32. Jade

3 2 0
                                    

Sentía las manos acaloradas de tanto aplaudir por cada uno de los regalos que su tía había recibido, habían sido más de los que recordaba haber visto apilados en la mesa del fondo.

Tenía que admitir que se sentía mucho más cómoda desde que Alan había decidido sentarse en la silla que tenía a su lado. Al contrario de lo que había pensado al principio, nadie intentó acercarse para preguntarle cosas incómodas ni le hizo chistes sin gracia. Con él ahí, todo parecía más normal y cualquiera que los hubiera visto y no los conociera habría pensado que habían crecido juntos como uña y mugre al verlos tan juntos, riendo y compartiendo comentarios susurrados al oído cada vez que la anciana tía Ester se tardaba mucho en abrir un regalo.

Puede que Alan no hubiera sido el mejor primo durante su infancia, su adolescencia y su adultez, pensó Jade. Puede que ni siquiera lo hubiera sido durante las escasas semanas que había estado viviendo en la casa del abuelo, pero al menos ahora lo estaba intentando y tal vez, solo tal vez, la cálida sonrisa que le daba cada vez que ella hablaba podría reparar los daños y los muchos años que estuvieron separados. ¿Desde cuándo Alan era capaz de sonreír así?, pensó Jade mientras lo veía empinar su copa de champagne. Sin importar la respuesta, le gustaba ese nuevo Alan. También le gustaba la persona en la que ella se convertía cada vez que estaba junto a él.

—Gracias —dijo en voz baja.

—¿Por qué? —preguntó el mayor. Jade bajó la mirada hasta su copa y suspiró.

—Por traerme y quedarte aquí —dijo Jade— estás siendo muy lindo conmigo, comienzo a pensar que te caíste por las escaleras y te diste un golpe en la cabeza.

—Puedo ser un muy buen acompañante si me lo propongo. Además... —Alan se acercó un poco más hacia la oreja de Jade y se cubrió un poco la boca para hablar. Jade también se acercó más a él para escuchar lo que tenía que decir— Teresa trajo a su pareja que es un cerdo y no ha parado de mirarte el escote.

Cuando Jade se giró en la dirección que Alan le señalaba con la cabeza vio a un hombre de unos treinta años que conversaba con sus tíos mientras hacía caras y gestos demasiado sugerentes como para pensar que estaban hablando de política o de deporte. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando el tipo en cuestión se giró a mirarla y le hizo señas con la mano.

—Ay no.

Alan se encogió de hombros.

—Te dije que el vestido mostraba mucho. Tú fuiste la que no quiso escuchar.

Jade habría podido decirle de mil maneras distintas que era igual de machista y repulsivo que la pareja de su prima si es que pensaba así. Sin embargo, había algo más impresionante que no paraba de darle vueltas en la cabeza. ¿Acaso Alan la estaba cuidando?

—En serio te diste un golpe fuerte en la cabeza —dijo en un susurro.

—¿Qué?

La joven negó y no respondió. Solo se limitó a recargar la cabeza en el hombro de su primo y suspirar.

Cuando le parecía que la noche no sería tan terrible como había imaginado, escuchó desde el otro lado del salón una discusión, luego el ruido de algo de vidrio rompiéndose seguido por los gritos de sus tíos.


El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora