20. Mat

8 3 0
                                    

—¡Auch! —chilló Ágatha cuando el borde de una hoja de papel le cortó el dedo— ¡condenado libro, cuando termine de trabajar voy a quemarte!

Luego se llevó el dedo a la boca para chupar la gotita de sangre que salió de él. Mat enderezó la espalda en la fría pared y escuchó algunos de sus huesos sonar en el proceso. No sabía cuánto tiempo llevaban ahí, solo sabía que su estómago llevaba varios minutos rugiendo y que sentía las piernas acalambradas. Se había rendido con los libros académicos y las novelas de Eduardo Fuenteclara, ahora buscaba información entre las páginas de los álbumes familiares, pero no había encontrado nada fuera de lo común. Eduardo y Maite habían tenido seis hijos, quienes por su parte se habían casado y habían expandido la familia. Jade tenía más primos de los que Mat podía recordar y luego de ver sus caras tantas veces en las fotografías, comenzaba a confundir a unos con otros. Si seguía así, terminaría más perdido que cuando empezó.

—Ten cuidado —dijo mientras sacaba un poco de papel confort enrollado de su bolsillo y se lo ofrecía a su amiga. Ágatha lo tomó y se vendó el dedo como pudo.

—Ya basta de esto —dijo ella poniéndose de pie y sacudiéndose el polvo que le había caído en la ropa— aquí no hay nada más que fotos, cuentos y libros que no entiendo. Creo que es un buen momento para una pausa.

—¿Por qué no ves el pasado de las cosas? —preguntó Mat.

—¿El qué?

—El pasado —repitió— eso que hiciste cuando nos conocimos. Fue muy impresionante.

Ágatha iba a volver a preguntar, pero entonces recordó a qué se refería Mat y sus mejillas enrojecieron ligeramente. No había olvidado la vez en la que, luego de mucho insistir, Ágatha había accedido a hacerle una lectura del tarot a Mat. Le había dicho cosas inciertas sobre su futuro; sin embargo, había visto su pasado claramente, casi como si lo hubiera estado leyendo de un libro.

—Algunas personas tienen habilidades especiales, Mat —le había dicho muy seriamente en esa ocasión— puedo saber el pasado de las cosas y las personas solo tocándolas. Es cosa de energías.

Lo que Mat no sabía era que no había mucha magia detrás de las habilidades de Ágatha, lo único que había tenido que hacer había sido mirar su información personal en los registros de la universidad y adornar un poco la verdad. Nunca nadie había tomado sus palabras tan enserio como Mat.

Casi dos años después de eso, le sorprendía que siguiera recordándolo. Ella trataba de olvidarlo siempre.

—No es tan sencillo —dijo cruzándose de brazos y desviando la mirada— el clima no es el propicio, hay mucha humedad y estoy cansada.

—Ya veo, no puedes hacerlo —dijo Mat apenado, lo que solo logró hacer que las mejillas de Ágatha enrojecieran más.

—¿Estás dudando de mis habilidades? —preguntó.

—¡No!

—¡Porque podría quemar esta casa solo usando mis poderes mentales!

Mat apretó los labios un tanto asustado. Si Ágatha quemaba la casa no solo se quedarían sin trabajo, también dejarían a Jade en la calle y de seguro tendrían que invitarla a vivir en su pequeño departamento estudio en Santiago. No podían permitirse mantener a una persona más en ese lugar. Apenas podían mantenerse ellos mismos.

—No dudo de ti, Ágatha —dijo Mat— estoy seguro de que puedes hacer grandes cosas, solo que los espíritus no han querido responder.

—Exacto —dijo la joven poniéndose las manos en la cintura— no es mi culpa que los antepasados de Jade sean unos maleducados que no contesten.

El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora