19. Ella.
Gerardo se fue con Meitamei y sólo quedamos dos guardias, Tom y yo.
Entendía perfectamente qué hacia la gente ahí, creyendo que eso era lo correcto. Sabía que Gerardo pensaba que lo que él hacía estaba bien, y eso le daba muchos fundamentos y argumentos para que los demás también creyeran eso. Era tan firme que contagiaba.
Nos tomaron de las manos, con las esposas alrededor de nuestras muñecas, y nos desplazaron a prisa lejos del muelle, para no ser aquellos cebos visibles de las demás personas, delatadores de sus verdaderas intenciones, de aquellos mismos medios que ellos fomentaban. Nos llevaron los barandales oxidados, viendo constantemente hacia atrás, donde las personas comenzaban a tomar cada vez más la velocidad y a subir su voz, eufóricos ante los estallidos de la noche, la crepitación en el silencio siseando la noche al mismo tiempo que nuestras respiraciones y sus pasos acercándose hacia nosotros.
Tom, a mi lado, parecía estar igual de vacilante y determinado que yo, y cuando le alcé una ceja y él alzó su comisura derecha, supe que estábamos sincronizados.
Cuando terminamos de pasar la parte de concreto, saltamos los barandales para poder pasar hacia los escombros de nuevo, acercándonos cada vez más hacia los edificios de la oscilante ciudad. Dando trompicones, nos dejamos guiar sin quejarnos.
— ¿A dónde vamos?— preguntó Tomás al guardia que lo retenía, en inglés.
Lo ignoraron.
Me volví hacia el guardia que me retenía a mí.
—Los pueden matar y nos dejarían aquí en medio de la nada. Necesitamos saber sólo por si acaso.
El guardia frunció sus labios, dubitativo, y entreabrió sus labios.
—A la escuela. Ahí hay un sumario esperándolos.
—Pero ahí había gente antes.
—Sí, gente que tuvimos que mover porque los están persiguiendo— me pegó la pistola contra la espalda, haciendo que suspirara, frustrada—. Apúrale.
Llegamos al principio de los edificios, donde una cavidad de cemento interrumpía nuestro camino hacia las escaleras que nos adentraban a uno de los edificios desmoronados. Tom fue el primero en intentar subir, sin poder lograrlo por sus manos atadas, cayendo con sus manos contra los escombros en el intento. Cuando me encontré con su mirada, seguí sus actos y me puse enfrente de él, intentando subir.
— ¿Me puedes sostener para que no me caiga?— le dije a uno de los guardias, virando un poco mi cabeza hacia atrás.
Éste, sin asentir, se puso detrás de mí. Puse la mitad de mi cuerpo contra el cemento, él posicionó sus manos sobre mis caderas, impulsándome hacia arriba. Mi cuerpo quedó partido por una viga y, justo en ese momento, di una patada hacia atrás, logrando que el guardia se cayera sobre su espalda, llevándose de encuentro al segundo guardia junto con las piernas de Tom, ambos golpeándose contra un tubo atravesado.
Dejaron caer sus pistolas en medio trayecto.
Con ellos aturdidos y nosotros tumultuosos, nos pusimos con dificultad de pie para tomarlas. Tom alzó sus piernas y yo me dejé caer sobre mi espalda con propulsión, dándome una maroma hacia atrás sobre las piedras para ponerme de pie, quedando al lado de las pistolas. Las tomé con agilidad, dando una pirueta al levantarme y lanzándole una a Tom, quien se agachó para agarrarlas.
— ¿No que mala puntería?— me preguntó, sonriendo torcidamente.
Me encogí de hombros mientras nos acercamos hacia donde estaban los guardias y les dimos patadas en sus costados, poniéndolos boca abajo y nosotros de horcajadas sobre ellos, oprimiendo su peso, nuestras rodillas contra sus espinas dorsales. En esa posición, tomé la mano de Tom para que pudiera dar un disparo coordinado hacia el trasero del primer guardia. Él imitó lo mismo que yo y me coordinó para darle uno al segundo guardia, todo en cuestión de segundos, con las voces desplazándose hacia donde estábamos, los disparos acercándose y las siluetas a segundos de convertirse en personas.
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2. Agente TF01, pandemónium.
Любовные романыSinopsis de la segunda parte. ¡NO LEER SI NO HAS LEÍDO LA PRIMERA PARTE, CONTIENE MUCHOS SPOILERS! La agencia, las personas que trabajan para ella, el mundo y las familias están pasando por un pandemónium. Tamara pensaba que, d...