73. Jade

3 2 1
                                    

—¡Jade! —escuchó que la llamaban desde atrás, el mismo llamado que venía escuchando desde hace dos minutos. Había sido suficientemente hábil como para bajar entre las rocas y la tierra suelta más deprisa que su primo y así evitar que este la detuviera, pero no había conseguido perderlo de vista. Alan no la dejaría en paz a menos que lo empujara por el acantilado, pensó. Como estaban las cosas, estaba considerando hacerlo.

Un nuevo llamado seguido de la mano de su primo cerrándose en su hombro. La había atrapado y por poco la hace tropezar.

—¿Puedes tener cuidado? Vas a hacer que nos matemos —dijo ella.

—¿Que yo tenga cuidado? No estaríamos aquí si no hubieras bajado como una tonta sin conocer el terreno.

—No tenías por qué seguirme —respondió zarandeando el hombro para que Alan la soltara. Solo lo consiguió después del tercer intento.

No era solo el hecho de que su primo hubiera lanzado su claqueta por los aires lo que la tenía incómoda, era la misma presencia de Alan lo que la volvía incapaz de girarse hacia él demasiado tiempo. Jade chasqueó la lengua y trató de acelerar el paso, aunque para esas alturas la única forma que tenía de ir más rápido era simplemente haciendo uso de la gravedad y dejándose caer. Ignorar a Alan no era tan sencillo como cerrar los ojos y pretender que no estaba ahí; podía sentirlo de todas las demás formas, escuchaba su respiración y el sonido que sus pasos hacían al desprender la tierra, olía su perfume, el detergente en su ropa y la loción que usaba después de afeitarse a pesar de que habían pasado varias horas desde eso.

No es que se hubiera quedado pensando en todas las cosas que le había dicho aquella tarde en su cuarto, trataba de convencerse mientras buscaba en las paredes de roca y arenilla un lugar donde apoyar las manos. Solo estaba confundida y el causante de toda esa confusión no paraba de acosarla. Casi hubiera preferido que sus brazos no la sostuvieran en el instante en el que uno de sus pies se resbaló y por poco termina cayendo.

—¿Ves? Es peligroso, devolvámonos —dijo sujetándola por debajo de los brazos.

—No voy a devolverme ahora que estoy tan cerca —contestó alzando la voz. Podía ver la claqueta un par de metros más abajo.

Retroceder en ese momento significaría volver a subir la quebrada, devolver el auto rentado y terminar con todo lo que habían estado planeando por tanto tiempo. ¿Significaría también volver hacia atrás con las demás cosas? Volver al momento en el que había conocido a Mat y a Ágatha, al momento en que su vuelo había llegado a Santiago, al momento en que había cerrado la puerta de su casa en París con la intención de terminar con aquel asunto de la herencia lo más rápido posible.

Si daba un paso atrás, perdería todo el camino recorrido y le había costado demasiado llegar hasta donde estaba para hacer algo así.

—Sube tú si quieres, yo voy a buscar mi claqueta.

—No voy a dejar que vayas sola, Jade.

—¿Por qué tú y todos los demás en la familia están empecinados en echar abajo las cosas que no entienden?

—¿De qué estás hablando? Solo quiero evitar que te mates.

—¡Ja! —soltó ella con rabia— Seguro que sí... Estoy segura de que tú y todos los demás están esperando que me pase algo para que la casa del abuelo quede en sus manos.

—¿Estás escuchando lo que dices? —soltó Alan, ahora gritando igual que ella— estás loca, Jade, ¡LOCA!

—Te voy a decir algo más, Alan. ¡Yo ni siquiera quería esa maldita casa! —chilló— ¡Si fuera por mí, no los hubiera vuelto a ver nunca más!

El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora