42. Mat

3 2 0
                                    

Cuando Jade los llamó a la mañana siguiente para hablar de un asunto muy importante, a Mat no le hizo falta más que sumar dos más dos para saber qué era lo que estaba apunto de pasar. La señorita Jade era muy amable y los había aceptado a pesar de haber esparcido las cenizas de su abuelo en el cumpleaños de su tía; sin embargo, habían sido demasiados los incidentes en los que ellos habían estado relacionados. Ni siquiera alguien tan bueno como ella los aguantaría. Los iba a echar de su casa, pensó mientras dejaba caer la cabeza sobre la mesa entremedio del hueco que habían formado sus brazos.

—Ahora sí que vamos a tener que vender nuestros riñones, Ágatha —dijo y su voz sonó amortiguada, pero no recibió respuesta. Cuando levantó la cabeza, vio que su amiga estaba metiendose una cucharada de cereal con leche tras otra a la boca para después masticar, tragar y sollozar— ¿Qué estás haciendo?

—Estoy aprovechando de comer mientras pueda —dijo— nunca pudimos comprar cereal y ahora que nos van a despedir...

Ágatha comenzó a sollozar con más fuerza, tanta que ya ni siquiera podía seguir comiendo y terminó por acurrucarse en el pecho de Mat. Él le rodeó los hombros con el brazo y le dio palmaditas para consolarla. No estarían tan mal, se decía a sí mismo para convencerse de una gran mentira, pues lo único que podía imaginar para un futuro tan incierto como el suyo era conseguir trabajos en donde los explotarían por un sueldo que apenas les alcanzaría para vivir un poco mejor de lo que habían estado viviendo hasta ahora. Comerían comida recalentada y tendrían que adoptar a un montón de niños para enseñarles a robar... Podía verlo con claridad, estaba casi frente a sus ojos que se llenaban de lágrimas entre más pensaba en ello.

Jade entró a la cocina antes de que las cosas en su futuro imaginario se pusieran peores. La joven llegó fresca después de una ducha y con las manos tras la espalda caminaba pausadamente y sin saber que de sus palabras dependían las vidas de dos personas. Tanto Mat como Ágatha se estremecieron. Jade tenía la calma que tenían los emperadores romanos justo antes de dictar una sentencia de muerte y la ligera sonrisa que asomaba en sus labios no hacía sino ponerlos más nerviosos.

—Buenos días —dijo mientras pegaba un salto para quedar sentada en la encimera de la cocina. Sus piernas se balanceaban suavemente y sus dedos tamborileaban en la superficie de acrílico— Sé que ayer no fue nuestra mejor noche y que casi morimos, pero creo que tenemos que mantenernos positivos y ver las cosas desde otra perspectiva.

Se acabó, pensó Mat. Aquel era el preludio de la despedida. La señorita Jade los echaría a la calle y tendrían que vivir bajo un puente en Pomeral, porque ni siquiera les alcanzaría el dinero para devolverse a Santiago.

—Hay algo que tengo que decirles —dijo. Justo en ese momento, Ágatha se paró de la silla dando un sonoro golpe con las palmas en la mesa.

—¡Ya basta, no puedo soportarlo más! —dijo negando con la cabeza— ¡Si vas a echarnos, entonces hazlo de una vez!

Comenzó a caminar muy decidida hasta la puerta que conectaba la habitación con el resto de la casa, pero se detuvo y volvió sobre sus pasos cuando se dio cuenta de que le faltaba algo muy importante. Ágatha tomó a Mat de la mano y comenzó a arrastrarlo tras de ella, pero se detuvo un momento frente a Jade y la apuntó con el dedo mientras le decía:

—¡También tenemos una tarifa por el trabajo interrumpido y vas a tener que pagárnosla!

—¡Ágatha, espera! —la detuvo Jade tomándola por la muñeca— ¡no quiero interrumpir su trabajo y no voy a echarlos! ¿De dónde sacaron eso?

—No...¿no vas a echarnos? —preguntó Ágatha— ¿Por qué no vas a echarnos? Tiramos las cenizas de tu abuelo y casi hicimos explotar tu casa.

Ágatha no mencionó que, además de eso, también habían estado ocupando las habitaciones de la mansión y comiéndose la comida que Jade cocinaba sin pagar extra por eso tampoco. Nadie podía ser tan generoso, pensó. La única explicación que tenía para eso era que en realidad los estaba manteniendo ahí con otros propósitos además de exorcizar espíritus. Tal vez Jade era una bruja que los estaba engordando para comérselos. Tal vez hasta había sido ella quien había intentado matarlos la noche anterior.

—Eso no importa ahora —dijo la joven— estamos ante algo mucho más importante y voy a necesitar su ayuda para resolverlo.

Ágatha se cruzó de brazos mientras que Mat asentía con la cabeza a la espera de que ella siguiera hablando.

—Lo que pasó ayer pudo haber resultado en un trágico accidente —comenzó— y estoy segura de que fue causado por un fantasma.

—No estaríamos aquí si no hubiera fantasmas involucrados —dijo Ágatha, pero Mat le dio un leve codazo para hacerla callar.

—¿Qué tan segura está? —preguntó el joven de lentes.

—Cien por ciento segura —respondió Jade, luego respiró profundo antes de continuar con la verdad que había estado ensayando gran parte de la noche— en realidad, hay algo que no les he dicho y que creo que deberían saber si vamos a trabajar juntos. Verán, creo que hay más de un fantasma en la casa.

Mat y Ágatha compartieron una mirada llena de preocupación. ¿Acaso Jade había sido presa de la histeria colectiva?

—Está loca —susurró ella muy despacio para que solo Mat la escuchara. Aquello sonaba descabellado incluso para ella, que tenía que hacer que todo aquel cuento de los fantasmas pareciera creíble— vámonos de aquí antes de que pierda la cabeza.

Pero Jade sí llegó a escucharla.

—¡Es verdad! —se defendió— ustedes, entre todas las personas, deberían creerme. Gaspar es real.

Ágatha estaba jalando a Mat por el brazo, pero él se deshizo de su agarre para ir hasta Jade y ponerle una mano en el hombro.

—Señorita Jade, sé que estas últimas semanas han sido difíciles y que está pasando por mucho estrés...

—No me trates como si tuviera un problema, Mat —espetó Jade, moviéndose hacia un lado— Gaspar es tan real como tú y yo.

Él desvió la mirada un tanto avergonzado, pero no tuvo tiempo de decir nada más. Tampoco Ágatha tuvo tiempo de salir huyendo como lo había planeado hace cinco segundos, pues a sus espaldas y tan estruendoso como un trueno en medio de una tormenta, un vaso se cayó de la mesa redonda de la cocina.

—¡Gaspar! —soltó Jade aliviada y cabreada en partes iguales— ¿tienes idea de lo que Alan nos va a hacer si seguimos quebrando la loza?

En ese momento, los tres vieron materializarse a un joven de su edad con boina, botas, overol y las palmas juntas frente a su rostro pidiendo disculpas.

—Perdón, perdón —dijo apretando fuertemente los ojos— no fue mi intención. No pretendía ser tan dramático con la entrada.

¡Qué mentiroso! Pensó Jade rodando los ojos mientras negaba con la cabeza.

Entonces, y sin previo aviso, Mat se desmayó.


El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora