83. Gaspar y Jade

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Si alguien le hubiera dicho cuando era niño que llegaría el día en que él y Alan estarían peleando codo a codo contra el fantasma del hijo de don Eduardo, él no se lo hubiera creído y no precisamente por la parte del fantasma.

A Alan por poco le habían arrancado la cabeza, la habría perdido de no ser porque años y años de practicar tenis lo habían vuelto rápido y había logrado salirse del camino del arma de Eduardo. El fantasma había terminado rompiendo una ventana y el el mayor de los Fuenteclara había tenido que gatear sobre los cristales. Era más resistente de lo que Gaspar había pensado.

—Estás sangrando —le dijo en el momento en que su enemigo se había detenido para tomar otra de las patas astilladas de la silla.

Alan se miró las rodillas. Los vidrios habían atravesado la tela de su pantalón y poco a poco comenzaba a formarse una mancha rojiza en el área, pero él no le dio importancia.

—Esto no es nada, apenas estoy empezando —dijo— ¿acaso tú estás cansado?

Gaspar dejó escapar una risa, antes de ponerse en guardia otra vez. Cuando ambos estuvieron listos para defenderse, se dieron cuenta de que algo había cambiado en la actitud de su contrincante, quien se había quedado mirando su improvisado garrote antes de negar con la cabeza. Un instante después, desapareció de la nada.

—¡Jade! —dijeron ambos al mismo tiempo y por poco se tropiezan el uno con el otro en su carrera hacia la puerta y luego hasta el inicio de las escaleras

—¿No puedes hacer lo mismo que él? —preguntó Alan apoyado en la baranda y visiblemente desesperado— si encuentra a Jade...

—No sé dónde fue —dijo Gaspar tratando de agudizar la vista para captar algún movimiento extraño en el pasillo, en las escaleras del tercer piso o en el recibidor— voy a buscarlos en el piso de abajo, tú quédate aquí.

Alan asintió con la cabeza, pero antes de que Gaspar pudiera dar un paso por las escaleras sintieron que el aire a su alrededor se congelaba como si la presencia del fantasma se hubiera llevado con ella el calor de aquella noche de verano. Alan giró la cabeza lo más rápido que pudo, pero ni así fue capaz de ver en qué momento el rostro de su padre se materializó en el aire y pasó volando a su lado, con dirección a las escaleras y dejando tras de sí un halo de neblina oscura. El joven se quedó helado cuando lo sintió pasar, era como un cometa o como la cabeza de un brujo sobrevolando los cielos nocturnos del campo abierto. Fuera lo que fuera, fue directamente hacia Gaspar y chocó con él tan de repente y tan fuerte que lo hizo trastabillar.

Solo esa tarde habría sido capaz de crearle una nueva y extraña fobia a las escaleras al joven fantasma, quien veía por segunda vez su vida y su muerte pasar frente a sus ojos. Sus pies se deslizaron por el tapete de la escalera y terminó girando sobre sí mismo al intentar agarrarse de algo. No encontró la mano de Ágatha frente a él, tampoco la barandilla; en cambio, sintió los dedos firmes de Alan que se cerraron en torno a su mano. Tiró de él y entrelazó sus brazos, lo hizo con tanta fuerza que por poco termina cayéndole encima.

—Gracias —dijo Gaspar apartándose de él en cuanto volvió a estar fuera de peligro— no tenías que...

—Que te haya molestado cuando éramos niños no significa que quiera que te pase algo —respondió— vamos, hay que buscar al fantasma de mi papá.

Gaspar parpadeó atónito mientras lo veía bajar por las escaleras a toda prisa. No sabía si Jade le había explicado a Alan cuales eran las formas de matar a un fantasma o no. En tal caso, Alan no sabía que acababa de "salvarle la vida".

* * * *

Buscar entre sus cosas jamás le había parecido tan difícil. Jade suponía que el hecho de que sus manos no dejaran de temblar en el proceso era lo que lo dificultaba todo. Cuando encontró la aspiradora de mano y comprobó que tenía carga, salió de la lavandería dispuesta a correr escaleras arriba, cuando encontró a Mat y a Ágatha a mitad de camino. Solo Mat se giró cuando los llamó. Ágatha estaba tirada en el suelo, sobre el círculo que había dibujado y que, por alguna extraña razón, había comenzado a brillar.

—¿Qué es todo esto? —preguntó acercándose a ellos, asustada de interrumpir lo que fuera que estaba pasando al entrar al círculo. Luego descubrió que Ágatha no la estaba ignorando.

Levantó los pies para no pisar las líneas hasta llegar a ellos. Mat acababa de subir la cabeza de su inconsciente amiga sobre su regazo y le daba palmadas en las mejillas para hacerla despertar.

—¿Mat, qué pasó? —dijo a gritos para hacerse oír tras el ruido ensordecedor de la casa y las cosas cayendo de los muebles y las paredes.

—¡Materializamos al fantasma! —gritó Mat sin dejar de abofetear a su amiga— creo...

Aunque a Jade le hubiera gustado saber de qué estaba hablando, decidió que no podían quedarse ahí ni un momento más. Ágatha estaba inconsciente y tenían que ponerla a salvo, por lo que tomó sus piernas a la altura de las rodillas y se puso de pie. Mat la imitó sin que ella tuviera que decirle que lo hiciera y juntos la sacaron de la casa que parecía a punto de caerse a pedazos.

—¿Cómo es eso de materializar a un fantasma? —preguntó la joven una vez estuvieron suficientemente lejos y hubieron dejado a Ágatha en el pasto— ¿Le dieron un cuerpo?

—Es más complicado que eso.

—Necesito una explicación rápida, Mat —dijo Jade sin despegar la vista de la casa— máximo tres palabras.

—Ahora pueden tocarlo —respondió Mat.

Jade se giró hacia él con una expresión confundida en el rostro.

—Entonces tenemos que ir a ayudarlos.

Pero Mat le tomó la muñeca y depositó algo en la mano. Cuando la joven abrió el puño para ver de qué se trataba descubrió una caja de fósforos. Alzó la vista hacia Mat que se encogió de hombros.

—Pensé que tal vez sería lo mejor.

Entonces descubrió los galones de bencina vacíos que había junto a la puerta principal y las marcas de aquel líquido salpicadas por todas las paredes del primer piso. Jade apretó la cajetilla en su mano y se quedó en silencio durante un momento antes de actuar.

Solo había tres formas de deshacerse de un fantasma: llevar a cabo el ritual de la Segunda muerte, cumplir sus deseos pendientes o eliminar el objeto al que estaba atado.

Por eso encendió uno de los fósforos y lo dejó caer junto a la casa.


El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora