21. Alan

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—Acuérdate de revisar el medidor de agua al inicio de cada mes y no vayas a dejar abierta la puerta del medidor de electricidad. La última vez que nos pasó eso, se metió una familia de aguiluchos y casi nos pasan una multa cuando intentamos echarlos.

—Hm.

—Pronto vas a tener que cambiar las chapas de las puertas laterales, están viejas y la humedad no les hace ningún bien.

—Hm.

—¿Estás escuchando algo de lo que digo?

—Hm.

Alan se llevó una mano a la frente lleno de frustración, pero terminó por respirar profundo y arreglarse el cabello hacia atrás. Si bien era cierto que había llegado quizás demasiado temprano para considerarse una visita prudente, había pasado al menos una hora desde ese momento. Jade había tenido tiempo suficiente como para espabilar, para vestirse y para tomarse un café. No entendía por qué era que seguía en bata, arrastrando las pantuflas cuando caminaba y con el cabello enredado como si tuviera un nido en la cabeza.

—Habríamos terminado con todo esto hace rato si pusieras de tu parte —dijo chasqueando los dedos frente al rostro de su prima y ella lo apartó con una mano.

—Me sacaste de la cama a las seis de la mañana y ni siquiera me has dejado tomar desayuno —se quejó mientras caminaba hacia el mesón de la cocina para sacar el café que había terminado de hacerse en la cafetera— ¿cómo esperas que funcione así?

—Eran casi las siete, Jade —la corrigió— y estoy seguro de que no solo tienes sueño, estás más distraída que de costumbre.

—Nada que ver —dijo destapando uno de los frascos que sacó del estante.

—Y estás a punto de echarle sal a tu café.

Jade se detuvo a medio camino y dejó caer el contenido de la cuchara en el frasco antes de arruinar un buen café. Se llevó el cabello detrás de las orejas y comenzó a buscar nuevamente entre los frascos. No se percató de que Alan se había acercado hasta que lo tuvo casi pegado a su espalda. Había extendido el brazo para sacar uno de los jarrones del fondo.

—Gracias —dijo ella cuando su primo le tendió el frasco.

—Puede que me equivoque, pero yo diría que estás así porque no has parado de pensar en fantasmas desde que llegaste aquí.

Ella apretó la cuchara con fuerza entre los dedos. Había perdido la cuenta de las cucharadas de azúcar que llevaba porque solo podía pensar en las muchas cosas que le gustaría decirle a su primo. Alguien tenía que poner en su lugar a don Perfecto.

—¿Y que si he pensado en fantasmas? —preguntó mirándolo con el ceño fruncido— no tiene nada de malo.

—No dije que lo tuviera —respondió Alan— es tu problema, no el mío.

—¿En serio? —Jade alzó una ceja y Alan asintió con la cabeza.

—Solo espero que la demencia no sea de familia —dijo y miró su reloj. Eran las 8:20— Ya tengo que irme. Te paso a buscar en la noche.

Aquello no había sido una pregunta y Jade también dudaba poder hacerlo cambiar de opinión al respecto. Habría protestado más diciéndole que ella podía llegar sola y no necesitaba de su ayuda de no ser porque en realidad no quería llegar sola a una casa a la que no había ido en años y que, además, estaría repleta de personas a las que no estaba segura de caerles bien.

—Bueno —dijo cruzándose de brazos. Entonces Alan aprovechó para tomar la taza y acercársela a los labios.

—Está muy dulce, ¿no?

—Así es como me gusta —mintió y no pudo evitar estirar los labios, como haciendo puchero.

Alan dejó escapar una risa suave. Parecía más un resoplido.

—No existen los fantasmas, Jade —dijo posando una mano sobre el hombro de su prima— y en el remoto caso de que existan, estoy seguro de que lo que sientes es al abuelo que te está cuidando.

Ella alzó la cabeza y sus ojos se conectaron por un segundo. A pesar de que tenían la misma forma y eran del mismo color, sus ojos eran tan diferentes como podían serlo. Los ojos de Jade parecían mirar a todas partes con temor, como si vieran peligro en cada rincón. se movían rápido y sus pestañas largas y curvadas hacia arriba aleteaban dos o tres veces por segundo. Los ojos de Alan eran profundos, lo suficiente como para hacerla sentir incómoda luego de mirarlos por mucho rato. Fue ella la que rompió el contacto, solo entonces, Alan se dio cuenta de que llevaba demasiado tiempo tocando su piel, sintiendo el calor que emanaba a pesar de la frescura de la mañana.

—Ya tengo que irme —repitió soltándola de golpe y dando media vuelta para caminar hacia la puerta de la cocina.

—Sí, claro —dijo Jade, aunque no estaba segura de si Alan había llegado a escucharla o no. Había abierto la puerta muy rápido y había salido antes de que pudiera decirle algo más.

Suspiró. De alguna extraña forma que no podía controlar, siempre encontraba la manera de molestar a su primo.


El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora