46. Gaspar

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Se había propuesto mantener la casa segura y libre de espíritus malvados y hasta ahora lo estaba logrando. Al menos llevaba dos días sin accidentes. Eran las diez y media de la noche y el frescor había llegado como un bálsamo para aliviar el calor del día.

El proyecto marchaba muy bien. En realidad, era difícil que algo se saliera de control cuando Jade había planificado los horarios de todos en la casa y los había puesto en un diario mural en medio de la sala. Cada uno tenía una lista de tareas por cumplir, cada uno tenía un código de colores diferente y, si ninguno de ellos la hubiera detenido, habría terminado haciendo un informe con los detalles de la investigación con citas en formato APA y todo.

Si eso la mantenía ocupada y feliz, entonces estaba bien para él, aunque aún le costaba entender cómo funcionaba su complicado sistema de organización.

Estaba caminando por el patio, aprovechando de barrer un poco el polvo que se había juntado durante el día cuando escuchó a Mat y Ágatha discutir en una de las habitaciones del primer piso.

—¡Ya te dije que no, Mat! No pienso quedarme a ver como todos se burlan de mí y de mi trabajo.

—¡Nadie se está burlando! No sé por qué dices eso.

—Tal vez lo sabrías si me hubieras prestado un poco de atención en estos días, pero parece que ahora estás muy ocupado lamiéndole las botas a Jade y a su fantasma mascota.

Siempre había sido una persona discreta, y el ser un fantasma solo había incentivado aquella cualidad. Le habría gustado no escuchar la discusión que se estaba llevando a cabo en el interior de la casa, pero los gritos de Ágatha eran tan altos que era simplemente imposible no escucharlos.

—No sé de qué estás hablando, la señorita Jade...

Gaspar la escuchó gruñir llena de frustración y aunque no podía verla, podía imaginarla rodando los ojos con fastidio.

—¡Ya estoy harta! —soltó mientras avanzaba a grandes zancadas hacia una de las puertas del pasillo— me voy a dormir.

—Ágatha, espera...

Pero ella no esperó. Cerró la puerta de la habitación tan fuerte que hasta Gaspar cerró los ojos y se encogió con el golpe mientras que Mat solo pudo suspirar. Se suponía que dormían en el mismo cuarto y ahora no sabía cómo entrar, por lo que abrió la puerta trasera de la propiedad dispuesto a dar un paseo. No le quedaba mucho que hacer más que esperar a que Ágatha se durmiera para poder volver a la habitación sin hacer ruido.

Sintió que sus pulmones se congelaban cuando salió al patio y respiró el aire fresco de la noche. El cielo estaba estrellado, tan repleto de destellos brillantes que parecía imposible que fuera el mismo cielo que solía ver en Santiago cada noche. A su izquierda estaban las estatuas de ángeles y el gran patio que se extendía varios metros más allá, a su derecha el camino lateral que llevaba al bosque. Todo estaba muy tranquilo hasta que escuchó a Gaspar carraspear a sus espaldas.

Decir que se había sobresaltado habría sido mentira. Desde que supo de su existencia, Mat había estado esperando que se apareciera de la nada.

—Estás aquí —dijo con la voz un poco apagada— ¿Qué tanto escuchaste?

Gaspar se encogió de hombros antes de avanzar hasta él.

—Más de lo que debería —respondió— pero no fue mi intención.

—Debes pensar que soy un tonto.

—No eres el primer hombre en perder una discusión con una mujer —dijo el fantasma— tampoco vas a ser el último.

El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora