26.Él#1.

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26. Él#1.

No era una persona devota a las ciencias de la salud. Tampoco a las ciencias exactas, las cuales difícilmente pasaba. Lo que me interesaba era las ciencias naturales, sus ramificaciones, aquellas respuestas que le daban al mundo, la intensidad y la profundidad a la que el ser humano podía llegar para entender algo, el mundo, un suceso cuyo origen aún era desconocido, casi como si el propio mundo se estuviera mofando de los seres humanos.

Sobre todo, me gustaba la ciencia porque nunca se iba, de alguna manera permanecía en todo lo que me rodeaba, convirtiéndose en ecuaciones, fotones y partículas en el aire. Yo simpatizaba con ellas, en cambio del resto de las personas de la agencia, inclusive mi propio papá, quien estaba cada vez más enamorado de nosotros, o con Tomás, mi compañero de cuarto con quien no parecía poder compenetrar.

En ese momento simplemente estaba leyendo la enciclopedia de los experimentos realizados por la agencia, sus descubrimientos, contrastando la información con la actual, notando que las respuestas para muchos enigmas mundanos estaban anotados en la pequeña libreta que tenía, escondidas en los vislumbres de una recóndita isla.

Vi el primer temblor.

Arrastrándose por los tubos de ensayos a mi izquierda, dentro de la vitrina que estaba a unos pocos pasos de mí, con químicos prohibidos a mí alcance, como la mayoría de las cosas en la agencia.

Vi el temblor.

Pensé que sólo sería algo efímero y le di la vuelta al libro, subiendo mis lentes.

Volvió a temblar. Se sintió más por donde estaba: en los últimos pisos del edificio de ciencias, un lugar completamente paralelo al dormitorio que compartía con Tomás.

El siguiente temblor fue brusco, y si estuviera en un avión, me hubiera dado cuenta que no era una simple turbulencia, sino el comienzo del desmoronamiento de algo.

Tomé mi libreta y caminé con rapidez hacia la puerta de salida, con las manos temblorosas. Otro temblor, seguido por el sonido de una explosión sorda a la distancia, casi como si fuese un fuego pirotécnico.

Comencé a ponerme nervioso, con mi libreta deslizándose entre mis manos.

Justo cuando abrí la puerta escuché el primer cristal caerse. Me moví hacia atrás, negando con la cabeza.

Una vitrina que contenía uno de los agentes infecciosos acababa de caer al suelo, desplomándose por el suelo.

Volví a negar con la cabeza y sellé la habitación, sólo por si acaso. Sólo alguien que tuviera el virus y fuese lo suficientemente estúpido como para no notar el letrero de advertencia entraría.

Si salía, corría el riesgo de infectar a alguien. Sin embargo, no sabía si ese virus había estado incubado el tiempo necesario como para transmitirse, o cuál virus era.

Sucedió otro temblor, que hizo que la estantería de cristal comenzara a moverse.

A punto de caerse, dejé caer mi libreta, corrí hacia ella y la sostuve con mi espalda, pegando mis piernas contra la mesa de metal para poder sostenerla mejor. Me intenté hacer hacia atrás, pero era demasiado débil como para hacerlo.

Miré hacia afuera y comencé a negar con la cabeza.

A través del vidrio blindado y polarizado pude ver las siluetas comenzando a desplazar en diversos trajes, con pantalones cargos y colores neutros. Pensé en gritar, hasta que vi el porte de sus armas, sus machetes deslizándose con sutileza entre sus dedos y mochilas cargadas.

Comenzaron a entrar a los cuartos de laboratorio que estaban enfrente de mí, cargando el arma que sostenían en manos.

Después de unos segundos comenzaron a sacar a los médicos, científicos y micro organistas vecindarios, aquellos que se comenzaban a extinguir en la agencia; la mayoría de los que quedaban eran enclenques, aspirantes, aquellos que aprendían todo en películas, internet y libros, que necesitaban basarse en la agencia para sobrevivir, como yo. Todo porque la a agencia creía que era injusto que las demás personas tuvieran menos oportunidades por su dinero o su contenido en su currículo 

2. Agente TF01, pandemónium.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora