81. Alan

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La sombra de Eduardo Fuenteclara II era la misma sombra que su prima le había descrito. Esa vez él también lo veía con claridad. Con su metro ochenta de estatura, la espalda ancha, su bigote frondoso y el mismo traje con el que lo encontraron en su auto el día del accidente, su padre caminó por la puerta abierta con parsimonia, como solía hacerlo en vida y se detuvo a mirarlos. Alan sintió que se le secaba la boca y que a sus huesos les salían raíces que lo dejaban pegado al suelo. No podía moverle ante la mirada penetrante de aquellos ojos idénticos a los de su padre, pero mucho más fríos que los que él recordaba.

—Por eso siempre he dicho que es mejor hacer el trabajo uno mismo para asegurarse de que se haga bien —dijo en medio de un suspiro mientras observaba a Gaspar. El joven fantasma se había puesto delante y trataba de abarcar el mayor espacio posible con su cuerpo.

—Papá —lo llamó Alan, pero su voz sonó estrangulada y apenas audible. Eduardo lo miró a la cara, pero no se detuvo en él más de un segundo. ¿Su padre no lo había reconocido? ¿O acaso no valía la pena tomarse la molestia de hablar con él?

No era a Alan a quien intentaba destruir, tampoco era a él a quien intentaba echar de la casa.

—Quédense detrás —les había dicho Gaspar un momento antes de que Eduardo avanzara a buscar la silla que había quedado destruída junto a la pared. Con una fuerza que Alan no recordaba, agarró una de las patas y la arrancó dejando al descubierto las puntas de los clavos que salían de ella.

Jade retrocedió hasta que su espalda dio contra la pared cuando se dio cuenta de que si Eduardo alzaba aquel trozo de madera era para atacarla a ella, pero antes de que pudiera hacer cualquier movimiento, Gaspar saltó para interceptarlo.

Alan los vio forcejear y apretó los puños con fuerza. Su padre era muchas cosas, pero se negaba a creer que fuera un asesino. Aquel ser no era su padre, al menos no el que le había enseñado todo lo que sabía, el que siempre había estado con él. Con este pensamiento en mente, tomó impulso y corrió hasta ellos dispuesto a empujar a Eduardo hasta hacerlo caer de espalda, aunque por poco fue él quien cayó al suelo cuando pasó de largo atravesando su cuerpo que se volvió como hecho de niebla cuando intentó tocarlo.

—¡No puedes tocar a un fantasma si él no te toca primero! —gritó Jade desde una esquina y Alan la miró con los ojos entrecerrados.

—¡Pudiste haberme advertido eso antes!

Pero no era momento de gritar, no cuando su padre mandaba a volar a Gaspar a varios metros de distancia.

Jade intentó correr hacia él, pero a mitad de camino se encontró con la pata de la silla alzándose sobre su cabeza para caer sobre ella en un golpe certero. La joven intentó escapar, aunque no sabía si lo lograría o no. Por suerte para ella, la madera no llegó a tocarla, pues quedó interceptada por la llave inglesa que Alan sostenía. Cuando Jade abrió los ojos, descubrió a su primo frente a ella y le dieron ganas de llorar.

—Alan...

—Sal de aquí —gruñó el mayor al tiempo que interceptaba otro de los golpes de su padre— ¡apúrate!

Jade salió de la habitación para buscar a Gaspar, que apenas se estaba levantando, pero que planeaba volver a pelear en cuanto recuperara el aliento.

—No vamos a aguantar mucho tiempo así —dijo él.

Entonces Jade recordó la única cosa a la que los fantasmas le temían quizás aún más que a la muerte.

—La aspiradora de mano —dijo y sus ojos se iluminaron— ¡Voy por la aspiradora de mano!

Gaspar abrió los ojos de par en par. No había vuelto a estar en contacto con aquel horrible aparato desde la última vez que Jade lo había usado para espantar a su tío y, de haber sido por él, le habría gustado que las cosas se mantuvieran así.

—Ten cuidado —le dijo al echar un vistazo a la casa que no dejaba de tambalearse. Se estaban cayendo los cuadros de las paredes, los vasos de las vitrinas caían y explotaban en lluvias de cristal y si no miraba por donde pisaba podría terminar haciéndose más daño del que aquel espectro planeaba hacerle.

No estaba seguro de si Jade lo escuchó ni tuvo tiempo de comprobarlo. Antes de verla llegar hasta el final de las escaleras, Gaspar tuvo que girarse de golpe, ya que había logrado captar con el rabillo del ojo que algo, o alguien, se movía hacia él.


El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora