13. Jade

6 3 7
                                    

Jade no podía recordar la última vez que se había sentido cómoda durante un almuerzo en la casa de sus abuelos. Siempre terminaba escondiéndose entre los brazos de su padre para no tener que sentarse en la mesa de los niños con el resto de sus primos, mas eso no podía compararse con la incomodidad que sentía ese día.

Por mucho que le gustaran los vegetales y la ensalada de atún, estaba segura de que no conseguiría que ni un bocado bajara por su garganta. No cuando tenía a Alan sentado en la silla de enfrente, comiendo tranquilo como si sus invitados no hubieran hecho explotar toda una habitación. Ni siquiera sabía cómo era que la habían hecho explotar en primer lugar. Se suponía que solo estaban usando incienso y un péndulo, ¿no?

Luego de masticar bien su último bocado, Alan dejó los cubiertos sobre el plato y se limpió los labios con una servilleta de papel antes de decir:

—No creo que esto requiera mucha más discusión, así que seré breve: no puedo permitir que tus amigos estén aquí destruyendo la casa.

—No somos amigos —dijo Ágatha— nuestra relación es únicamente de negocios.

—Y no siempre destruimos cosas —añadió Mat alzando un dedo tembloroso, pues Alan le daba un poco de miedo. Buscó apoyo en Ágatha, pero ella no le devolvió la mirada, estaba muy concentrada separando el pimentón verde del resto de los vegetales.

—Puede que tus intenciones sean buenas —Alan se dirigió a Jade de brazos cruzados— pero es mi deber conservar el patrimonio de la familia.

—Uff... — soltó Ágatha reprimiendo una risa que a Mat no le gustó en lo más mínimo. Llevaba el tiempo suficiente a su lado como para saber qué era lo que su amiga estaba pensando y qué pretendía— ¿vas a dejar que te hable así?

Alan frunció el ceño, Mat se llevó las manos a la frente y Jade se la quedó mirando con una ceja alzada.

—¿A qué te refieres? —preguntó.

—Ágatha, no... —dijo suplicó Mat.

—A que obviamente te está insultando. Tu primo cree que no puedes manejar una casa. Apuesto a que ni siquiera cree que puedes arreglarte sola las uñas.

La boca de Jade formó una pequeña "o" antes de girarse en dirección a su primo.

—Yo no dije eso —se defendió Alan, a lo que Ágatha alzó las cejas con un gesto burlón para meter cizaña— ¿Jade, en serio dejas que la fumigadora te meta esas cosas en la cabeza?

—Yo no estoy haciendo nada —se defendió la muchacha— solo digo que si esto pasara en mi casa, mi familia ya se estaría lanzando platos.

Una ola de vigor inundó a Jade de los pies a la cabeza. Ágatha tenía razón: ¿quién era Alan para decirle cómo tenía que hacer las cosas? De seguro tampoco él había llevado una casa por su cuenta y solo estaba presumiendo.

—No tienes de qué preocuparte, las cosas habían estado tranquilas antes de la explosión —dijo Jade en un intento de defender a sus invitados, o tal vez a la decisión que tanto le había costado tomar.

Efectivamente, las cosas habían estado en paz, pero eso solo se debía a que no llevaban ni una hora trabajando antes de que todo se tornara en un caos.

—No puedo permitir que la casa de mi familia...

—Es mi familia también —lo interrumpió— y en el testamento del abuelo decía que esta era mi casa.

Para ese entonces, Mat no sabía si debía salir corriendo o si eso sería de mala educación; tal vez simplemente debía esconderse debajo de la mesa para esperar que todo aquello terminara. No entendía cómo era que Ágatha miraba todo con diversión, como si de una teleserie se tratara. No estaba seguro, pero le parecía que incluso se estaba frotando las manos por debajo de la mesa, imaginando el momento en el que ambos primos comenzarían a destruirse. Tal vez hasta imaginaba que si toda la familia comenzaba una guerra, entonces ya no habría herederos y ella podría quedarse con la fortuna de la familia. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Aquello era perverso.

—Haz lo que quieras —dijo Alan al final poniéndose de pie para dejar su plato vacío en la encimera junto al lavaplatos— no tengo tiempo para discutir contigo.

Los ojos de Jade se iluminaron con asombro. Aquello no había sido una victoria, pero no era una derrota tampoco, y era mucho más de lo que había conseguido en veinticinco años.

—¿Te vas?

—Sí, algunos de nosotros tenemos trabajo que hacer —Jade tuvo que reprimir el deseo de gritarle que él no era el único con trabajo. Ella había estado en varias producciones menores en París y hasta Ágatha y Mat se estaban ganando la vida exorcizando—¿Te veo el sábado?

Por el tono que había utilizado y la expresión apremiante en su rostro, Jade asumió que se trataba de algo que habían acordado de antes y que había olvidado.

—Claro, el sábado —balbuceó— ahí estaré.

—El cumpleaños de la tía Ester —dijo el mayor sin dejar de caminar hacia la puerta— ¿no lo olvidaste, cierto?

—Para nada, jamás olvido un cumpleaños —respondió ella haciendo un gesto despreocupado con la mano aunque en el fondo esperaba que Alan saliera pronto, porque no quería que siguieran hablando sobre un cumpleaños que para nada recordaba. Ya había incursionado demasiado en aquel nuevo e inexplorado terreno que era llevarle la contraria y desafiar a su primo; se sentía atrapada y no podía dar ni un paso atrás sin arriesgarse a perder todo lo que había conseguido y que jamás creyó que podría conseguir— ahí estaré.

Cuando Alan giró la manilla de la puerta de la cocina una extraña sensación de Déjà vu lo invadió. Se detuvo un segundo para ver a su prima que permanecía sentada en la mesa, con los brazos cruzados y la barbilla alzada. Algo en su interior se removió. Estaba seguro de que había visto aquella expresión en algún lugar, hace muchos años, solo que no recordaba exactamente dónde.


El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora