55. Jade

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Su primo la había ayudado a limpiar un poco la cocina y a poner en orden los ingredientes que había dejado sobre las estanterías. Ahora que el pan estaba subiendo lentamente en el horno, sentía que podía tachar eso de su lista mental de cosas por hacer, pero eso no le dio la satisfacción que esperaba. Tenía la mala costumbre de hacer pequeñas tareas insignificantes cuando intentaba dejar de lado la más importante y costosa, y eso era justo lo que estaba haciendo. Frente a ella y del otro lado de la mesa, Alan la observaba a la espera de lo que sea que Jade tuviera que decirle y Jade, por su parte, esperaba poder hacerlo.

—No es que no me guste estar aquí contigo —dijo Alan mientras miraba disimuladamente el reloj en su muñeca— pero tengo cosas que hacer después de esto así que si quieres lo dejamos para otro momento.

—No, no —lo detuvo— ya voy solo necesito...

¿Qué necesitaba realmente? No tenía un plan que seguir ni una fórmula que le asegurara que Alan la escucharía hasta el final y le creería. Solo le quedaba improvisar.

—Sé que crees que es ridículo —dijo predisponiéndose al rechazo solo para que después no le doliera tanto— pero estoy segura de que hay fantasmas en esta casa, Alan.

—Bien —respondió y Jade se quedó mirándolo sorprendida.

—¿No vas a burlarte de mí?

—Esta mañana cuando desperté me propuse no hacerlo —dijo— Dime, ¿te asusta que haya fantasmas?

Ella bajó la mirada hacia sus manos que aún tenían un poco de mezcla de pan en las cutículas. Su primo se lo estaba tomando todo demasiado bien para ser verdad.

—No lo sé —contestó lo más sinceramente que pudo— ahora que estoy segura de que existen no sé qué pensar.

Al ver que su primo no decía nada, sino que la alentaba a hablar con la mirada, ella prosiguió.

—En esta casa hay al menos dos fantasmas. Uno de ellos es bueno, el otro no tanto.

—Nada puede hacerte daño, Jade —respondió Alan— no si tú no le das el poder de hacerlo.

Ojalá fuera así de sencillo, pensó la joven. Ella no quería que se incendiara la casa, pero eso no había evitado que el fantasma intentara hacer estallar el sistema de electricidad.

Si lo pensaba bien, podía contar con los dedos de una mano las veces en las que se había sentido asustada de algo sobrenatural antes de haber llegado a la casa de sus abuelos. Hasta ahora, aquello ni siquiera le había parecido posible, pero ahí estaba sentada a la mesa en busca de las palabras indicadas para hacerle entender a su primo algo que ni ella misma terminaba de entender.

—Si estás muy asustada, puedo quedarme contigo unos días —se ofreció Alan. Jade inclinó la cabeza y apretó los labios.

—No es como que no pueda dormir por las noches —dijo— pero tampoco me siento tan segura.

—Dudo mucho que alguien que ya haya muerto pueda herirte.

—Es que no todos quieren herirme —dijo ella— como te estaba diciendo, no todos son peligrosos. Uno de ellos se llama Gaspar y...

—¿Gaspar?

—Sí.

—¿Como el fantasma de las películas?

Jade suspiró.

—Sí, pon atención a lo que digo y no me interrumpas —dijo cruzándose de brazos— Gaspar es muy amable y hace unos días nos salvó a todos de morir a manos del otro fantasma, el malo.

Alan asintió despacio con la cabeza mientras en su fuero interno se debatía en si debía arrastrar a su prima hacia el auto y conducir hasta una clínica lo más rápido posible.

—También evitó que se quemara la casa —añadió Jade.

—¿Qué? —soltó él y sus manos se tensaron— ¿qué le pasó a la casa?

—Nada, sigue en pie —respondió ella señalando a su alrededor —pero no estaría aquí si el fantasma malo hubiera logrado hacer lo que se proponía.

Cuando ya no pudo aguantar más sin sentidos, el joven se llevó una mano a la frente para masajearse el entrecejo mientras trataba de ordenar sus pensamientos. Uno a uno fue repitiendole a su prima los hechos que esta le había contado mientras ella afirmaba o añadía detalles a la historia que solo lograban confundirlo más.

—¿No crees que todo eso suena demasiado descabellado para ser verdad? —preguntó.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó Jade a su vez— lo que te estoy contando es lo que pasó y eso que aún no te he dicho la parte más importante.

Alan jadeó. Comenzaba a arrepentirse de haber ido a visitarla. Tal vez si no se hubiera disculpado, él y Jade seguirían enojados, pero al menos no tendría que lidiar con los cuentos de su prima.

—Creo que te hace falta salir —dijo muy serio— a tomar aire, a hablar con gente que no esté loca.

—¡Alan, escúchame! —dijo haciendo un puchero— prometiste que lo harías.

—Bien, bien —respondió— ¿Qué más?

—Sabemos quién es el fantasma malvado que nos ha estado atacando —dijo Jade y en un intento de aliviar la tensión, añadió— te apuesto a que no adivinas.

—Hitler.

—No.

—Charles Manson.

—Es... Es tu papá.

El silencio que le siguió a aquellas palabras por poco le hizo pensar a Jade que se había quedado sorda. Su primo se había quedado quieto mientras la miraba y el único indicio de que estaba vivo y despierto era su parpadeo constante y el creciente ceño fruncido en su frente.

—¿Estás enojado, cierto?

—¿Cómo no voy a estarlo? —preguntó— estás hablando de mi papá y no ha pasado ni siquiera un año desde que falleció.

—¡Lo sé! —respondió Jade— y no quiero herirte ni a ti ni a nadie con todo esto. pero estoy segura de que es él.

—¿Ahora eres experta en fantasmas?

Luego de haber dicho eso, se puso de pie. Desde su lugar en la silla, Alan le parecía incluso más alto de lo que era realmente. Mirados desde abajo, sus ojos verdes eran más fríos, fríos como cuando ambos eran niños y él apenas la miraba. Siempre estaba lejos y ahora, mientras caminaba hacia la puerta para volver por donde había llegado, le parecía que se alejaba todavía más.

—¡Espera! —gritó Jade poniéndose de pie y avanzando tan rápidamente que en vez de detenerlo, terminó chocando con él.

Alan retrocedió para no caer y Jade no perdió ni un segundo. Sus brazos lo apretaron por la cintura y su rostro se hundió en su pecho.

—¿Qué haces? —le preguntó y ella no solo pudo sentir la rigidez de su cuerpo tensándose, sino también la rigidez de su voz.

—No puedo dejar que te vayas —respondió— no si estás enojado conmigo.

—Tengo que irme a trabajar, Jade.

—¡No quiero que estemos peleados, Alan! —dijo con la voz un tanto quebrada mientras alzaba el rostro para verlo de frente— ya no.

Alan sintió que su corazón se aceleraba cuando cayó en la cuenta de lo cerca que estaba, pero se mantuvo tranquilo, pues Jade estaba igual de alterada y no lo notaría.

—No lo estamos, tranquila —dijo posando una mano sobre la cabeza de su prima, que le llegaba a la barbilla.

—¿De verdad?

El asintió.

—No sé qué pasa por tu cabeza, Jade Fuenteclara— dijo dando pequeños golpecitos en la frente de la joven con cada palabra— pero sea lo que sea tendrá que esperar un poco más. Ahora tengo trabajo que hacer.

Tomó las cosas que había dejado en las encimeras y se giró un momento antes de salir.

—Ve a buscarme cuando tengas una explicación mejor.


El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora