2. Mat

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A pesar de que la ciudad parecía estar pavimentada hasta el último rincón, el mundo se sentía más fresco fuera del departamento. La brisa le removió el cabello cuando salió de la tienda de la esquina y fue lo suficientemente fuerte como para hacer que la bolsa de plástico que cargaba chocara contra la pared a sus espaldas. Tenía 22 años y un futuro mucho más incierto que el del resto de sus compañeros que habían permanecido en la universidad, un futuro muchísimo más incierto que el que sus padres habían planeado para él cuando era niño.

Había pasado dos tercios de su vida creyendo que lo que sus padres querían para él era lo que él quería también, y el otro resto intentando descubrir qué era lo que quería en realidad.

A ratos exageraba, pensó dejando escapar un suspiro. Las cosas en realidad no estaban tan mal. El tiempo que había pasado en la universidad no había sido en vano: había encontrado a Ágatha en su primer año, cuando corría despavorido por los pasillos de la facultad, como si así pudiera evitar que sus compañeros de carrera, los informáticos de segundo, siguieran aventándole basura, rayandole la cara y ensuciándole la ropa de formas que hasta entonces jamás había creído posibles*. Su carrera había terminado en el baño de niñas, donde creyó que no lo encontrarían. Estaba tan alejado de todo, que nadie iba nunca ahí.

O casi nadie.

Ágatha era un año mayor que él y la primera vez que la vio estaba sentada en el piso del baño con las piernas cruzadas y la mirada clavada en las cartas que barajaba. No había forma de que no lo hubiera escuchado entrar, porque Mat respiraba con fuerza después de haber corrido por varios minutos sin parar. Sin embargo, no alzó la cabeza hasta que él habló.

—Perdón. Sé que no debería estar aquí —dijo recargándose contra la fría pared— intentaba esconderme.

—Sabía que vendrías —respondió ella— las cartas me lo dijeron.

Sus ojos se cruzaron durante un par de segundos en los que ninguno de los dos dijo nada. Ágatha tenía el cabello tomado en un moño alto, rizado y un poco reseco. Sus lentes redondos sobresalían de su rostro moreno y pecoso como ventanas tras las cuales pudiera ver hasta el alma de las personas; al menos Mat lo sintió así esa vez y no pudo reprimir un escalofrío.

—¿Estás leyendo el tarot? —preguntó el muchacho— ¿no es peligroso?

—¿Por qué sería peligroso?

—No sé, ¿no se te escapan los demonios que traes del otro lado?

—A mí me parece que lo que le están haciendo a los de tu generación en el patio de la facultad es mucho más peligroso que cualquier cosa que yo pueda hacer en el baño —respondió recargando el brazo en una de sus rodillas flectadas— nunca he entendido cuál es la gracia de tirarle porquerías a la gente para darles la bienvenida a la universidad.

Mat tragó saliva, de pronto avergonzado sin saber por qué.

—Además, no traes demonios con el tarot, esa es la ouija —continuó diciendo la joven— el tarot solo te da indicios de las cosas que pueden pasar.

—¿Ve el futuro? —preguntó Mat, pero eso pareció molestar a Ágatha, pues rodó los ojos y volvió a sus cartas.

—No lo entenderías.

Él bajó la cabeza y suspiró cuando se encontró con su reflejo en el espejo.

—Si yo pudiera ver el futuro, no habría venido a clases hoy. Habría evitado que me hicieran todo esto —dijo estirando las pocas tiras en las que se había convertido su camisa favorita.

—Pudiste haberlo evitado —respondió Ágatha— solo tenías que decir que no. Nadie iba a matarte por eso.

Por muy obvio que pareciera, a Mat no se le había ocurrido. Fue entonces que se dio cuenta de que ya no recordaba la última vez que se había negado a hacer algo que no quería hacer. Quizá aquello simplemente se debía a que jamás lo había hecho.

* * * *

El tintineo de las llaves en su bolsillo lo devolvió a la realidad. Mat había estado avanzando en piloto automático casi desde que salió del edificio y no se había percatado hasta que volvió. Recordar cosas siempre había tenido ese efecto en él.

Jamás había sido bueno haciendo que las cosas pasaran, de modo que no podía saber si la decisión de haber dejado su carrera atrás había sido la correcta.

—La idea de limpiar parabrisas no es del todo mala —dijo en voz alta, aunque no descartaba del todo la idea de vender un riñón. Tenía dos y con uno le bastaba.

Sacó las llaves del bolsillo e introdujo la indicada en la cerradura de la reja cuando sintió que lo llamaban desde atrás.

—¡Disculpa! —Mat se giró para ver a una joven que se abanicaba con el panfleto que sostenía en la mano derecha y se cubría los ojos del sol con la otra. No le costó nada reconocer aquellos panfletos, pues él mismo los había repartido por el centro de la ciudad el día anterior— ¿Este es el edificio de la Unión? Como no tiene número y nada escrito...

Los ojos de Mat se iluminaron y tuvo que morderse la lengua para no soltar un grito de emoción. Tal vez no era bueno haciendo que las cosas pasaran, pero definitivamente era bueno notando cuando las cosas estaban a punto de pasar. Intuición, sexto sentido o tercer ojo; fuera cual fuese la respuesta, algo en su interior le decía que estaba frente a la persona que sería el inicio de una gran oportunidad.

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*no sé si esto se hará en todas las universidades del mundo, pero en Santiago de Chile es costumbre que durante los primeros días de universidad los alumnos pasen por el "mechoneo" una iniciación muy desagradable en la que les cortan la ropa, los ensucian y los obligan a pedir dinero en la calle.

El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora