13. Ella.

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13. Ella.

—Yevgeny está perdido— dijo Victoria, sacando un chocolate de su bolsa y abriéndolo—. No lo han visto desde el día ya'aburnee.

Me quedé callada, sintiendo que sería hipócrita preocuparme y pensando lo injusto que era sentir eso hacia una etiqueta y no hacia una persona.

— ¿Y tú no has visto al contumaz ruso?

Sentí mi comisura derecha alzarse, involuntariamente, al notar ese brillo en sus ojos, sin poder evitar sentir la melancolía en ellos.

Se quedó callada algunos otros segundos, cortando un pedazo del chocolate con sus cortos dedos.

— ¿Te acuerdas del hombre que te dije que era peligroso en la cámara Gesell?

Me dejé caer hacia atrás, suspirando, y asentí, parpadeando con rapidez, dedos pasando por mi brazo, vendado heridas, trazando movimientos con sus propios ojos. Y así, con esas cosas intangibles, fue que supe que ese sería el momento en el que estaría más sola y feliz en toda mi vida, con etiquetas esparcidas por el aire, acciones que trazaban cada una de mis curvas y manos que se alzaban sin razón alguna.

—Él, ellos...—Victoria se humedeció los labios—. Ellos no vinieron. Desaparecieron— se encogió e hizo una breve pausa, pasando su lengua por sus dientes—. Lo he visto exactamente el mismo tiempo que tú en tu lapso de vida. Lo dejé ir.

— ¿Y no han hablado ni nada?

Negó con la cabeza, deteniéndose en medio gesto.

—Pues...

— ¿Pues qué?

—No escuché nada de él por diez años, desde que nos encontraron—apretó sus labios y mordió su chocolate. Esperé a que terminara, un poco impaciente—. Justo el día que subí para directora comencé a recibir flores a mi oficina, algunas veces una por semana o dos, otras veces cada pocos meses. Alhelís amarillas, la flor de la fidelidad inclusive en los momentos más difíciles, y también verónicas, fidelidad en sí; iris blancas, esperanza; silenes, amor joven; tulipanes negros, sufrimiento; gladiolos, cactus, geranios, guirnaldas...—sonrió un poco, arrugando su cara, como si hubiese olvidado cómo hacerlo—. Al principio dudaba que fuera él porque estaban siendo enviadas desde una empresa beneficiaria, pero cuando envió campanillas moradas que le dicen a una mujer que es muy vanidosa y después flores de crisantemo, de un amor terminado que solo se quieren como amigos, supe que era él.

Reí un poco. Ella elevó una ceja y asintió.

—Te encontraste a uno bien romántico, eh. ¿Las flores que estaban en tu escritorio el día que fui eran de él, no?

Su sonrisa se borró lentamente y apretó sus labios. Asintió.

— Claveles de India.

— ¿Qué significan?

—Separación.

Sheisse.

—Y también me dio un sobre, donde estaban los papeles de divorcio.

Elevé una ceja, sin saber qué poder sentir al respecto, e ignoré la mirada que me dio.

—O tal vez no tanto...

—Tenía su estilo— se encogió de hombros y se rascó la cabeza—. No quiero darte la imagen incorrecta de él. Lo adorarías. La manera en la que te veía a los ojos directamente al hablar, o capacidad que tenía de entender a las personas sin querer ser empático... No sé, tenía algo, Tamara. 

— Por algo te casaste con él— le dije, sonriendo—. Madres, perdón— ella me lanzó una mirada—. ¿Y se lo diste?

—Los firmé después de unas semanas, sí. Pero no los pude enviar.

2. Agente TF01, pandemónium.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora