a su vez. Habría sido un momento incómodo de no ser porque el mesero se les acercó cargando la tambaleante bandeja con la comida: tostadas francesas para Jade y waffles con salsa de chocolate y frutillas para Ágatha.

—Gracias —dijeron a la vez antes de volver a sumirse en el silencio que tarde o temprano tendrían que romper. Para sorpresa de Jade, esta vez fue Ágatha quien dio el primer paso.

—Mira, no quiero ser grosera, ¿sí? Lo que pasa es que nunca voy a este tipo de lugares y estoy nerviosa.

—¿Te refieres a cafeterías?

La joven asintió. Jade le echó un vistazo a su alrededor. Era cierto que los patos de madera eran un poco intimidantes si los mirabas fijo por mucho tiempo, pero además de eso, no había nada extraño o amenazante en el lugar. Lo que sí le parecía extraño era que Ágatha se estuviera disculpando y prefirió no hacer ningún comentario más para no arruinar las cosas.

—Está bien. No hay problema —dijo también un poco más relajada— ¿quieres probar de mi tostada?

Comenzaron a comer. También hicieron comentarios respecto al lugar y al uniforme de las personas que trabajaban ahí. Jade estaba bastante orgullosa de sí misma; no solo había logrado mantener una conversación fluida y cordial, sino que también hasta había logrado hacer reir a Ágatha y eso nunca pasaba a menos que se tropezara al caminar o se le cayera algo de las manos. Podría darse por satisfecha en ese preciso momento y decir que la salida había sido un éxito de no ser porque aún tenía que indagar en la parte más difícil de todas: tenía que saber más sobre la joven, sobre su pasado y las cosas que le interesaban no solo para ayudar a Mat, sino también para salvar a la misma Ágatha de escuchar la serenata con mariachis que Gaspar estaba pensando en contratar.

El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora