10. Jade

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El refrigerador estaba casi vacío a excepción de la leche, los huevos y unas cuantas piezas de fruta que ella misma había traído del supermercado cuando se enteró de que tendría que permanecer en esa casa más de lo que creía. Jade cerró la puerta y la luz se apagó haciendo que el interior volviera a quedarse en completa y fría oscuridad. Debía ser la casa, pensó mientras cortaba las naranjas por la mitad para sacarles el jugo. Era culpa de la casa el que siempre terminaran excluyéndola de todo. No era la primera vez que le pasaba y ya ni siquiera sabía por qué se sorprendía.

—Ni siquiera quería quedarme ahí con ellos —dijo en voz baja dejando que el cuchillo se hundiera en la naranja bajo el peso de su brazo— ni que los exorcismos fueran tan impresionantes.

Alcanzó a ver su reflejo en el filo cuando el cuchillo llegó a tocar la tabla de madera que para esas alturas estaba manchada. Vio su ceño fruncido y sus labios apretados, aquel gesto que ni siquiera la escuela de teatro le había enseñado a disimular: estaba molesta.

Ni siquiera tendría que estar ahí en primer lugar. Podría haber rechazado la herencia, dejarle la casa a algún otro de sus familiares o incluso venderla para volver a París cuanto antes. Aquello habría estado bien. Si hubiera tomado cualquiera de esas opciones, no estaría sola en la cocina preparando un jugo que tal vez ni siquiera llegara a probar para personas a las que tal vez ni siquiera les cayera bien. No tendría que estar lidiando con ella misma y con su frustración.

—Cuando todo esto termine, voy a mandar a demoler esa estúpida habitación —dijo luego de suspirar para sacar de su pecho el aire que había estado reteniendo. Tenía que concentrarse en lo que hacía o, de lo contrario, terminaría por rebanarse un dedo.

Pero el timbre de su celular la hizo desviar la vista hacia el aparato que había dejado sobre la encimera. Jade se lavó las manos y las secó antes de desbloquear la pantalla mientras las notificaciones no dejaban de llegar.

Puedo ver que estás en línea, podemos hablar?

Sabes que no me gusta pelear

Voy a llamarte cuando sea de noche allá.

Un beso.

Jade apretó los puños y volvió a tomar el cuchillo y la naranja para seguir trabajando casi frenéticamente. No entendía por qué a veces algunas personas no aceptaban un No como respuesta, en especial si esas personas estaban a varios cientos de kilómetros y a un océano de distancia. No supo en qué momento comenzó a apretar la naranja con más fuerza, pero si seguía así, pronto ya no quedaría nada que exprimir.

No quería hablar con él.

Habían discutido más veces de las que podía recordar, pero esa había sido diferente y mucho peor que todas las anteriores. Estaba segura. Ninguna de sus peleas la había hecho escapar de su casa de noche y subirse a un avión a escondidas para no tener que despedirse.

—Este podría ser un buen momento para bloquearlo —dijo en voz alta para darse ánimo.

Buscó entre los ajustes de la aplicación hasta dar con la opción para bloquear, pero no llegó a presionarlo porque escuchó una de las sillas a su espalda deslizarse por el suelo y su dedo quedó suspendido frente a la pantalla.

Su mente corría a un millón de kilómetros por hora, aunque la mayor parte de sus pensamientos eran una lista de todas las groserías había aprendido en español y francés. No habría sido capaz de correr ni aunque la casa estuviera en llamas, por lo que se limitó a respirar hondo y a esperar hasta que el sonido se detuviera. Solo entonces, giró el rostro con cautela para encontrar la silla varios centímetros más allá del lugar en el que ella la había dejado.

Unos segundos después, y cuando creyó que su corazón finalmente comenzaba a latir con normalidad y no como una locomotora a toda marcha. Escuchó golpes en la puerta de la cocina, la cual tenía una amplia ventana cubierta por un visillo, pero por la que de igual forma se podía ver hacia afuera. Por ella se asomaba una figura alta y delgada, un hombre con traje que se balanceaba con impaciencia esperando a que lo dejaran entrar. Jade recuperó el aliento y parte de la fuerza en sus piernas para avanzar hasta él en busca de compañía humana, cualquiera habría estado bien con tal de no estar sola en aquella cocina con sillas que se movían solas. Sin embargo, se arrepintió en cuanto descorrió los visillos, porque aquel hombre era incluso peor que un fantasma.


El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora