77. Alan

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El auto de Alan, que a pesar de ser un pesado Mercedes de última generación jamás iba más rápido que los 80 kilómetros por hora, ese día marcó un nuevo récord. Había sido necesario, de otro modo, habría perdido de vista a su prima que pisó el acelerador hasta el fondo como si las tranquilas calles de Pomeral fueran una pista de fórmula uno. No se explicaba cómo era que no había atropellado a nadie ni mucho menos cómo había conseguido su licencia de conducir. Estaba claro que en París todos conducían como locos.

Jade fue la primera en bajar del pequeño Chevrolet rentado y a Mat le costó un momento recuperarse del shock causado por la velocidad. Luchó un par de segundos con el cinturón de seguridad antes de salir del auto justo en el momento en que Alan llegaba hasta ellos.

—¿Es normal que esto pase en los exorcismos? —preguntó la joven dirigiéndose a Mat, él se subió los lentes y negó con la cabeza. En su experiencia, lo más aterrador que había visto mientras él y Ágatha llevaban a cabo una ceremonia, era que la leche se cortara, lo que no se comparaba a la densa nube negra que flotaba sobre la casa.

—Deberíamos llamar a los carabineros —dijo Alan mientras un escalofrío le recorría el cuerpo. No estaba seguro de qué estaba pasando, pero hasta alguien tan escéptico como él se daba cuenta de que aquello no era normal. No podía explicarlo de otra forma además de que "sentía" que algo no andaba bien— Se escucha ruido, ¿creen que alguien se metió a la casa?

Mat y Jade negaron con la cabeza casi al mismo tiempo.

—Estoy segura de que lo que está ahí adentro es más peligroso que cualquier cosa que los carabineros hayan visto —dijo muy seria— y será mejor que entremos antes de que se ponga peor.

—Tenemos que ir a buscar a Ágatha —añadió Mat, pero cuando estaban a punto de dar un paso hacia adelante, sintieron que Alan los sostenía por la tela de la ropa.

—De todas las cosas irracionales que han hecho, esta es sin duda la peor —dijo— están apunto de entrar desarmados a una casa gigante cuando muy posiblemente haya alguien esperándolos ahí dentro. No sabemos quién es, no sabemos cuántas personas hay dentro ni qué pretenden. Sé que no les gustan mis ideas, pero en serio creo que deberíamos llamar a las autoridades y esperar a que vengan, llegarán en menos de un segundo.

Jade y Mat compartieron una mirada incrédula. La mayor parte del tiempo Alan actuaba como una persona que tenía los pies en la tierra y conocía el mundo como a la palma de su mano; sin embargo, eran pequeños comentarios como esos los que los hacían recordar que jamás había vivido en una gran Metrópolis. Si se ponían a esperar a que los carabineros* llegaran les terminarían saliendo raíces de los pies.

—Tu primo no está hablando en serio, ¿cierto? —preguntó Mat en voz baja, pero Alan sí lo llegó a escuchar y sus mejillas se tiñeron de rojo.

—¿Cuál es su plan entonces? —preguntó ofendido— no pretenden entrar ahí sin un plan, ¿o sí?

Su silencio fue toda la respuesta que necesitaba. Rodó los ojos y masculló palabras que ni Jade ni Mat llegaron a entender. Ambos jóvenes lo vieron avanzar hasta la maleta de su auto para sacar de ella una gran llave inglesa.

—Si vamos a entrar ahí sin un plan, al menos quiero algo con lo que defenderme.

—Me temo que eso no va a servir de mucho —dijo Jade y un segundo después escucharon un ruido que parecía salir desde las profundidades de la tierra misma. No era un terremoto ni mucho menos su imaginación, era la casa, la mansión de la familia Fuenteclara, la que estaba temblando desde los cimientos hasta la última de sus tejas— creo que sí vamos a necesitar un plan.

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*Carabineros: policía en Chile, conocidos por nunca llegar a tiempo cuando se los necesita

El invitado de honorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora