2. Ella:

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2.            Ella.


La luz de la fogata era capaz de iluminar los troncos, pero no a la persona que estaba detrás de ellos, vigilándonos.

Después de pasar los métodos se seguridad, enseñando mi identificación a los conocidos de Massimo, había entrado a la zona segura y me había cambiado.  

No teníamos electricidad. Tampoco más de tres cuartos. Las alarmas a la distancia, sonando repetitivamente en la noche a causa de los truenos, nos habían dejado de enloquecer, y éramos vecinos de unos afroasiáticos.

Pero teníamos aquellas repetitivas rutinas todas las noches, aquellas en la que los niños tomaban de nuestras manos y comenzaban a dar vueltas alrededor de la hoguera, con el conjunto de los instrumentos a su alrededor sonando y sus pies moviéndose a un compás que Tom y yo aún no lográbamos ejecutar correctamente, porque el relieve de sus manos hacia arriba significaba algo, pero los dos dedos gordos unidos significaban una cosa completamente diferente.

Y eso estábamos haciendo aquella noche, con la comunidad rural congregada y festejando.

No llevaban mucho tiempo ahí, menos de doscientos años, pero cada vez había más gente que se les unía y expandía la propia cultura que ellos mismo creaban, con los estragos de su pasado.

Los pies descalzos de las personas se deslizaban por la hierba, sus dedos enterrándose en el pasto, profundizando sus pisadas, y las hojas en llamas a nuestro alrededor eran capaces de esconder las casas de madera, a la distancia, pero no el campo de amapolas. La música era un suave retintín, acompañado por la risa de Eliza, quien estaba envuelta entre los brazos de Massimo y quien la guiaba en una composición.

Tomás estaba agachado al lado de Tagrid, dando una vuelta en cuclillas mientras ésta tomaba su mano, riendo y haciendo un gesto al mismo tiempo, como si le molestara. Él se puso de pie abruptamente y dio un paso hacia atrás,  logrando que esta se hiciera hacia atrás y casi cayera, ante el ex abrupto. Se hizo hacia adelante rápidamente, la tomó de la cintura y siguió bailando con ella, al mismo tiempo que sentí que alguien se paraba a mi lado.

Me volví hacia un lado, y me encontré con Ingrid.

Me sonrió abiertamente y suspiró, dejándose recargar contra mi hombro y abrazándome un poco, su mano sobre la esquina de mi falda colorida. Puso un mechón de mi cabello detrás de mi oreja, y me volví hacia ella para devolverme la sonrisa. No la abracé devuelta, pero dejé que se quedara así, sin alejarla.

—No entiendo a quién se le ocurrió darme una falda— le dije, tomando el borde de la larga falda, con diversos pliegues y una textura dura, tanto que consecuentemente se caía de mi cintura por el peso —. La voy a terminar quemando.

—Lo que yo no entiendo es por qué los hombres dejaron de usarlas— dijo ella, por su parte, quien también tenía una de las largas faldas puestas.

—Está escrito en la Biblia: No vestirá la mujer hábito de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es á Jehová tu Dios cualquiera que esto hace— dije, y chisté.

Ignoré la mirada que me dio Ingrid, reprendiéndome, y volví la mirada hacia Eliza, quien también tenía una puesta. Esta se levantaba cuando se movía sobre su propio eje, la punta de sus pies elevándose levemente y desplazándose hacia la derecha con agilidad, haciendo que Massimo quedara aún más lejos de ella. Sin embargo, él seguía sosteniendo su cintura, riendo un poco.  Vi cómo se torcían sus dedos, y ella se dejó caer un poco hacia adelante.

Massimo la tomó, y algo le dijo ella, sonriendo, que hizo que él riera.

Suspiré.

— ¿Leíste la Biblia?— preguntó Ingrid.

2. Agente TF01, pandemónium.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora