22. Jade

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Los rayos del sol se sentían como agua tibia sobre sus mejillas. El sol de Pomeral era muy distinto al de Santiago, casi como si fuera un sol diferente. Cuando Jade abrió los ojos se encontró con las estatuas de ángeles y la maleza que comenzaba a crecer por los alrededores. Si bien nunca había sido una persona amante de la vida campestre, podía imaginarse por qué su abuelo había elegido aquel lugar para asentarse.

—Parece que este es el último —dijo Mat, quien venía saliendo del invernadero cargado con un gran saco de cemento en los brazos.

Debía pesar por lo menos unos veinticinco kilos y no es como que hubiera movido solo uno: había sido una docena. Los había sacado del invernadero para ayudarla a limpiar y cuando Jade le preguntó si necesitaba ayuda con eso, Mat hizo un gesto con la mano como si aquello fuera lo más normal del mundo y dijo:

—Estoy acostumbrado a cargar peso. A veces cargo a Ágatha en la espalda cuando no quiere caminar.

Jade había apretado los guantes de jardinería entre las manos. Quién sabe qué otras cosas le habría pedido Ágatha al pobre de Mat.

—Gracias por todo, Mat —le dijo luego de ver el suelo del invernadero por fin despejado y listo para barrerse— si no hubieras estado aquí, sacar eso me habría tomado todo el día.

—De nada —respondió— ¿por qué había tanto cemento aquí?

Jade se encogió de hombros.

—Seguramente el abuelo pretendía construir una terraza o algo así, siempre estaba buscando formas de hacer arreglos en la casa —dijo— estaba muy orgulloso de ella y seguramente se está retorciendo en su tumba porque no he sido la mejor anfitriona del mundo.

Pero Mat negó con la cabeza. En los pocos días que habían estado ahí, la señorita Jade les había dado más de lo que habían llegado a tener en el pequeño departamento estudio.

—Solo espera y verás, Mat —dijo Jade— voy a poner esta casa en condiciones otra vez y cuando eso pase, tú y Ágatha van a quedar con la boca abierta.

—Está esforzándose mucho por este lugar —comentó Mat— creí que no le gustaba.

—No es que no me guste —dijo ella— es un poco más complicado de explicar que eso.

Paseaba los dedos por las hojas de las plantas que aún estaban verdes tras haber sobrevivido al abandono del jardinero. Cuando alzó la mirada, se dio cuenta de que Mat no solo la había estado escuchando todo ese tiempo, también la veía atentamente y asentía con la cabeza para animarla a continuar.

—¿No te estoy quitando tiempo? —preguntó— Tal vez Ágatha te necesita en lo que sea que esté haciendo.

—Si Ágatha me necesita, no va a tardar ni un segundo en hacérmelo saber —dijo riendo y Jade asintió.

—Lo que pasa es que nunca pude disfrutar tanto de esta casa como los demás —dijo girándose para apoyar la espalda en una de las grandes jardineras que había dentro del invernadero— mi papá es productor de cine así que siempre estaba viajando por su trabajo y no venía muy seguido solo con mi mamá. Mis tíos ayudaron a construir esta casa y el resto de mis primos pasaba aquí los veranos completos. Yo en cambio me quedaba en la casa de mis otros abuelos en Estación Central.

Se llevó el cabello detrás de las orejas y suspiró. Era increíble el hecho de que pensara tan seguido en esas cosas, pero esa era la primera vez que las decía en voz alta.

—No es que no quiera a mi familia —dijo— los quiero, pero a estas alturas es como si fuéramos extraños. Ellos siempre se reunían cuando mis papás y yo estábamos lejos y por mucho que intentara recuperar el tiempo perdido cada vez que los veía, llegó un momento en el que era casi imposible. Luego dejé de intentarlo. La última vez que los vi, no pretendía que fuera la última, pero las cosas no siempre salen como uno espera.

El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora