1. Ágatha

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Enero de 2019

La intermitencia de la luz en el techo comenzaba a hacer que le doliera la cabeza, aunque eso no podía compararse con el dolor de estómago que sentía en esos momentos. ¿Cuándo había sido la última vez que había comido algo que no fuera un paquete de galletas o un jugo en caja de la tienda de la esquina? Podrían haber pasado días, tal vez semanas, no lo sabía con exactitud. Lo que sí sabía era que su estómago llevaba un buen rato haciendo ruidos, casi la misma cantidad de tiempo que su amigo Mat llevaba a su lado pretendiendo que no los oía.

—Tengo suficiente dinero como para comprar un sándwich de jamón y queso, pero tendríamos que compartirlo —dijo Mat luego de meter las manos en los paupérrimos bolsillos del pantalón para sacar de ellos las monedas que le habían quedado después de comprar el almuerzo.

—Compartir es mejor que nada —dijo Ágatha y extendió su mano temblorosa para alcanzar las monedas que él le ofrecía, pero justo cuando estuvo a punto de tomarlas, Mat cerró el puño y dio un paso atrás para alejarse.

—O podrías venir a comer comida de verdad a mi casa.

—No —era la respuesta que siempre le daba ante una propuesta de ese tipo, porque no podía arriesgarse a que la ingenuidad de su amigo y la amabilidad de sus padres la llevara de vuelta al lugar del que había salido.

—No va a haber nadie ahí, solo tú, yo, mis padres y mis hermanos.

—No, gracias.

—Mi mamá cocina muy bien y te lo estás perdiendo.

—Tu mamá va a poner somnífero a mi comida y tus hermanos van a arrastrarme hasta la casa de mis padres —dijo cruzándose de brazos— no iré.

Mat soltó un suspiro y se guardó las monedas en el bolsillo una vez más. Se acomodó los lentes en el puente de la nariz y caminó hasta la puerta del minúsculo departamento-estudio que ni siquiera tenía cortinas que los protegieran del pesado sol de la tarde.

—Si vamos a vivir de esto, tal vez deberíamos plantearnos una forma alternativa de tener ingresos —comentó pasando los dedos por la pintura blanca de la pared que comenzaba a descascararse— sé que tus habilidades van a llevarnos a la cima pronto, pero mientras tanto, creo que no sería una mala idea buscar un trabajo de medio tiempo.

Ágatha había dejado caer la cabeza sobre su escritorio, aunque Mat no sabría determinar si era porque no quería escucharlo o porque ya simplemente no podía mantenerse erguida a causa del hambre.

—Podríamos limpiar parabrisas o pasear perros o cuidar niños —empezó a enumerar con los dedos de la mano— o vender un riñón, eso nos haría millonarios.

La joven levantó la cabeza solo lo suficiente como para mostrar su cara de inmenso sufrimiento.

—¿Podemos discutir esto después de comer?

—Claro —respondió abriendo la puerta— ¿De queso y jamón entonces?

Preguntaba por costumbre y por educación, porque no era como si les alcanzara para comprar algo diferente.


El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora